Historias de mi abuela. Ella May Robinson

Historias de mi abuela - Ella May Robinson


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podemos ir a Randolph. Prometí a los hombres que nos encontraríamos con ellos en Boston. ¿Cómo puedo faltar a mi palabra?

      –Todo saldrá bien –dijo Elena–. El Señor me mostró que debemos ir a Randolph. Lo entenderemos cuando lleguemos allí.

      Al dejar la casa del señor Nichols, los dos hombres enviaron un anuncio de que no habría reunión en Boston esa semana; todos los creyentes debían reunirse en Randolph. Pensaron que le estaban haciendo una jugarreta ingeniosa a Elena Harmon. En Boston encontraría una casa vacía, mientras que todos a los que ella esperaba hablarles estarían en Randolph, escuchándolos predicar a ellos.

      De acuerdo con el anuncio, el domingo de mañana los dos hombres se reunieron con los creyentes adventistas en la casa de Thayer, en Randolph. Estaban sumamente complacidos por haber sido más listos que los esposos Nichols y que las hermanas Harmon. El señor Sargent, que fue quien más habló, había estado diciendo a la gente que ya había pasado el tiempo en que los cristianos debían trabajar.

      –Hermanos –dijo–, estamos en el año del Jubileo, cuando todos debieran descansar.

      No mencionó nada acerca de las mujeres que tenían que cocinar, limpiar la casa y hachar leña mientras sus esposos descansaban. Estos hombres estaban diseminando esta enseñanza fanática por todas partes. Los prudentes preguntaban: “¿Cómo podremos vivir así? ¿Cómo mantendremos a nuestra familia?” Los hombres respondían: “Que los ricos vendan sus posesiones y den a los pobres. Entonces no habrá necesidad de que ninguno trabaje”.

      Ese día en particular, el señor Sargent estaba predicando esta doctrina extraña. Luego, comenzó a hablar de las visiones.

      –Ustedes han oído acerca de esas visiones de Elena Harmon –dijo–. No las escuchen; son del diablo.

      Alguien llamó a la puerta. La familia Nichols entró con Sara y Elena Harmon. Sargent se detuvo a mitad de una oración, demasiado sorprendido como para continuar. Abruptamente pidió al señor Robbins que anunciara el himno final.

      –Nos volveremos a reunir después del almuerzo –dijo.

      El almuerzo terminó pronto, y la gente volvió a la sala, ansiosa por ver lo que sucedería a continuación.

      En la oración de apertura, el Espíritu del Señor dio una visión a Elena. Esto desagradó a Sargent y a Robbins. Era lo último que querían que la gente viera, porque sabían que Elena se oponía a la enseñanza extraña. Todas las miradas permanecían fijas en dirección a la joven que estaba en visión. De tanto en tanto, ella pronunciaba palabras de consuelo y esperanza.

      Debo hacer algo para apartar la atención de ella, pensó el señor Robbins para sus adentros. Entonces, se puso en pie y anunció un himno, pero casi nadie se sumó a los dos hombres que cantaban. El señor Sargent levantó su Biblia y comenzó a leer a los gritos, tratando de ahogar la voz de Elena.

      –¿Podrían dejar de cantar y leer, por favor? –fue el pedido de la audiencia–. Queremos escuchar lo que está diciendo la hermana Elena.

      Eso era justo lo que los dos hombres no querían. Siguieron gritando y cantando hasta que ambos quedaron roncos, y les temblaban tanto las manos que apenas podían sostener los libros. Pero la voz de Elena, que parecía estar conversando con alguien en la visión, resonaba clara y nítida. Se podía oír cada palabra.

      Todos en la sala podían ver que ella estaba bajo el control de un poder divino. Observaban sus movimientos solemnes y el hecho de que no respiraba, incluso cuando repetía frases que se le decían en visión frente al atento grupo. Había susurros:

      –Su mensaje no puede ser del diablo; está lleno de ánimo y consuelo, y del amor de Dios.

