Economía del espíritu. Dorothea Ortmann

Economía del espíritu - Dorothea Ortmann


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trabajo y, sobre todo, la libertad de selección de los trabajadores (Weber, 1977:131-132). A fin de cuentas, para Weber, «racionalidad» es una «racionalidad capitalista» que, por el hecho de que todos los países deben industrializarse, asume carácter universal. Debido a ello, Weber se hace, consciente o inconscientemente, vocero del neoliberalismo; para él, sin embargo, el problema central no era este, sino la pregunta: ¿cómo fue posible que los individuos pudieran liberarse de sus antiguas formas de vida para volverse individuos libres? Este giro a lo individual fue criticado por Walter Mommsen, Georg Lukács y Herbert Marcuse, quienes rechazan el uso arbitrario del concepto «racionalidad», así como la idea de que la «racionalidad capitalista» sería una racionalidad histórica universal (Marcuse, 1971).

      En la medida en que Weber individualiza los procesos históricos es entendible que su interés descanse sobre el actor social y, en este caso particular, sobre la burguesía emergente que proviene de los artesanos del siglo XVI, para luego indagar cómo y bajo qué circunstancias se desenvuelven estos en el proceso social laboral. Encontramos reafirmada esta crítica en un ensayo reciente del sociólogo español José García Blanco, quien afirma que Weber individualiza las características fundamentales del capitalismo moderno (García Blanco, 1986) y eso se refleja en el uso del concepto de la «racionalidad»: «[…] para Weber, el capitalismo encarna de forma típica el racionalismo económico, que en general significa el sometimiento de toda la actividad económica al cálculo económico exacto y los principios de la ciencia y la técnica modernas y, más específicamente, la organización racional del trabajo, la cual solamente es posible sobre la base del trabajo formalmente libre» (Weber, 1992:12-15). Aunque «racionalidad» referida a la administración de una empresa va más allá de aspirar solamente al lucro que uno puede ganar a través de ella, no es una categoría para garantizar la lógica de un enunciado; según Weber, es una acción que se realiza sobre la base del interés y que se ve en la condición de reemplazar un quehacer aprendido por la tradición, por una acción guiada por un interés. Según Habermas (1992), Weber usa el concepto de racionalidad refiriéndose a tres aspectos: el uso de los medios de una manera plausible y racional, la finalidad de una acción y la orientación sobre la base de valores. La racionalidad instrumental se mide en un planeamiento efectivo, la racionalidad en la elección entre varias acciones posibles se mide en la certeza de su cálculo y la racionalidad normativa se mide por su fuerza integradora de los grupos actuantes. La interrelación entre racionalidad de fin y racionalidad de valor genera un nuevo tipo de actor social capaz de implementar en la vida practica estas formas de racionalidad en su conjunto, lo que se refleja en un estilo de vida metódico y racional, condiciones que cumplen los grupos religiosos disidentes del siglo XVI.

      La presunción de Weber de concentrarse en el individuo es guiada por la filosofía de la vida de pensadores como Willhelm Dilthey y Heinrich Rickert, según los cuales los procesos históricos no pueden presentarse como algo abstracto, sino siempre a través de individuos actuantes. Por ello, Weber busca la institucionalización de un actuar racional no en condiciones sociales, sino en actores, y los encuentra en algunos religiosos del siglo XVI. Para él, paradójicamente, la racionalidad en Europa se presentó primero en el campo religioso, antes de ser aplicada en el campo económico y jurídico. Una vez establecida esta premisa, se interesa por aquellos grupos disidentes que eran, según él, los portadores de la modernidad a partir de su estilo de vida ordenado y metódico. Este estilo de vida se transmite mediante una educación religiosa que apunta a una nueva ética frente al trabajo. El trabajo se vuelve una forma de adquirir santidad porque ocupa todo el día y no deja espacio para el ocio o alguna actividad viciosa. Esta sistematización del actuar cotidiano influyendo sobre la eficacia y el logro del trabajo, significaba que la productividad aumentaba. Weber describe dicho proceso no mediante las condiciones económicas cambiantes, sino a partir de la idea de que para poder dar este salto era necesario que existiese una disponibilidad en el individuo para asumir mayor carga de trabajo. Por ello, se interesa por el individuo y los procesos psicológicos, como lo manifiesta varias veces en su ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

