El río Magdalena y el canal del dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena. Álvaro Rojano Osorio
que controlaban el contrabando por el río, el capitán a Guerra de Barranca del Rey señalaba que la medida resultaba perjudicial para comerciantes y viajeros que depositaban la carga en las bodegas a orillas del río, ubicadas en este último lugar. Registrada la carga y los pasajeros en la Barranca Nueva, al trasladarse la tropa para Barranca Vieja, debía surtirse en este lugar el mismo procedimiento.
Con la instalación del mesón en Malambillo cayó notablemente la actividad de las barrancas de Malambo, Vieja de Mateo y de la de doña Luisa (Ybot, 1952). La primera barranca había sido la de Malambo, que era una casa de aduana, donde se descargan las mercaderías que se llevan por tierra al Nuevo Reyno, y desde la barranca se suben canoas por el río (Herrera, s.f). La navegación desde el puerto de Malambo es asunto de antigüedad prehistórica (Blanco, 1987); los indios del pueblo de Malambo pidieron a la Corte permiso para ubicar una a orillas del Magdalena para expender los productos de sus labranzas y que, además, sirviera de lugar de alojamiento de pasajeros (Ybot, 1952). De la barranca de Malambo se pregonaba la lejanía con Cartagena, a cuatro días de penoso viaje.
Las bodegas de “Malambillo” no eran las primeras en ser establecidas en esa zona: en 1571 el tenerifano Mateo Rodríguez había sido autorizado por la Audiencia de Santa Fe para instalar una en la Isla del Sordo (Ybot, 1952). El mismo Mateo fue propietario de otra barranca de la que fue despojado por parte de Alfonso López de Ayala y Doña Luisa de Rojas (Ybot. 1952). Otro que tuvo una barranca fue Martín Polo quien, en el año 1575, se apropió de un pedazo de tierra, al sur de la boca del Canal del Dique y a orillas del río, donde abrió un camino de herradura hacia Cartagena, lugar que entonces se denominaba “El Morro de Juan Gómez”, hoy conocido como “La Bodega de Buenavista.”
La barranca de Mateo Rodríguez tuvo como características combinar la circulación de pasajeros y cargas través de un camino real y de un canal acuático que, al decir de Ybot (1952) fue el primer gran germen de donde habría de nacer el Canal del Dique. Según Juan José Nieto, en 1533, el conquistador Pedro de Heredia exploró el río Magdalena hasta la boca de Tacaloa donde el Cauca desemboca en el Magdalena, y regresó a la bahía de Cartagena. La entrada, hacia el anhelado sur, resultaba clara, tenía que hacerse por el río Grande de la Magdalena (Nieto, 2011).
Calle de Barranca Vieja, Bolívar. Foto de Álvaro Rojano
En este lugar, donde estaba la barranca, surgió la población de negros y mestizos que fue identificada como Barranca Vieja, cuyo antecedente fundacional más remoto fue el asentamiento de un grupo de indígenas traídos desde el Urabá, en el año 1537, por Alonso de Heredia. En el siglo siguiente, en 1696, ante el despoblamiento de ese lugar, negros y zambos de San Basilio de Palenque y Cartagena llegaron a poblarlo. Con la política borbónica de agregación, después de 1742, fue propuesta la anexión de los habitantes del sitio de Sato a Barranca Vieja. El corregidor de Mahates se oponía a tal medida advirtiendo que en esta parroquia y cabecera del partido y no en Barranca Vieja, existían las condiciones para que fueran ubicados los habitantes de Sato (AGN, 1722-1745).
La orden dada de agregar Sato estaba soportada en que las montañas cercanas a esa localidad no eran suficientes para que sus pobladores hicieran sembrados y que, además, estaba ubicado en una zona que era inundada por el río Magdalena. Otro argumento consistía en que los habitantes de este sitio eran personas pobres y carentes del pasto espiritual.
Barranca Vieja tampoco estuvo exenta de querer ser agregada a otra población, en 1783 fue sugerida al gobernador de Cartagena su agregación a la población de San Joaquín de Barranca Nueva del Rey. Era una situación que se repetía: en 1752, el cura de Barranca del Rey, Diego Josep Durán, había propuesto al gobierno de Cartagena la “mutación” de la iglesia de Barranca Vieja a la Nueva, por parecer más conveniente para los pobladores de la primera. Basaba su petición en que los habitantes de la Vieja carecían del pasto espiritual.
