Historias de mi abuela. Ella May Robinson

Historias de mi abuela - Ella May Robinson


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que Dios haya hablado a los profetas en los tiempos bíblicos, pero que no hablaba a su pueblo de este modo en la actualidad. Los pastores decían a sus congregaciones que las visiones celestiales eran cosa del pasado.

      Pero algunos estudiosos de la Biblia creían que Dios todavía hablaba a su pueblo mediante visiones, así como había prometido que lo haría en los últimos días. Por cierto, pensaban ellos, mientras Satanás envía a sus ángeles para engañar a los hombres, Dios estaría enviando mensajes del cielo para advertir y guiar a su iglesia.

      Durante la reunión en el hogar de los Curtiss Elena de White recibió una visión, y José Bates la observó con atención. Era un hombre honesto, que quería conocer la verdad. Con una sonrisa radiante en su rostro, mientras caminaba por la sala aparentaba ver algo a la distancia. Luego, la escuchó hablar. ¡Pero, qué extraño! ¡Qué maravilloso! Casi no podía creer lo que veía y oía: ¡ella hablaba, pero no respiraba! En suaves tonos musicales, ella describía lo que veía.

      –Veo cuatro lunas –dijo.

      Decía ver varios planetas; uno rodeado con hermosos cinturones o anillos de colores.

      El capitán Bates, de repente olvidó que él no creía en visiones.

      –¡Está viendo Júpiter! –dijo él.

      A medida que ella seguía describiendo lo que veía, él decía:

      –¡Es Saturno lo que ella está describiendo!

      Y luego:

      –¡Ahora está viendo Urano!

      Ella no había mencionado ningún planeta en particular, pero el marinero José Bates había estudiado durante años los cielos y había leído mucho acerca de las estrellas. Sabía de lo que ella estaba hablando.

      Después de un rato, ella comenzó a describir los “cielos abiertos”, una entrada a la región más gloriosa del más allá, que resplandecía de luz.

      El capitán Bates se paró de un salto.

      –¡Cómo me gustaría que Lord William Rosse estuviese aquí!

      –¿Quién es Lord William Rosse? –preguntó Jaime White.

      –Es el gran astrónomo inglés –fue la respuesta entusiasta–. Me gustaría que escuchara a esta señora hablar de astronomía, y que oyera su descripción de los “cielos abiertos”. Está a la vanguardia de cualquier cosa que haya leído sobre el tema.

      Desde aquel entonces, José Bates nunca dudó de que las visiones de Elena de White fuesen sobrenaturales- Mientras comparaba sus enseñanzas con la Biblia, se convenció de que los mensajes que ella daba no eran propios, sino la voz de Dios que hablaba a su pueblo.

      En una oportunidad antes de esta visión, el capitán Bates había intentado conversar de astronomía con Elena, pero descubrió que ella no estaba familiarizada con el tema. Sabía que decía la verdad cuando, posteriormente, ella dijo que nunca había abierto un libro de astronomía. Él también sintió la impresión de que Dios le había dado esta visión en presencia suya, para que él no volviera a dudar.

      En su estudio de las Escrituras, el capitán Bates había aprendido que Jesús y sus discípulos no cambiaron el día de reposo cristiano del séptimo día de la semana al domingo, el primer día, sino que el cambio lo habían hecho los dirigentes eclesiásticos muchos años después de la ascensión de Cristo. Escribió un folleto explicando las razones por las que creía que todos los cristianos debían guardar el día de reposo sabático del Mandamiento, pero no tenía dinero para publicarlo.

      Al retirarse del mar, vendió su barco por once mil dólares. En aquellos días, se lo consideraba un hombre rico; pero ahora era pobre, porque había gastado toda su fortuna en difundir el mensaje adventista. Sin embargo, el impresor accedió a imprimir el folleto sobre el sábado y esperar su paga. Cuando el folleto salió de la imprenta, la cuenta fue pagada por un amigo que ocultó su identidad, y el pastor Bates hizo que el folleto circulara gratuitamente. Le entregó un ejemplar a Jaime White. (A veces llamaban al ex capitán de barco “pastor Bates”, porque dedicaba mucho tiempo a predicar y a dar estudios bíblicos.)

