Sasha Masha. Agnes Borinsky

Sasha Masha - Agnes Borinsky


Скачать книгу
que me sentara a su lado, así que lo hice. Olía como la tienda tibetana que hay en el centro del pueblo, un aroma agradable y acogedor. Cuando Jen apagó la luz y comenzamos a ver la película en el enorme televisor de pantalla plana, Tracy se inclinó ligeramente hacia mí y su brazo rozó el mío. La película iba de una mujer que se enamora de un banquero sentimental que resulta ser un vampiro. Me gustaba tener otro cuerpo cerca de mí y me gustaba que fuera el de Tracy. Sentía comodidad e inquietud a la vez, como si me estuviera metiendo en la cama y echando a volar al mismo tiempo.

      Era raro sentarse al lado de una persona que siempre me había intimidado. A mí me iba bien en clase, pero sobre todo porque estudiaba mucho. Tracy estudiaba mucho, pero además, era excepcional. Era la única chica en el equipo de debate y, el último año, se había clasificado en el segundo puesto de todo el estado.

      Entonces empezó a sangrarme la nariz.

      —¿Qué pasa, Alex?

      —Ehhh… Lo siento, perdonad.

      Jen saltó del sofá y me llevó al cuarto de baño del pasillo. Me dejó allí mientras yo me lavaba la sangre de las manos y me apretaba un trozo de papel higiénico contra la nariz. Me quedé allí, mirando la pared azul, esperando a que la hemorragia se cortara. A través del muro, las escuchaba, esperándome.

      Un minuto o dos después, alguien llamó suavemente a la puerta:

      —¿Alex?

      —¿Sí?

      —¿Puedo entrar?

      —Sí.

      Abrí la puerta. Tracy dio un paso y se quedó poco más que en el umbral.

      —Solo quería ver si estabas bien.

      —Sí, solo es una hemorragia nasal.

      —Las odio.

      —Ya ves.

      —Yo encima debo de estar reseca. —Ella se rio—. Siempre se me agrieta la piel.

      —No sé si lo estoy haciendo bien —dije con voz ahogada, apretándome las fosas nasales con el papel higiénico.

      —No eches la cabeza hacia atrás, solo aprieta. Así. Uf, ¡qué frío hace aquí! —dijo con un escalofrío.

      —Pasa si quieres.

      Entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. Yo me separé el papel higiénico de la nariz, pero la sangre seguía fluyendo y un par de gotas cayeron sobre los azulejos del suelo. Me apreté el papel higiénico contra la nariz y tapé las manchas rojas del suelo con los pies. Luego me apoyé contra el lavabo con tanta tranquilidad como pude.

      Y entonces, como de la nada, Tracy dijo:

      —Oye, deberíamos quedar alguna vez.

      —Vale —contesté con la misma voz ahogada.

      —Tampoco tenemos por qué, si no quieres.

      —No, estaría bien.

      —¿Seguro?

      —Sí.

      —Pero de verdad que no tienes por qué si no te apetece.

      —No, creo que estaría bien.

      —¿Crees?

      —Sí, creo que…

      —Deberías aclararte, Alex. Saber bien lo que quieres.

      Abrí la boca, pero no dije nada. Ella se rio y dijo que solo me estaba incordiando.

      Sentí que iba demasiado despacio para la velocidad a la que ella iba, como si siempre estuviera un paso por detrás de ella. Ojalá no tuviera un puñado de papel higiénico contra la nariz. Me pregunté si esa conversación contaba como flirtear.

      —Es solo que… —dije, y tragué saliva—. Es solo que me sangra la nariz.

      Eso la hizo reír un poco. Yo me ruboricé, me di la vuelta y me incliné sobre el lavabo.

      —Perdona, perdona —dijo ella, que me apoyó la mano en la espalda—. No quería reírme. Es solo que eres muy adorable.

      —No pasa nada.

      Comprobé si la hemorragia había parado y esa vez sí, así que me quité el papel higiénico de la nariz y abrí el grifo. La mano de Tracy seguía en mi espalda. Intenté limpiarme las manchas ensangrentadas y mocosas de las fosas nasales tan bien como pude, me lavé las manos y me enjuagué la cara. Me sequé con una toalla y me di la vuelta para decir algo, y en ese momento, ella me preguntó si podía besarme.

      —Oh —dije—. Vale.

      3.

       ropa

      Me desperté antes del amanecer porque Murphy, nuestro gato, estaba rascando la puerta. Abrí poco a poco los ojos en la oscuridad y me llevó un momento entender qué pasaba. Últimamente, Murphy había tomado esa costumbre y me despertaba a horas intempestivas. Cuando yo tenía un día generoso, admiraba su persistencia.

      En cuanto me eché la pasta de dientes en el cepillo y me miré con ojos entrecerrados en el espejo del baño, recordé que me habían besado. Entonces el día comenzó a cobrar forma a mi alrededor. Sentía un cosquilleo —como un toque de menta— en la comisura de la boca, allí donde la humedad de los labios de Tracy había dejado cierta humedad en los míos. Me quedé de pie, recordando, hasta que fui capaz de abrir los ojos por completo.

      Yo era Real.

      No lo sabía la noche anterior, pero cuando Tracy me besó, eso marcó la diferencia. Había besado a Tracy. En un cuarto de baño gélido. El beso me había cambiado. Sentí de nuevo su nariz rozándose contra la mía; esa mañana distinguía incluso su olor, apenas, sobre mi piel. El roce había sido muy suave.

      Mi padre estaba cociendo huevos en la cocina. Llevaba una camiseta roja, y el pelo tieso y revuelto.

      —Buenos días, buenos días —saludó.

      Me eché un bol de cereales y me enganché a mi silla de la cocina como se engancha una hebilla. Me sentía conectado a él. Podíamos ser dos hombres en una cocina. Ninguno de los dos era remilgado y los dos besábamos a chicas.

      —¿Qué estáis dando en clase de Historia? —me preguntó.

      —La Guerra Fría. —Me lo inventé, porque todavía no habíamos dado nada.

      —Ah, sí. Esa es muy divertida.

      Y me reí porque sabía que él quería que lo hiciera.

       separador

      En el autobús, disfruté de las imágenes y sonidos que pasaban al otro lado de la ventanilla.

      En los pasillos del instituto, me sentía gigante.

      Me sentía gigante delante de la taquilla. Me sentía gigante cuando saludaba a la gente que conocía. Me crucé con Jo por el pasillo, que caminaba a toda prisa mientras se hacía un moño alto. Se detuvo lo suficiente para sonreírme de oreja a oreja y darme tres palmaditas en el hombro; por supuesto, tuvo que volver a recogerse el pelo y empezar de nuevo.

      No me apresuré en toda la mañana, no hui de nadie, solo caminé. Ya no tenía que correr para alcanzar a nadie, porque era Real. El mundo no podía dejarme atrás, porque yo era parte de él y era Real.

      Cuando saludé a Tracy en clase de Inglés, temblaba un poco y sentía algo de timidez, pero ella se sentó a mi lado y me apretó el muslo en cuanto sonó


Скачать книгу