Mexicano de corazón. Francisco Ugarte Corcuera
ahora, porque Él nos da los medios: su gracia, su luz, su fortaleza». Esta seguridad, de que nuestra Madre siempre nos escucha, nos ayuda hoy a recordar el poder de su intercesión. Compartamos con María y con Jesús las cosas que ocupan nuestro corazón, esos deseos grandes a los que queremos aspirar. Si nos acercamos al Señor y a su Madre con fe y confianza, podemos estar persuadidos de que esta oración ya estará dando fruto.
Roma, 23 de junio de 2020
MONS. FERNANDO OCÁRIZ
Prelado del Opus Dei
PRESENTACIÓN
JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, a quien me referiré ordinariamente como el fundador del Opus Dei, el Padre —ya que así solíamos llamarlo— o san Josemaría, visitó México en 1970, del 15 de mayo al 23 de junio, acompañado de don Álvaro del Portillo[1] y don Javier Echevarría[2]. Fueron 40 intensos días que no se repetirían, porque fue la primera y única vez que estuvo en nuestro país. Se cumplen ahora 50 años de aquel suceso y parece oportuno recordarlo mediante estas líneas. Personalmente siento un deber de gratitud al transmitir lo que viví durante aquellas jornadas: tuve la fortuna de residir en la misma casa que él y puedo afirmar, con plena certeza, que aquel ha sido el acontecimiento que más ha marcado mi vida. Nunca antes había visto al Padre en persona ni tampoco lo volví a ver después. Pero estoy convencido de que, cuando se convive de cerca con un santo, bastan unos cuantos días para que la propia existencia quede transformada.
Casi siempre cuando se habla o se escribe sobre alguien que ha alcanzado la santidad, la descripción se centra en la parte espiritual o sobrenatural de su vida. En este caso, en cambio, me interesa destacar sobre todo —mediante anécdotas y sucesos de la vida ordinaria ocurridos durante su estancia en estas tierras— el aspecto humano de su personalidad. Como es lógico, lo espiritual aparecerá habitualmente, porque una de las características que el fundador encarnó fue la unidad de vida, según la cual lo humano y lo sobrenatural se funden armónicamente. Pero no quiero adelantar ahora ninguna descripción de su personalidad, sino dejar que el lector vaya descubriéndola mediante las narraciones que referiré y así saque sus propias conclusiones.
Aparte de los recuerdos personales, la principal fuente en la que me apoyo es una amplia relación de Pedro Casciaro —escrita a finales de 1978 y principios de 1979—, sobre la estancia del Padre en México. En 1970, don Pedro, como lo llamábamos, era el consiliario o vicario del Opus Dei para México, es decir, quien hacía cabeza en el país. Pero además, fue un testigo especialmente cualificado por la cercanía que tuvo con san Josemaría: él fue una de las primeras vocaciones de la Obra (como suele llamarse también al Opus Dei), allá por los años 30; convivió estrechamente con el fundador en momentos cruciales, como la guerra civil española; tenía una especial conexión con el Padre, caracterizada por una gran confianza, salpicada de sentido del humor por ambas partes; y conoció profundamente a san Josemaría por su natural capacidad de penetración psicológica. No deberá extrañar, por tanto, que don Pedro sea mencionado frecuentemente en estas páginas.
He contado también con el diario que José Inés Peiro, testigo presencial, escribió durante aquellos días y que recoge con gran acierto los sucesos de la vida diaria. Dos revistas especialmente dirigidas a personas del Opus Dei, hombres y mujeres, que relatan recuerdos familiares, como la estancia de san Josemaría entre nosotros, también me han aportado algunos detalles valiosos. Igualmente han sido abundantes los testimonios, orales y escritos, de quienes coincidieron con él en los diversos momentos de su paso por México, y que aparecerán a lo largo del libro. Mención especial merece la aportación de don Javier Echevarría —segundo sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei—, quien tuvo la precaución de tomar notas a mano de la oración del Padre en la Basílica de Guadalupe, durante la novena que realizó a partir del segundo día de su llegada, y que fue el suceso central de su viaje, como se explicará en su momento. Después de cada visita a la Virgen, don Javier —ordinariamente por la noche— pasaba en limpio aquellas anotaciones, cuyo texto completo no ha sido aún publicado, pero del que aparecerán aquí algunas partes significativas.
