Mi rancho será tuyo. Erina Alcalá

Mi rancho será tuyo - Erina Alcalá


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quitar esa sala de abajo y poner ahí tu dormitorio.

      —Eso pienso hacer. Y una lista de lo que me gustaría hacer antes de morir, entre ellas, casarme y tener un hijo.

      —¿Cómo?

      —Que voy a tener un hijo. El doctor me dijo que me quedaba un año de vida, pero alargaremos al menos para tenerlo. Prepara la maleta, nos vamos a Las Vegas.

      —Pero, Michael, ¿estás loco?

      —Nos vamos, mientras hacen la obra.

      —¿Qué obra?

      —Todo lo que he dejado pasar estos años, para mi mujer.

      —¿Qué mujer, Michael? ¿Estás loco?

      —Voy a casarme en Las Vegas. Pero, haz lo que te digo.

      Al día siguiente tenía al investigador privado allí. Le dio fotos antiguas y toda la documentación necesaria para encontrar a su hermano.

      Le pagó la mitad y este quedó en ir llamándole.

      Después tuvo al constructor de San Antonio. Y le dijo qué quería.

      —La casa, nueva, preciosa y moderna, lo más moderno, con decoración incluida, la casa de Set, los barracones de los muchachos y un repaso a todo. Los útiles, tractor y camionetas, los he comprado nuevos el año anterior. Vallas blancas y altas y una nueva entrada preciosa, quiero un rancho bonito, tiene tres millones de dólares y está Nat, que se ocupa de lo que sea. Lo quiero antes de dos meses todo.

      —Lo tendrá.

      —Empiece por todo y cuando me vaya, la casa.

      —Tengo una decoradora.

      —Usted le paga, quiero todo nuevo para mi esposa y para mí cuando vuelva. Y abajo quiero un dormitorio con dos camas y un baño para minusválidos. Arriba el de matrimonio, dos baños y dos vestidores; el resto, una para un bebé y dos de invitados completos con baños y vestidores. Y buen gusto. Que no falte de nada. Este es mi teléfono. Me voy en un mes a Nevada, cuando venga quiero tenerlo todo hecho, contrate a quien usted decida.

      —Estaremos en contacto —dijo el constructor, que se fue a echar un vistazo a todo.

      Set entró en el despacho.

      —Michael…

      —Dime.

      —Hay que vacunar a las reses y vender algunas.

      —Vete con los muchachos y que se vacunen las reses, mientras hacen la obra, cuando estén con la casa, nos vamos.

      —¿Estás seguro?

      —Sí. pienso venir de Las Vegas casado.

      —Tendrás que decirle…

      —Sí, se lo diré y le dejaré mi rancho.

      —Pero Michael, una mujer…

      —No me importa, Set. Sabré elegir bien. ¿Crees que me importa, si lo vende y se va cuando muera?, será con la condición de que os quedéis todos trabajando. En cuanto me case, vamos al notario.

      —Está bien, Set. Si es lo que quieres…

      —Es lo que quiero, quiero tener una mujer para mí el tiempo que pueda, casarme, hacer lo que todos los jóvenes han hecho y quiero saber que tengo un hijo, quizá se quede y mi hijo crezca y tenga su rancho. Quiero dejar algo mío en el mundo, algo de mi sangre.

      —¡Ojalá!, si eso es lo que quieres… —decía Set acongojado porque sabía que no iba a encontrar lo que buscaba.

      —Sí, pido poco.

      —¡Está bien!, en cuanto vuelva de la venta de las reses de Montana nos vamos a Las Vegas, si eso quieres.

      —Sí quiero, contrata un quiromasajista, nos lo llevaremos a Nevada.

      —Bien, espero que tengáis casas nuevas a la vuelta.

      Cuando Set volvió de Montana con un buen dinero de la venta de los animales, Michael le terminó de pagar al contratista y el rancho ya se veía de otra manera. En la silla de ruedas vio los barracones preciosos que habían dejado a los chicos, a los animales, la pintura, estaban terminando las vallas, tenía una entrada nueva y la casa de Set y Nat, quedó preciosa.

      —Mañana empezamos la casa nueva.

      —Bueno, mañana nos vamos a Nevada, Set, coge una maleta. Matthias el masajista ya sabe que viene también.

      —Quince días y estará como nueva —le dijo el contratista.

      —Pues para quince días —le dijo Michael, que necesitaba un baño abajo preparado para minusválidos, una silla para bañarse, muletas y el quiromasajista se lo llevó junto con Set al día siguiente, cuando sacó los billetes y reservó un hotel en Las Vegas.

      Al llegar al aeropuerto de Las Vegas, alquilaron un coche, lo metieron en el hotel y tomó de momento una habitación triple para minusválidos.

      El masajista se ocupó de los medicamentos, estaría con él hasta el final e iría al rancho todos los días, era de Olmos Park. Matthias, un chico alto y fuerte que lo manejaba como un títere y eso que Michael era un tipo alto y fuerte también, pero estaba perdiendo masa muscular, peso y fuerza, sobre todo.

      A veces lloraba por su mala suerte, la de toda su familia, pero necesitaba un poco de felicidad en su vida, siempre quiso casarse, tener una buena chica para él y su rancho, una familia, pero sabía que eso iba a ser imposible, el tiempo se le acababa, aun así, iba con ánimos y con optimismo.

      Con el coche recorrieron Nevada y Las Vegas por la noche. Michael no apostaba ni iba a los casinos, pero acudían a ver las actuaciones. Y a las chicas.

      Pasó por las capillas, y se entristecía.

      Ya le quedaba una semana para volver, cuando vio a tres chicas, sentadas en la cafetería del hotel, en una mesa, y se acercó a ellas con su silla de ruedas.

      Le dijo a su capataz y al masajista que lo dejaran solo.

      Se acercó a ellas.

      —¡Hola, señoritas!

      —¡Hola! —le dijeron ellas, dos con cara de lástima al ver a ese chico rubio y de ojos azules precioso tan alto en una silla de ruedas—. Me llamo Michael y soy de Texas.

      —¿Eres texano? —le dijo Olga. Era rubia de uno ochenta al menos y la más guapa de todas. Era trabajadora social como el resto de sus amigas—. Mira, te presento a mis amigas, Michael. Esta, es Tere —Era pelirroja de ojos verdes. Nunca le habían gustado las pelirrojas, tenían demasiado carácter para él y necesitaba tranquilidad lo que le quedaba de vida—. Y ella es Marian.

      Marian era menuda y morena con una cola alta, y debía tener el pelo largo porque le caía por media espalda, con unos ojos color miel preciosos de largas pestañas y pecas en una nariz pequeña. Tenía un cierto atractivo que le gustó, no era tan exuberante como sus amigas, pero era guapa.

      —¿Todas sois trabajadoras sociales?

      —Sí, todas. Españolas, y de Cádiz. Hemos acabado la carrera y un máster y nos hemos venido a ganar dinero antes de irnos de nuevo. Es un viaje de fin de carrera —hablaba Olga.

      —Y tú, ¿has venido a jugar? —le dijo Tere, la pelirroja.

      —No, a casarme.

      —¿Y la novia?

      —La estoy buscando.

      —Pues mira, Marian, es una buena oportunidad, quiere quedarse aquí y no tiene familia. Vive con su abuela paterna desde que murieron sus padres y es un ogro esa mujer —dijo de broma Olga que llevaba la batuta en la conversación.

      —¿En serio?

      —Sí.

      —¿Puedo hablar contigo en privado? —le dijo a Marian y se


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