Mi rancho será tuyo. Erina Alcalá

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      MI RANCHO SERÁ TUYO

      Erina Alcalá

      Primera edición en ebook: mayo, 2021

      Título Original: Mi rancho será tuyo

      © Erina Alcalá

      © Editorial Romantic Ediciones

       www.romantic-ediciones.com

      Diseño de portada: Olalla Pons - Oindiedesign

      ISBN: 9788418616358

      Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

      Cuando creas que todo está perdido,

      no te olvides que aún te queda tu fe,

      tu cerebro, tu voluntad y tus dos manos para cambiar tu destino.

      CAPÍTULO UNO

      Un año antes en el Hospital HCA Houston Healthecare de Texas…

      Se encontraba Michael Morris, de veintinueve años, haciéndose todo tipo de pruebas. Había tardado en ir, por cabezota. Su capataz, Set, del rancho Morris en Olmos Park, a cuatro kilómetros de San Antonio Texas, ya llevaba tiempo diciéndole que tenía que ir al hospital o, al menos, al médico.

      Todo comenzó casi ocho meses antes con veintisiete años. Se caía del caballo, tropezaba demasiado, se caía al suelo en pleno rancho y a veces no se sostenía. Pero él decía que sería cansancio.

      Lo cierto era que desde que su madre murió de cáncer, se quedaron los dos hermanos solos con el padre. Su hermano mayor, dos años mayor que él, Robert, había tenido un año después de la muerte de su madre una gran bronca con su padre, porque este quería que se hiciera cargo del rancho con su hermano, y Robert dijo que no, que quería ir a la universidad antes para estudiar Derecho, tener una carrera universitaria como sus compañeros de instituto, y así poder llevar las cuentas y demás.

      Siempre había querido tener un título universitario, era inteligente y solo serían cuatro años, no haría máster para no perder un año más, pero su padre, un gran trabajador y que era un tipo rudo, le dijo que no; Robert le comentó que su hermano podía ocuparse esos años mientras él volvía. Michael sabía llevar el rancho, y aunque también quería ir a la universidad, no dijo nada. Si dejaba a Robert, cuando este volviera pediría ir él, y le gustaba el rancho, aun así, el padre se negaba.

      Por más que los quería convencer de que los dos llevarían el rancho junto a él, no dio su brazo a torcer.

      —Si te vas, te irás sin un dólar, no voy a pagarte la universidad —decía el padre.

      La cosa casi llega a mayores, si no es porque medió el menor de los hermanos, Michael, que había sido más de su madre y aún sufría por no tenerla.

      Robert preparó una maleta con algo de ropa y se fue del rancho.

      —Cuídalo, es un testarudo —le decía Robert.

      —Hermano, no te vayas.

      —Tengo que irme, Michael, tú sabes llevar esto, volveré dentro de cuatro años.

      —Por aquí no vengas, nada será tuyo, mañana voy al notario. Jamás vengas a mi rancho —dijo el padre—. Nada será tuyo a partir de que salgas por esa puerta.

      Pero Robert salió y se fue.

      Ya habían pasado trece años y Michael se quedó solo, porque el padre con rabia, se marchó a la mañana siguiente a San Antonio a hacer un nuevo testamento, con tan mala fortuna de que tuvo un accidente antes de llegar y murió en el acto.

      Y Michael se quedó solo a los diecisiete años en ese rancho, sin nadie, salvo Set, su capataz, que fue su padre, Nat, su mujer, su madre y los chicos que trabajaban en el rancho Morris.

      Fue un gran golpe porque apenas era un adolescente para hacerse cargo de ese rancho sin su hermano y este no contestó a las miles de llamadas que le hizo ni él ni Set. Y se dieron por vencidos.

      —Esperemos que Robert se entere y vuelva, Michael, no te preocupes.

      Pero el tiempo pasaba y no volvió.

      Él se hizo con el rancho, que ya de por sí era grande con más de 10000 cabezas de ganado. Y trabajó siendo un adolescente; lo dio todo por ese rancho, perdiendo parte de su juventud, porque él también hubiese querido ir a la universidad. Y a veces se preguntaba dónde estaría su hermano, lo echaba de menos, habían sido más amigos que hermanos y Robert siempre lo cuidaba, pero ni una carta, ni ninguna llamada hizo al rancho jamás en esos años.

      Y allí estaba ahora, sin casi movimientos en sus músculos y sin saber qué le pasaba.

      Se quedó dos días con Set en el hospital. Este daba instrucciones a los chicos por teléfono y a su mujer Nat desde el hospital y les dijo que volverían al día siguiente.

      Michael se había dedicado al rancho descuidando un poco las casas y el barracón de los chicos y Set se lo decía.

      «El año que viene», decía siempre.

      Estaban sentados, Michael en una silla de ruedas y Set detrás de él en la consulta del doctor; este llevaba todos los informes médicos.

      —Dígame, doctor, ¿qué me pasa?

      —Lo siento, Michael, tienes una distrofia muscular rara que avanza a pasos agigantados.

      —¿Es grave?

      —Me temo que sí.

      —¿Con veintinueve años?

      —Lo siento, muchacho.

      —¿Voy a morirme?

      —Tienes un año por delante, poco más, si te cuidas, haz lo que siempre has querido, pero sí, te queda un año de vida. No voy a mentirte. Te daré para el dolor medicinas, ahí las llevas, pero esta enfermedad no tiene aún solución, los dolores se paliará al final con morfina, porque tus músculos van a estar rígidos cada vez más y al final será la circulación, la que no podrá hacer su función. Será como si tu cuerpo te atrapara.

      —Un año solo…

      —Sí, ahora estás bien, en menos de ocho meses vendrá lo peor. Lo siento.

      —¿Tengo que venir?

      —No, no hace falta, el doctor de Olmos Park puede llevar tu caso, hablaré con él para que te vaya recetando los medicamentos a medida que te vayan haciendo falta y le contaré tu caso, te aconsejo que contrates a un quiromasajista para alargar la atrofia muscular. Si fuese a diario, mejor.

      Y le enseñó fotos de la enfermedad.

      —Así es cómo vas a verte, lo siento. Sí, Michael, no voy a mentirte. No me gusta mentir a mis pacientes. No somos niños ya.

      —¡Joder!

      —Lo siento, muchacho.

      —Medicinas, morfina, y al final, cuidados paliativos.

      —Gracias, doctor.

      Set salió llorando y él sin poder creerlo.

      —Mi hermano, tengo que verlo, Set.

      —Intentaremos encontrarlo, Michael.

      —A mi padre no le dio tiempo de cambiar el testamento.

      —Buscaremos en dos meses a ver si damos con él.

      Y se fueron a casa.

      —Set, ¿estás bien?

      —Sí,


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