Encuentros decisivos. Roberto Badenas

Encuentros decisivos - Roberto Badenas


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y la superior. La sabiduría inferior se mide por la cantidad de conocimiento que tiene una persona, y la superior, por la conciencia que ella tiene de lo que no sabe. Los verdaderos sabios son los más convictos de su ignorancia […]. La sabiduría superior, tolera; la inferior, juzga; la superior, comprende; la inferior, culpa; la superior, perdona; la inferior, condena. La sabiduría inferior está llena de títulos, en la superior nadie sale graduado, no hay maestros ni doctores, todos son eternos aprendices» (El Maestro del amor. Análisis de la inteligencia de Cristo, Nashville: Grupo Nelson, 2008, pág. 15).

      27 . E. G. White, El Deseado, pág. 111.

      28 . Juan 7: 46.

      29 . Mateo 5: 47-48.

      30 . «Jesús ha enseñado algo infinitamente mejor que una sofística depurada o una moral cívica fundada en la justicia; ha querido transformar a los hombres a su semejanza, según las palabras de su anunciador Ezequiel: “Yo os daré un corazón nuevo, y depositará en vosotros un nuevo espíritu, y arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y pondré en vosotros mi espíritu”» (G. Papini, Historia de Cristo, pág. 326).

      31 . En la tradición hebrea el trabajo manual es sagrado: «Aquel que gana su vida con su trabajo es más grande que el que se encierra ociosamente en su piedad», decían los rabinos. Porque Dios ya puso al hombre en el jardín del Edén «para que lo labrara y lo guardase» (Génesis 2: 15). Y el trabajo es tan honroso, añaden, que «el artesano en su trabajo no tiene necesidad de levantarse ante el más grande doctor». Por eso, para no citar más que algunos de los más prestigiosos rabinos, Hillel fue leñador, Yehuda panadero, y Yohanan zapatero. El primer gran rabí cristiano, Saúl de Tarso, era fabricante de tiendas (Hechos 18: 3).

      32 . La palabra que nuestras biblias traducen por «iglesia» (ekklesia en griego), significa una asamblea de personas que han respondido a una invitación (Mateo 16: 18). «Con el llamamiento de Juan, Andrés, Simón, Felipe y Natanael, empezó la fundación de la iglesia cristiana» (E. G. White, El Deseado, pág. 114).

      33 . Santiago 2: 27.

      34 . Mateo 22: 37-40.

      35 . cf. Enrique Rojas, Vive tu vida, Planeta: Temas de Hoy, 2013, pág. 83.

      36 . Lucas 8: 1-3 dice que las mujeres discípulos eran muchas; menciona por nombre a María Magdalena, a Susana y a Juana, la mujer de Cuza, el intendente de Herodes.

      37 . E. G. White, Palabras de vida del gran Maestro, Mountain View: Publicaciones Interamericanas, 1971, pág. 57.

      38 . cf. Filipenses 4: 11.

      39 . Filipenses 4: 13.

      40 . Dionisio Byler, Jesús y la no violencia, Terrassa: Clie, 1993, pág. 48.

      41 . Augusto Cury afirma: «Si el mundo político, social y educativo hubiese vivido mínimamente lo que Cristo vivió y enseñó, nuestras miserias hubiesen sido extirpadas, y hubiésemos sido una especie más feliz» (El Maestro de maestros, págs. 189-190).

      42 . «Como la flor se dirige hacia el sol para que sus brillantes rayos le ayuden a perfeccionar su belleza y simetría, así deberíamos volvernos hacia el Sol de Justicia, a fin de que la luz celestial brille sobre nosotros y nuestro carácter se transforme a imagen de Cristo» (E. G. White, Camino a Cristo, Madrid: Safeliz, 2013, pág. 69).

      43 . Hechos 9: 2; 19: 9, 23; 22: 4; 24: 14, 22.

      3

      El llamamiento

      Remendar nudos no es una tarea agradable, y menos después de una noche de infructuosa captura.

      Con gesto cansado, Simón deja caer la vieja red sobre la arena y se pasa el dorso del brazo por la frente, apartando hacia atrás sus rizos mojados. Su espalda desnuda, curtida por las intemperies, se estremece un instante, perlada de sudor.

      Siempre lo mismo, cada día: por la noche a pescar, de mañana al mercado, después a repasar las redes, y más tarde a intentar dormir… para volver a empezar al anochecer. Y así un día tras otro, siempre igual. Como si su vida estuviera atrapada en redes aun más enmarañadas que las que tiene en las manos.

      —Si al menos pudiéramos comprar mallas nuevas no tendríamos que pasar tanto tiempo cada día remendando estas, tan gastadas y rotas. Pero los tiempos son malos y los préstamos difíciles de pagar…

      Simón permanece inmóvil, con la mirada perdida en el horizonte. Los destellos del sol sobre las aguas le obligan a entornar sus ojos soñadores. Él no quisiera ser un simple pescador toda la vida, atado a una vieja barca y a unas frágiles redes. Sobre todo, ahora que se ha casado y tiene que mantener a su mujer y a su suegra.

      Ser pescador en Capernaúm es condenarse a una monótona sucesión de noches faenando y de días pugnando con el fugitivo sueño. Es seguir enredado en una lucha sin futuro contra la miseria. Nada que pueda satisfacer los deseos de un corazón como el suyo, sediento de aventuras y, por qué no, de grandezas.

      Simón sueña, al igual que algunos de sus compañeros, con salir de allí y llenar con algo grande su vacío interior. Pero el único aliciente de cada jornada es la incierta captura con que llenar los cestos que lleva cada mañana su mujer al mercado. Unos días más, otros menos, pero siempre la misma rutina.

      Excepto hoy, que el maestro al que sigue su hermano Andrés se ha acercado hasta él y le ha pedido prestada su barca. Quería hablar con más detenimiento a un grupo de seguidores, que beben sus palabras y que no le dejan salir del embarcadero. La fama del galileo no ha cesado de extenderse por la región, y una multitud variopinta quiere escuchar en persona al hombre del que se cuentan cosas increíbles.

      Porque las palabras del maestro tienen tal encanto que atrapan como redes.

      Allí siguen todavía muchos, incapaces de despedirse, mientras los niños chapotean entre risas y juegos por la playa.

      Apoyado en la barca, con los pies descalzos metidos en el agua, este hombre incansable atiende, acogedor y paciente, a las gentes que se agolpan en torno suyo anhelando palabras de vida. Y de vez en cuando, alargando su mano a la superficie del agua, salpica a los pequeños que corretean provocándole, sin importarle que se le moje el borde del manto.

      De vuelta a su tarea, la atención de Simón regresa a los enredos de sus nudos.

      El pescador sigue a la espera de un acontecimiento decisivo que lo desligue de sus ataduras


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