Sin embargo, el obispo de Cartagena le respondió que en Barranca del Rey hacía cinco años que oían misa cuando pasaba un sacerdote por ese lugar (AGN, 1752). El gobernador no tuvo en cuenta la sugerencia porque, tres siglos después del surgimiento de Barranca Vieja, estaba habitaba por trescientas personas que eran arrocheladas en el bosque Gualí, sembraban el campo con semillas de pancoger, o se dedicaban a pescar o a bogar por el río.
Según el historiador oriundo de esa población, Ricardo Arias, cuando este lugar tuvo la condición de puerto de Cartagena, las embarcaciones iban por el caño de “Chapia”; las ciénagas de “Alejandro”, “Las Mulas”, “Potrero y Potrerito”, “El Pujito” “de Negro”, y el caño del mismo nombre que desembocaba en inmediaciones a Santa Lucía. Del puerto de Barranca Vieja, decía el capitán a Guerra de Barranca del Rey, en 1773, que: “era peligroso, para los barcos, por los peñones que hay a la arrimada en las surtidas y en las inmediaciones, los que forman varios remolinos” (AGN, 1773).
La Barranca de Rodríguez fue transferida a Juan Gómez, y a su mujer María Solís, después la vendieron a Pedro Sánchez de Dávila. En el tiempo en que abrieron el cauce del Canal de Cartagena este último adelantaba obras con las que buscaba comunicar a la ciudad con el Magdalena mediante un canal. En documentos oficiales publicados en Cartagena, siglo y medio después del establecimiento de la barranca, Rodríguez fue reconocido como el descubridor del puerto de Barranca y quien abrió el canal. Aunque, según esos documentos, lo hizo “con excesivos costos” refiriéndose al dinero invertido en las obras.
Dificultades para comunicarse en las provincias de Cartagena y Santa Marta
Medios de transportes: el río y un asno. Fotografía de Tata Mahecha.
Es claro que en los primeros años de la Conquista y durante la Colonia existía una enorme dificultad en comunicar entre sí las diversas regiones del país, eso se colige de numerosos documentos de tiempos de la Colonia. A mediados del XVI los funcionarios españoles se quejaban continuamente de que la colonia estaba prácticamente aislada en sus comunicaciones por tierra (Moreno, Melo, Useche, y Sierra, 1995).
Desde sus orígenes, en la Nueva Granada la geografía fue determinante para aislar a las regiones con escasas comunicaciones y difícil transporte entre una y otra, lo que, en nuestra perspectiva, fue fundamental para explicar la muy deficiente administración como unidad política (Yunis, 2003).
La incomunicación entre regiones y los interiores de las mismas, era lo predominante, basta leer un informe que rinde De la Torres Miranda al virrey sobre fundaciones verificadas en la provincia de Cartagena, en el que señala:
…por qué después de haver sufrido tantas fatigas en innumerables transmigraciones por caños, quebradas, cienegas, ríos y montañas, hasta entonces no traficadas así para fundar las poblaciones como para sacar tantas familias, y Almas de las Rancherías en que estaban arrocheladas, pues algunas vivían á distancia de sus parroquias de más de diez y ocho leguas con Caminos muy peligrosos, y quan intransitables… (Huellas, 1987).
Las vías de comunicación terrestres existentes en las provincias de Cartagena y Santa Marta y con el mismo río, presentaban dificultades para movilizarse por ellas; mientras que el ingreso al río Magdalena por Bocas de Ceniza era casi imposible por la poca seguridad que ofrecían las embarcaciones para sortear esta dificultad natural:
Santa Marta estaba localizada cerca de la desembocadura del río Magdalena, una gran corriente de agua que, de seguro, los españoles lo entendieron rápido y que debía tener sus fuentes muy lejos tierra adentro. Al observar aquel gran río los colonos samarios debieron soñar con los inmensos territorios y los tesoros sin límite que yacían en alguna parte del interior, y que sólo esperaban a que ellos se lanzasen tras su conquista. No obstante, dominar las fuertes corrientes y los ondulantes bancos de arena presentes en la desembocadura del Magdalena no fue nunca una empresa fácil para los inmigrantes europeos de