Mi rancho será tuyo. Erina Alcalá

Mi rancho será tuyo - Erina Alcalá


Скачать книгу
chicas… —dijo Marian.

      —No te preocupes, poco puedo hacerte en este estado.

      —No es por eso.

      —¿Quieres tomar algo?

      —Sí, una coca cola.

      Y él llamó al camarero para pedir dos coca colas.

      —¿No bebes?

      —No puedo, tomo medicación. Bueno, ¿es cierto que vives con tu abuela ogro?

      —Sí. Pero me independizaré en cuanto encuentre trabajo. Ha sido un infierno vivir con ella. Pero si quería estudiar…

      —¿Tuviste beca?

      —Sí, así que le debo poco, la comida, no toda, y la estancia. Nunca quiso que mi madre se casara con mi padre, era pobre y ella tenía un solo hijo único y rico.

      —¿Y eres feliz allí? Donde vives.

      —Vivo en Cádiz, en España. —Y él sacó el móvil—. Es el sur, tiene costa.

      —Sí, tiene unas playas preciosas.

      —¿Y tú?

      —Mira, Marian, cuando te dije que venía a buscar una mujer, no era una broma.

      —Ah, ¿no?

      —No. Te voy a contar a grandes rasgos mi vida.

      Y cuando acabó, ella lo miró.

      —¿Te queda un año de vida?

      —Sí.

      —Pero tienes veintinuve años…

      —Sí, un hermano perdido que no volveré a ver, lo cual me duele en el alma, y un gran rancho. Dinero y, sin embargo, no me queda tiempo.

      —Pero, eso es…

      —Quiero proponerte algo.

      —Dime.

      —Quiero que te cases conmigo.

      —Pero si no te conozco.

      —Soy un buen chico, obtendrás la nacionalidad y no tendrás que volver.

      —Pero tengo toda mi ropa allí.

      —Te compraré ropa si tienes todos tus documentos y tus títulos.

      —Los tengo, sí, si no, me los mandarían mis amigos. Pero…

      —No he terminado. Tengo un gran rancho con más de 10000 cabezas de ganado.

      —Y ¿qué sé yo de ranchos, Michael? Si soy trabajadora social.

      —Me cuidarás junto con Matthias, el masajista para los músculos. Solo tengo una condición. Todo será tuyo, el dinero, mi rancho, todo. No tengo a nadie a quien dejarlo, si cuando me muera, me entierras con mis padres, ya te lo enseñaré, si quieres venderlo, Set te ayudará, pero con la condición de que mis hombres se queden trabajando todos en él. Lo estoy renovando, es una maravilla, te encantará. A tres kilómetros hay un pueblo, pequeño, y luego está San Antonio, al que puedes ir.

      —Pero, Michael…

      —No te pido que me seas fiel siquiera, pero sí quiero algo a cambio de todo lo que voy a darte.

      —Dios mío, Michael, ¡estás loco!

      —Sí, porque voy a morirme y no voy a vivir nada, solo he trabajado y me he ocupado de todo solo.

      Y a ella le dio lástima y pena.

      —¿Qué quieres a cambio, si me caso contigo y me voy al rancho? Caso de que lo hiciera.

      —Quiero tener un hijo. Solo nos acostaremos hasta que te quedes embarazada, no te pido más.

      —Por Dios…

      —Quiero dejar algo de mí en el mundo.

      Fue tanta la pasión que vio en ese chico tan guapo que solo pensar en volver a casa de su tía, prefería quedarse en el rancho, ser americana y cuidarlo, así que ella le dijo que sí.

      —¿Sí?

      —Sí, me casaré contigo, y no tanto por el dinero, que será de tu hijo, yo quizá herede lo de mi abuela, si no lo da a la caridad.

      —Tienes dinero, tienes casa, y cuando me muera decides qué hacer.

      —Me tienta quedarme. Estoy cansada del machaconeo de mi abuela y quiero mi vida.

      —Tendrás una buena vida, cuando muera.

      —Haremos que sea buena, mientras vivas.

      Y él la miró.

      —Me gustas.

      —Tú también. Nos casamos, Michael Morris. Es la locura más grande que he hecho en mi vida, pero me caso contigo.

      —Nos casamos, Marian Morris. ¿Qué edad tienes?

      —Veinticuatro, ¿y tú?

      —Veintinueve.

      Cuando sus amigas supieron lo que iba a hacer…

      —No, no harás eso, no te vamos a dejar irte con tres hombres que no conocemos.

      —Hagamos una cosa —dijo Michael—. Os invito al rancho unos días y veis dónde se queda Marian, si eso os deja más tranquilas.

      —En ese caso, sí.

      —¿Te casas de verdad? —le dijo Olga

      —Sí, y me quedo.

      —Está bien.

      Y se casó en una de las capillas de Las Vegas con sus dos amigas de damas de honor y con el masajista y Set, que no daban crédito, de padrinos, a que esa chica que no tendría un metro sesenta, se fuese a casar con él.

      Cuando estuvieron a solas…

      —¿Por qué lo haces?, ¿por dinero?

      —No, porque creo que merece ser feliz, yo tengo más vida, pero él no.

      —Me caes bien.

      —Eso espero, Set.

      Reservaron una habitación para ellos esa noche y al día siguiente salían para Texas. Michael se ocuparía de los billetes de vuelta y a la ida para sus amigas a las Vegas, antes de irse a España.

      —¿Estás segura? —le dijo Tere.

      —Sí, buenas noches.

      —Buenas noches.

      —Aún puedo acostarme solo. —Pero el masajista entró, lo bañó y lo acostó.

      —Gracias, Matthias.

      Ella hizo lo mismo, había cambiado su maleta a la habitación y llevaba en el dedo un anillo precioso y una alianza. Era de locos. Y se acostó a su lado.

      —Sé que esto es raro, Marian.

      —Sí que lo es.

      —¿Te has acostado con algún chico aquí en Las Vegas?

      —No, en España hace un año, en la universidad.

      —Yo hace casi otro año. Quiero verte. —Y ella se desnudó—. Me gustaría poder hacerlo todo, pero tengo ya algunas atrofias.

      —No importa.

      Le quitó los slips y él estaba duro, además le comentó que echara las sábanas atrás que quería verla. Ella vio que estaba bien dotado y que tenía un buen cuerpo de vaquero sexy, a pesar de todo.

      Se puso encima de él y sus cuerpos se unieron. Michael gimió.

      —¡Ah, Dios, nena…!

      Ella sentía el sexo duro de Michael en el suyo y fue bonito, sensual, erótico, hacía tanto tiempo que ella no lo hacía… Se besaron y Michael tocaba sus pechos


Скачать книгу