      –Sus palabras son como una voz del cielo.

      –Sin duda, estos hombres nos han estado mintiendo.

      –Esta visión me hace acordar a las visiones que Dios daba a los profetas en los tiempos bíblicos.

      El señor Thayer se puso en pie.

      –Me dijeron que las visiones que vienen de Satanás pueden detenerse colocando una Biblia abierta sobre la persona que tiene la visión. Señor Sargent, ¿quisiera hacer esta prueba?

      El señor Sargent se negó.

      En ese momento, Elena estaba descansando en una silla en un extremo de la sala, recostada contra la pared. El señor Thayer levantó una gran Biblia familiar de la mesa y la puso sobre el pecho de ella.

      Inmediatamente ella levantó la Biblia con una mano. Avanzó hasta el centro de la sala, levantó la Biblia por sobre su cabeza, y exclamó:

      –¡El testimonio inspirado de Dios!

      Durante una hora sostuvo esa pesada Biblia con una mano por sobre su cabeza, y daba vuelta las páginas con la otra mano. Sin mirar el libro, señalaba con el dedo los mismos versículos que estaba repitiendo.

      –Veamos si los está citando correctamente –sugirió alguien.

      Puso una silla al lado de Elena y se subió, para poder mirar la Biblia por encima. Exclamó, sorprendido:

      –La hermana Elena da vuelta las páginas y señala con el dedo exactamente los textos que usa. ¡Sin mirar, los cita correctamente!

      Otros también se subieron a la silla para comprobarlo personalmente, y decían con asombro:

      –¡Esto es maravilloso! No está viendo esos pasajes con sus ojos naturales. Se los muestran en su visión.

      Las palabras que ella pronunciaba trajeron esperanza a la gente. Podían ver que Dios les hablaba a ellos mediante su débil y humilde mensajera.

      Después de un rato, Elena buscó pasajes que describían el castigo de los malvados en el día del Juicio. Mientras tanto, el señor Sargent y el señor Robbins se mostraban turbados y callados. ¿Qué harían ahora? El grupo esperaba ansioso. ¿Confesarían su pecado? Pero eran demasiado orgullosos. Al cierre de la reunión, se fueron sin reconocer que habían estado equivocados.

      El señor Robbins había alardeado frente a Sarah Harmon en cuanto a que podía lanzar un hechizo sobre Elena y sacarla de visión. Pero aquí, ante la presencia del poder de Dios, tuvo miedo incluso de intentar cumplir con su amenaza.

      Cerca de la puesta de sol, encendieron velas. Mientras Elena estuvo en visión no respiró, ni era consciente de nada de lo que sucedía en la sala. Ahora comenzó a respirar, y a reparar en las personas que estaban a su alrededor.

      Esta es la visión más larga de la que haya registro. Duró casi cuatro horas.

      Exclamó sorprendido:

      –La hermana Elena da vuelta las páginas y señala con el dedo exactamente los textos que usa.

       El predicador joven y apuesto

      ¿Te gustaría saber cómo Elena Harmon, mi abuela, conoció a Jaime White, su esposo? Esta es la historia.

      Un día, William Jordan y su hermana invitaron a Elena a hacer un viaje a Orrington, un pueblo situado a 240 kilómetros al noreste.

      –Vamos a devolver un caballo y un trineo que nos prestó un joven pastor adventista, llamado Jaime White. Está teniendo problemas con algunos fanáticos. Si vienes con nosotros, podrías ayudarlo a resolverlos.

      Muy pronto, los tres estaban deslizándose sobre la nieve al ritmo de los cascabeles y el compás de los cascos de los caballos. Después de un trayecto que debió de haber requerido casi dos días, llegaron a destino al final de la tarde. Cansada del largo viaje, Elena prestó poca atención al joven pastor que le presentaron esa noche.

      A la mañana siguiente, después de orar juntos, los tres decidieron acompañar a Jaime White, el joven


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