      Jaime y Elena lo leyeron con mucho cuidado. ¡Quizás el pastor Bates tuviese razón! Debían saber exactamente lo que decía la Biblia, porque sin duda querían obedecer a Dios en todas las cosas.

      El folleto estaba impreso con letras tan pequeñas que la señora de White no podía leerlo. Le dolía la vista y la cabeza. Jaime leía un párrafo en voz alta, y luego buscaba los textos; porque aunque el folleto era pequeño, estaba repleto de versículos bíblicos. A menudo, mientras estudiaban, Jaime y Elena se arrodillaban y pedían a Dios que enviara su Espíritu Santo, como había prometido, para guiarlos a la verdad.

      Con ese estudio se convencieron de que Jesús nunca había dicho nada acerca de cambiar el día de reposo del séptimo al primer día de la semana. Ni Jesús ni sus discípulos guardaron el domingo, ni enseñaron a los demás que debían guardarlo.

      Una y otra vez leían que Dios, después de crear el mundo, bendijo el séptimo día, lo santificó y se lo dio a Adán y a Eva, y a todos los que vivirían en el mundo, a fin de recordarles su poder creador. Y leyeron textos que decían que el sábado sería la señal entre Dios y su pueblo para siempre. Cuando Jaime y Elena comprendieron la importancia del sábado, comenzaron a observarlo inmediatamente.

      El frío invierno pasó, y llegó la primavera. A menudo mis abuelos se encontraban con sus amigos en Topsham. Elena había escrito acerca de una visión que tuvo al comienzo de la primavera, durante un estudio bíblico en la casa de Howland:

      “Mientras orábamos, el Espíritu Santo descendió sobre nosotros. Estábamos muy felices. Pronto perdí el conocimiento de las cosas terrenas y quedé arrobada en una visión de la gloria de Dios”. Luego, dijo: “Un ángel me llevó desde la Tierra a la Santa Ciudad. Con Jesús, entré en el templo del cielo.

      “Pasé al Lugar Santísimo. Allí vi el arca de oro [...] Jesús levantó la cubierta del arca, y vi las tablas de piedra en las que estaban escritos los Diez Mandamientos. Me asombré al ver una aureola luminosa que circundaba el cuarto Mandamiento, lo que me llamó poderosamente la atención, y lo hacía brillar más que cualquiera de los otros nueve”.

      La señora de White estudió cuidadosamente para descubrir si el Mandamiento había sido cambiado. ¿Decía: “Acuérdate del primer día de la semana para santificarlo”? Ella estaba segura de que si Dios hubiese cambiado el día de reposo habría cambiado la leyenda en las tablas de piedra en el arca del cielo. Pero, todavía se podía leer: “El séptimo día es reposo para Jehová tu Dios”; el mismo que Dios grabara en las tablas de piedra, para que Moisés las pusiese dentro del arca sagrada.

      Jaime, Elena y los demás adventistas no habían comenzado a guardar el sábado porque José Bates lo estaba predicando, sino porque lo habían aprendido por sí mismos al estudiar la Biblia con mucho cuidado. Y ahora Dios les había dado esta visión, para asegurarles que entendían las Escrituras correctamente, y que era su deber obedecer el cuarto Mandamiento y enseñar a los demás a obedecerlo. La señora de White registró la visión y la instrucción del ángel.

      Le dijo que Dios tenía muchos hijos que guardaban el primer día de la semana porque creían que Jesús y sus discípulos habían cambiado el día de reposo. En estos últimos días, cuando hay grandes conflictos sobre la Tierra, la verdad del sábado se está enseñando más plenamente. Muchos cristianos sinceros están renunciando al día de reposo producido por el hombre y están comenzando a guardar el santo día de Dios.

      Pronto esto les acarreará gran persecución y sufrimiento. Los observadores del sábado serán acusados de causar los problemas del mundo. Pero, Jesús estará con su pueblo fiel; y antes de la destrucción final del mundo, vendrá a salvarlos.

       Una tormenta en el mar

      Una vez, un vapor en el que


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