Existen tres libros que dedican, un capítulo cada uno, a la estancia de san Josemaría en México: Pedro Casciaro, Soñad y os quedaréis cortos (2008); Margarita Murillo Guerrero, Una nueva partitura (2009); y Rafael Fiol Mateos, Pedro Casciaro. Hasta la última gota (2020), todos publicados en Minos (México). Aunque algunos relatos incluidos en esos textos volverán a aparecer en este escrito, por ser especialmente significativos, he procurado reducirlos o ampliarlos según los casos, para evitar repeticiones o enriquecer la narración de los hechos. Agradezco a Rogelio Vega su apoyo para precisar algunos datos aquí referidos, y a Pilar Alvear sus observaciones para afinar la redacción final del escrito.
San Josemaría pasó la mayor parte de los 40 días en la Ciudad de México, viviendo en la sede de la comisión regional (el organismo de gobierno del Opus Dei a nivel nacional), en el barrio de Mixcoac. Solo se ausentó para estar cuatro días en Montefalco (cerca de Cuautla, Morelos) y ocho en Jaltepec (en la ribera de la laguna de Chapala), dos casas destinadas a actividades de formación —como retiros y convivencias—, dirigidas a todo tipo de personas, y en las que se lleva a cabo una amplia labor de ayuda espiritual y humana a la gente de la zona.
La mayoría de las personas que vieron al Padre lo hicieron en las tertulias, que eran reuniones o encuentros informales en que los asistentes le escuchaban, le preguntaban y contaban experiencias personales, siempre en un clima familiar lleno de alegría. Esas tertulias se llevaron a cabo, en primer lugar, en la sede de la comisión, donde además de los residentes, acudían diariamente invitados del país y del extranjero. Fueron también frecuentes las tertulias en las administraciones de los centros del Opus Dei[3], donde residen las mujeres de la Obra que dirigen la gestión doméstica de las casas de la Obra.
Alguna vez, el Padre acudió también a la asesoría regional (el órgano de gobierno para las mujeres, dependiente del vicario) y a otros centros como Yacatia e Ipala, Dickens y Mercaderes. Pero las tertulias para grupos numerosos se llevaron a cabo en lugares con mayor capacidad: además de Montefalco y Jaltepec, la Escuela Superior de Administración de Instituciones (ESDAI), para mujeres, anexa a la Residencia Universitaria Latinoamericana (RUL); el Centro Internacional de Estudios Superiores (CIES o simplemente «centro de estudios»), donde se formaban jóvenes de la Obra, que colindaba con la comisión regional; la Residencia Universitaria Panamericana (RUP), para estudiantes varones; el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas (IPADE); y el Centro Escolar Cedros.
Los grupos asistentes a aquellas reuniones solían ser homogéneos para facilitar su mejor desarrollo. Lógicamente, muchas de ellas fueron específicas para las personas de la Obra —numerarios, agregados o supernumerarios, varones y mujeres[4]— y cabe resaltar que las tertulias con las numerarias auxiliares —quienes se ocupan de las administraciones— eran especialmente cálidas y espontáneas, como se verá en su momento. También resulta oportuno destacar la capacidad de san Josemaría para adaptarse a públicos tan variados, como podían ser los empresarios del IPADE o las personas del campo, en Montefalco. Puedo afirmar con toda seguridad que él se encontró feliz y completamente identificado con la gente, al punto de que en un momento dado comentó: «Ya soy mexicano de corazón... ».
Además de agradecer a la Virgen de Guadalupe que haya traído al Padre a México, acudo a su intercesión para que estos recuerdos y testimonios de hace 50 años ayuden a los lectores a encontrarse con Jesucristo, que fue siempre la meta y el deseo de san Josemaría.
EL AUTOR
Ciudad de México, 15 de mayo de 2020
En el 50 aniversario de la llegada
de san Josemaría a la República Mexicana
[1] Álvaro del Portillo nació en Madrid el 11 de marzo de 1914. Solicitó su admisión al Opus Dei en 1935 y desde muy pronto se convirtió en el más estrecho colaborador de san Josemaría. Doctor ingeniero de Caminos y doctor en Filosofía y Derecho Canónico. Fue ordenado sacerdote el 25 de junio de 1944. El el 15 de septiembre de 1975 sucedió a san Josemaría