Sobre delitos y penas: comentarios penales y criminológicos. Gabriel Ignacio Anitua

Sobre delitos y penas: comentarios penales y criminológicos - Gabriel Ignacio Anitua


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la televisación de los juicios y poniendo de manifiesto que las variadas demandas de los medios de comunicación por acceder a los juicios penales han demostrado que esta es una discusión que, al menos, no debe obviarse. Analiza el artículo las razones por las que en 1925 se prohibió el acceso de medios técnicos de reproducción a los tribunales ingleses, y por qué ella se mantuvo inalterada, a diferencia de la evolución jurisprudencial en esta materia en los Estados Unidos. Esto último no es fácilmente explicable para el propio autor que observa que la prohibición va en contra del desarrollo tecnológico que hace posible filmar y difundir imágenes sin inconvenientes para la justicia, y remarca las favorables experiencias de otras jurisdicciones. Lo más importante para el autor es que la prohibición produce un conflicto con el principio de justicia abierta o pública, que los mismos tribunales deberán resolver a favor de la publicidad. Para demostrar que ese cambio se está produciendo, auque con inconvenientes, expone el autor el “experimento” escocés (como la ley de 1925 no tiene vigencia en Escocia, se han filmado diversos juicios en esa otra jurisdicción desde 1992 que pudieron emitirse por la televisión británica), el caso O. J. Simpson (lo emitió la BBC y Sky News, teniendo cuatro y siete millones de espectadores ingleses respectivamente en 1995), el caso Louise Woodward (una niñera inglesa acusada de asesinar a quien debía cuidar en Boston, cuyo juicio estadounidense fue visto en 1997), la apelación para la extradición de Pinochet (cuya filmación y emisión fue solicitada por la BBC, dada su trascendencia, y aceptada por la Cámara de los Lores en 1998, acostumbrados a ser filmados en actividades no judiciales sino legislativas), y más recientemente el juicio sobre el atentado de Lockerbie (que se desarrolló en Holanda pero bajo la ley escocesa, por lo que se planteó un fuerte debate sobre la televisación, que fue solicitada masivamente por escoceses e ingleses) y la “investigación” en el caso Shipman (también durante esos años 2001 y 2002 se discutió si se podían filmar estos juicios especiales y previos: lo importante volvió a ser la discusión pública de argumentos favorables a la televisación). Todo ello demuestra para el autor lo insostenible de la prohibición de una televisación que tendría como máxima justificación la de posibilitar un mayor control judicial y con él todas las ventajas de la publicidad.

      Paul Mason también ha escrito anteriormente sobre la cuestión tratada por Stepniak. Pero cierra el libro por él mismo editado con un intento de visualizar el lado más oscuro de la justicia penal. En “The screen machine: cinematic representations of prison” se exploran con detalle las numerosas películas sobre la prisión realizadas en la historia del cine, y su rol sobre las percepciones públicas acerca de la cárcel, así como sobre la emergencia del llamado “penal populismo”. Señala el autor que la influencia de este tipo de películas (que muestran hechos excepcionales como motines, fugas, personajes especialmente siniestros y siempre mucha violencia) se produce no solo sobre el público en general sino también sobre los operadores del sistema penal y en particular los guardiacárceles. Esto es en efecto bastante peligroso, pero las representaciones ficticias de la prisión forman parte de la misma prisión, en parte por la invisibilidad otorgada al castigo por la propia prisión reemplazando a los castigos del Antiguo Régimen.

      21- Criminal Visions. Media representations of crime and justice, Paul Mason (ed.), Devon, Willan Publishing, 2003. Comentario publicado en Nueva Doctrina Penal, 2004/B, Buenos Aires, Del Puerto.