      Dicho de otro modo: como Weber interpreta los procesos históricos sobre la base de los actores sociales, busca dentro del desarrollo histórico aquel mecanismo que impulse un accionar racional. Descubre este fenómeno entre los religiosos de origen calvinista, quienes debido a su preocupación por ser salvados quieren actuar de tal manera que no se arriesgue su salvación. Esta actitud les exige que se preocupen de sobremanera por las buenas acciones y una fe eficiente. Dicha eficacia está garantizada por una actividad laboral incesante y metódica, en la cual no se despilfarra ningún momento con actividades no eficientes o inútiles. Weber es consciente de que no puede construir su argumentación únicamente sobre supuestos ideales, sino que debe hacerlo en relación con las bases materiales de la sociedad. Pero lo que le preocupa es que el impulso para cambiar la actitud no viene necesariamente desde la misma estructura material de la sociedad, sino que procede de un comportamiento psíquico. Como se ha visto tradicionalmente, las religiones tenían la función de canalizar los afectos e impulsos, y tenían, también, la fuerza suficiente para frenar procesos sociales. Es esta fuerza de la religión lo que Weber quiere investigar (1992:19):

      Por tanto, en una historia universal de la cultura, y desde un punto de vista puramente económico, el problema central para nosotros no es, en definitiva, el del desarrollo de esta actividad capitalista, sólo cambiante de forma, en cuanto tal (al del tipo aventurero, la del capitalismo comercial o del capitalismo orientado a la guerra, la política, la administración y las oportunidades de lucro ofrecen), sino más bien el surgimiento del capitalismo burgués con su organización racional del trabajo libre; o, en otros términos, el de origen de la burguesía occidental con sus propios características […].

      Agustín Pániker, el publicista español de ascendencia india, critica la postura de Weber por eurocentrista e inapropiada, sobre todo su afirmación de que en las demás culturas no se conoce la racionalidad. Pániker nos demuestra que el sistema decimal, que todo el mundo usa hoy en las matemáticas, es de origen indio. Lo novedoso de dicho sistema numérico consiste en incluir el cero como número válido. Esto es resultado de una alta abstracción. Además, nos recuerda que en la antigua filosofía india existieron corrientes materialistas racionales que solamente aceptaban afirmaciones comprobadas por hechos empíricos. Como Weber hace omisión a tales hechos históricos, Pániker censura la tesis de que solo en Occidente había arte y ciencia racional y que todo lo demás sería una especie de folklore. Para Pániker, aquella generalización es simple expresión de ignorancia y revela deseos, no la realidad. El autor resume su crítica de esa manera: «Así, el racionalismo se alza como la gran particularidad occidental, en especial de la Europa protestante-capitalista, desde el siglo XVII en adelante. El racionalismo sería el resultado del desarrollo —casi en términos evolutivos— de cualidades inherentes a Occidente y nada habría tenido que ver ni el colonialismo ni la interacción con otras sociedades y mundos» (Pániker, 2005).

      El ataque de Pániker enfoca sobre todo en el hecho de que en la tradición occidental un intelectual copió de sus antecesores los estereotipos con respecto a otras culturas que luego nadie comprobó. No nos debe sorprender que el conocimiento sobre culturas lejanas se nutra de textos mitológicos. Por ende, no servirían para construir una teoría sobre ellos. Afirma también que la tesis de Weber de que el ordenamiento racional se construye sobre la irracionalidad salvífica de algunos grupos religiosos carece de argumentos sólidos porque los protestantes no eran más racionales o irracionales que los budistas zen o la gente que confesaba el neo confucianismo. Pániker sospecha en la argumentación de Weber la presencia de una buena porción de neocolonialismo que no permite juzgar las demás culturas con sus debidos méritos (2005):

      Admitamos de una vez que el moderno capitalismo no es ni la única forma de capitalismo ni la sola economía «racional» posible. Dudo que los católicos de Venecia del siglo XIII, los jainistas de la India Occidental del XVI o los industriales japoneses del XX necesitaran de este precario don calvinista para producir sus capitalismos y modelos de prosperidad. Alain Touraine dice acertadamente que lo que Weber describe no es la modernidad, sino un modo particular de modernización. A decir verdad, el racionalismo ha sido una corriente bastante periférica en Occidente. La hegemonía se la lleva el dogmatismo eclesiástico cristiano. Y si Occidente se ha liberado de eso (cosa que todavía está por verse) no habría


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