Encuentros decisivos. Roberto Badenas

Encuentros decisivos - Roberto Badenas


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visto una pesca mayor! Por fin van a poder comprar nuevas redes, y si acuden a tiempo sus vecinos para echarles una mano y entre todos consiguen arrastrar los pescados a la playa sin que las mallas se vuelvan a romper, ¡quizá hasta podría comprarse una barca nueva!

      Siguiendo las indicaciones del misterioso maestro su sueño de toda la vida se está haciendo realidad. Esta captura supera a la mejor que había imaginado nunca. Sus amigos llegan con dos barcazas más para ayudarle, y los tres barcos repletos de pescado amenazan hundirse bajo el peso de su preciosa carga. Quizá, a pesar de todo, la vida de pescador no sea tan ingrata.

      El regreso a la costa es una entrada triunfal, un momento estelar en la rutina de su existencia. Jadeante de excitación, Simón exulta entre los gritos de alegría de sus compañeros. El alborozo es tal que una multitud de vecinas curiosas, de pescadores intrigados y de chiquillos semidesnudos acude al encuentro de las barcas acarreando cestos y más cestos que se van llenando de peces saltarines.

      Radiante y agitado, Simón brega de un lado para otro disfrutando de aquella hora de gloria, de aquella súbita riqueza, que lo ha convertido en un héroe.

      Cuando las redes, que han aguantado de milagro los tirones de tanto peso, quedan por fin vacías, y los cestos han desaparecido hacia el mercado sobre la cabeza de las mujeres y en los brazos vigorosos de los hombres, Simón se vuelve hacia el maestro, que sigue allí, como si lo estuviese esperando. Descalzo sobre la playa, se entretiene en devolver al agua algunos pececillos que, por demasiado pequeños, fueron despreciados por los pescadores, y saltan inquietos centelleando sobre los guijarros.

      Simón se adentra en el lago para asearse un poco, saboreando el placer de sentir el frescor del agua subir en oleadas relajantes sobre su cansado cuerpo, sucio de algas, de sudor y arena.

      Al salir ya limpio, su mirada queda atrapada por los ojos risueños y penetrantes del maestro, que le sigue esperando. Entonces le escucha formular una inesperada invitación:

      —Si me sigues, Pedro, un día pescarás hombres.

      Simón vacila un instante ante el insólito llamamiento. No es que no se fíe del nazareno, pero le da vértigo constatar que en su decisión se juega su futuro, allí mismo, en ese mismo momento. Puede optar por seguir pescando, quizá hasta con una barca nueva. O puede decidir seguir al maestro, que lo está llamando en serio, y que le promete enseñarle a «pescar hombres», como a su hermano Andrés, y a sus amigos Juan y Jacobo.

      ¿Qué es lo que, de veras, más quisiera en el mundo?

      Esta pesca milagrosa le deja clara al menos una cosa: un solo momento con Jesús vale más que toda la vida sin él.

      Turbado, Simón cae de rodillas ante el maestro y le dice:

      —No, rabí, yo no soy digno de ser tu discípulo. Aléjate de mí, que soy más pecador que pescador.

      El maestro extiende su mano hacia su hombro, que se estremece ligeramente ante el cálido contacto y, con un enérgico abrazo, lo atrae hacia sí como se abraza a un amigo.

      Simón —¿o era ya Pedro?— aguanta la mirada de aquel que lee el corazón, y ve en sus ojos algo que le promete colmar sus mayores ilusiones. Algo capaz de dar por fin sentido, dirección y propósito, a su vida. Intuye que lo de pescar hombres tiene que ver con colaborar en la enorme misión que el nazareno llevaba entre manos, de intentar salvar al mundo.

      Las extrañas palabras del maestro, que se dirigen también a sus amigos pescadores, resuenan llenas de fuerza y misterio en los oídos maravillados del nuevo discípulo:

      —Seguidme y yo os haré pescadores de hombres.

      Simón, que ahora ya es Pedro, entiende bien lo que Jesús le pide:

      —Deja aquí tus redes y tu barca con tu familia. Ellos las van a necesitar. Yo a ti prometo embarcarte en otro tipo de nave, enseñarte a usar otras redes y a buscar otra pesca. Y desde luego, en otro mar. Sin orillas.

      Pescador de hombres. Si eso es ser como Jesús, eso es lo que Pedro desea. No comprende el exacto significado de esas palabras, pero viniendo de quien vienen las acepta turbado.

      Sobre la dorada arena de la playa van quedando marcadas las huellas del maestro, como una estela luminosa que le invita a seguirlas. Sobre ellas se van confundiendo las huellas, entre vacilantes y vigorosas, de quien ya no quiere seguir siendo un simple pescador de peces.

      El sol de la tarde resplandece aún con fuerza sobre el lago.

      A lo lejos va quedando la pequeña aldea de pescadores, su casa, su barca y sus redes. Allí queda también, ocupada en el mercado del puerto, su familia disfrutando de la pesca milagrosa. Todo va quedando atrás, mientras Pedro ve abrirse ante sí un futuro radiante, como aquel sol que casi le ciega sobre las olas.

      Los suyos no entienden que lo deje todo ahora. No saben que lo que le espera vale mucho más que todo lo que deja. No ven todavía la diferencia abismal que existe entre la incierta satisfacción de capturar peces y el gozo supremo de guiar a seres humanos hacia el reino de Dios.

      1 . Gabriel Miró describe así el lago de Genesaret desde Capernaúm: «El confín se cerraba con la rubia serranía de Djaban. Más a la izquierda asomaban las sienes de nieve del Gran Hermón; a la diestra, el llano pomposo; y lejos, el Thabor, ancho, desnudo, fuerte, semejando la cúpula de la patria hebrea» (Figuras de la pasión, Madrid: Biblioteca Nueva, 1973, 9ª edición, pág. 17).

      2 . Mateo 4: 18-22; cf. Marcos 1: 16-20.

      3 . E. G. White evoca esta escena diciendo de Pedro que «mientras miraba sus redes vacías, el futuro le parecía oscuro» (El Deseado, pág. 212).

      4 . El arameo Kepa o Cefas significa ‘piedra’, ‘canto rodado’, en griego petros, término que ha evolucionado en castellano hasta dar el nombre de Pedro.

      5 . Juan 1: 42.

      6 . Cuando Jesús pregunte a sus discípulos si desean abandonarlo para seguir con sus vidas de antes, Pedro responderá: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Juan 6: 68).

      7 . Pasaje inspirado en Lucas 5: 1-11.

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