       El control identificatorio después (y antes) del 11 de septiembre de 2001

      “Los países de América son formados, aparte de su formación nativa, por el acrecentamiento de la inmigración. Esta es como el aluvión que dejan los ríos al crecer o como la resaca que las olas arrojan a las playas del mar. Y como esta es el despojo o la hez de la espuma, así también la inmigración hecha a la tierra nueva, a la playa virgen, el desecho de las viejas sociedades. La inmigración trae de todo, lo bueno y lo malo; lo bueno acude en busca de leyes liberales para aprovecharse honestamente de sus beneficios; lo malo, a encontrar en nuestras generosas instituciones facilidades sin cuento para desempeñar su labor sombría. Todos los perniciosos elementos sociales del viejo mundo acuden a los pueblos americanos, especialmente la Argentina y el Brasil, porque los puertos de entrada están abiertos a cuantos lo soliciten, sin trabas considerables. Pero esta liberalidad, apenas restringida, da lugar a un acrecimiento del delito, en todas sus formas, desde la más leve, traducida en actos de mala fe, hasta el inconcebible atentado del ácrata feroz, que arrastrado por una idea tan superior cuanto irrealizable de igualdad, no encuentra medio de establecer el orden social de su sueño sino destruyendo por la violencia y por el crimen.

      El terrorista desolador, más temible y salvaje que las furias de la leyenda; el fanático enceguecido; el homicida profesional; el ladrón hábil; el sedicioso audaz; el agitador de gremios, generalmente explotador de la candidez y la ignorancia del obrero; el rufián canalla, trabajador de las tinieblas; toda esa cohorte arriba a las libérrimas playas de la hermosa América, joven y rica, para levantar grados en la escala del delito y perturbar el orden de la vida. No se emplea medio alguno de combate o profilaxis contra esa peste nueva; no se trata de tender el eficaz cordón sanitario para impedir la entrada de semejantes huéspedes, tal como se hace con el cólera cuando algún navío lo transporta del país infestado al país sano. Las legislaciones sobre inmigración y entrada de pasajeros procuran la introducción de personas capaces de labor y progreso, repudiando al sospechoso y al inútil; pero conviene reconocer que el sospechoso no lleva inscrita en la frente su condición de tal, ni el inútil es fácilmente reconocido. De ahí esa importación de pervertidos que buscan y encuentran en nuestra tierra campo libre al ejercicio de su perversidad, sin que leyes tuitivas del orden social sean suficientemente eficaces para impedir el aumento de la delincuencia. La profilaxis social podrá, sin embargo, realizarse con éxito, estableciendo la identificación dactiloscópica de cada individuo que llega a los puertos de América”.

      Permítame el lector esta larga cita, que como se verá tiene relación con el libro que comentaré. Extraigo la misma de un libro de principios de siglo en el que Luis Reyna Almandós, discípulo de Juan Vucetich, propone severas medidas para controlar a las poblaciones móviles, en especial a aquellas que llegaban a nuestro país. Como se observa, el delito (y particularmente el delito político o “terrorista”) era utilizado como excusa eficaz para imponer una identificación obligatoria a todos los habitantes y especialmente a aquellos definidos como un “otro” peligroso. Para poder identificar, reconocer, y finalmente controlar a todos y cada uno de los individuos Reyna Almandós sostendrá, ya en la década del treinta (y tras haber sido un acérrimo crítico del gobierno de Yrigoyen), la necesidad de que el número identificatorio que prohijaba se tatuara en los brazos humanos, de la misma forma en que el régimen nazi lo haría para la misma época en los campos de concentración. Cien años antes, el mismo Jeremy Bentham postularía las ventajas de tatuar de la misma forma el nombre “real” de cada quien, y evitar así los continuos cambios de identidad.

      En estos primeros años del siglo XXI las posibilidades tecnológicas y culturales de cambiar de espacio físico (y de intereses intelectuales, grupos afectivos, etc.) se incrementaron enormemente. Pero también se incrementaron en igual o superior medida las técnicas para vigilar a los individuos y a las poblaciones a fin de controlar esos movimientos. Como hace cien años, según nos revela el técnico policial argentino, ahora también la “inmigración” y el “terrorismo” se convierten en los grandes generadores de miedo en la construcción política de la “Europa Fortaleza” (término que denota la pretensión de Napoleón y luego Hitler de hacer inexpugnable el continente a “invasiones” extranjeras), y el reforzamiento económico de la industria militar-seguritaria de los Estados Unidos.

      Es bien sabido que esta estrategia del miedo se ha reforzado especialmente en ese último país, especialmente, a partir de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York. Es por ello que David Lyon elige ese momento para reseñar los cambios tecnológicos introducidos en la nueva “industria” de la vigilancia, así como sus peligrosas implicaciones políticas.

      Como señala el autor de Surveillance after September 11, los atentados del 11 de septiembre de 2001 han producido al menos dos


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