La ciudad se vuelve pregunta. Alejandra Lazo

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      LA CIUDAD SE VUELVE PREGUNTA

      Proximidad y movilidad en la ciudad de Santiago de Chile

      © Alejandra Lazo Corvalán

      I.S.B.N. 978-956-396-124-9

      © Editorial CUARTO PROPIO

      Valenzuela Castillo 990, Providencia, Santiago

      Teléfono: 22 7926518

      www.cuartopropio.com

      Diseño y diagramación interior: Rosana Espino

      Diseño de portada: Verónica Rodríguez

      Impresión: Prynt Factory

      IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE

      1era edición, octubre de 2020

      Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile y en el exterior sin autorización previa de la Editorial.

      PARA LEONORA

      PRÓLOGO

      En este libro, Alejandra Lazo Corvalán, interroga desde una mirada antropológica las dinámicas urbanas y sociales de la ciudad de Santiago de Chile. Antes que un todo coherente y sistemático o, por el contrario, una entidad desecha y en crisis, podríamos decir, parafraseando una poderosa imagen de Georges Perec (1999) –que hace las veces de epígrafe de uno de sus capítulos– que en este libro la ciudad se vuelve pregunta. Se trata de una interrogante que toma distancia de las respuestas apriorísticas disponibles: tanto de la imagen de la “ciudad como mosaico” de mundos más o menos delimitables y localizables que heredamos de la Escuela de Chicago, como de la imagen de la “ciudad como flujo” constante e impredecible de personas, mercancías y signos que ha proliferado en las últimas décadas. Para una antropóloga como Alejandra, en cambio, la respuesta a la ciudad vuelta pregunta solo puede responderse observando y comprendiendo las diversas maneras del habitar cotidiano que “hacen ciudad”.

      Para esto en el libro se exploran los modos de vida de las y los residentes de tres barrios que son el resultado de formas específicas de producir ciudad en distintos momentos de la historia de Santiago de Chile: la Unidad Vecinal Portales, un proyecto moderno de vivienda colectiva para clases medias desarrollado entre 1954 y 1966; El Castillo, barrio de sectores populares producto de las políticas de erradicación de campamentos en lugares centrales y de producción de vivienda social en la periferia urbana de la dictadura militar desplegadas en las décadas de 1970 y 1980; y la Comunidad Ecológica de Peñalolén, que expresa el ideal comunitario de las clases medias y altas de las últimas décadas y la creciente tendencia hacia la privatización de la vivienda a partir de 1980. Se trata, en síntesis, de barrios heterogéneos y desiguales en términos de producción social del espacio, localización en la ciudad, tipo de vivienda, condición socioeconómica de sus habitantes, infraestructura y servicios urbanos disponibles e imaginarios urbanos sobre estos lugares que coexisten en la Santiago contemporánea. A estos tres barrios se acerca Alejandra con una pregunta sociológicamente relevante: comprender el papel que tiene el territorio de proximidad para la cotidianeidad (y, más específicamente, para la movilidad) de sus habitantes.

      A partir de la lectura del libro y de la generosa invitación de su autora a escribir este prólogo, me gustaría señalar lo que considero son las dos líneas de pesquisa centrales que se atraviesan de manera entrelazada en los distintos capítulos del libro: las relaciones entre proximidad y movilidad, así como la pregunta por las relaciones entre movilidad e individuación. En lo que queda de este prólogo desarrollaré brevemente estas dos cuestiones con un paréntesis –o una pregunta– intercalada entre ambas acerca de la fragmentación socio-espacial.

      De la dicotomía a las ecuaciones cambiantes para comprender el habitar

      Este es un libro que nos propone abandonar las oposiciones dicotómicas y los binarismos que muchas veces reproducimos de manera casi mecánica. La primera –y fundamental– dicotomía que debemos poner en cuestión es aquella que suele oponer la movilidad cotidiana en el espacio metropolitano a la proximidad y, según los casos, el arraigo, el repliegue y/o el confinamiento en la casa y el barrio. Por el contrario, a lo largo de sus páginas la autora muestra que la proximidad es fundamental para comprender la movilidad y su variabilidad. Nos desplazamos, entonces, de la oposición dicotómica a la formulación de ecuaciones cambiantes: distintas formas en que se combinan en el habitar cotidiano de la ciudad la proximidad y la movilidad.

      De esta manera, por paradójico o contra intuitivo que parezca, el libro muestra de forma convincente que es el espacio de proximidad el punto de partida desde el cual se elaboran las rutinas, las estrategias y las prácticas que permiten a los habitantes acceder tanto a lo cercano como a lo lejano. Así, los modos de vida analizados en este libro combinan –de maneras cambiantes– la experiencia de la proximidad y la movilidad cotidiana por el espacio metropolitano, adquiriendo los distintos espacios (la casa, el barrio, la comuna, la metrópoli) funciones y sentidos cambiantes dependiendo de los modos en que se combinan proximidad y movilidad.

      Asimismo, la indagación de la proximidad como soporte para la movilidad supone abandonar la habitual oposición dicotómica que imagina a las clases populares ancladas a lo barrial, por un lado, y a las clases medias y altas desancladas y móviles, por el otro. Por medio de esta investigación Alejandra sostiene que el espacio de proximidad, en cambio, es relevante en todos los grupos analizados y las ecuaciones resultantes de los distintos modos de habitar muestran el carácter ambivalente o ambiguo de la proximidad y la movilidad: para algunos de los habitantes pobres el barrio puede ser tanto recurso, refugio y anclaje como restricción y confinamiento territorial; por su parte, para las clases altas la soñada calidad de vida alejados de la ciudad puede significar sacrificios y renuncias.

      Por último, el libro también discute la correspondencia mecánica entre espacio residencial y modo de vida. Una vez analizadas las dinámicas cotidianas en cada uno de los barrios, se elabora una tipología basada en diversas dimensiones analíticas (vínculos con el territorio de proximidad, proyectos residenciales, redes sociales, medios de transporte y relación con el tiempo) que permite construir tipos de habitar que son transversales a los barrios analizados, los cuales se diferencian tanto por los sentidos de la proximidad como soporte (en algunos, afectivo; en otros, instrumental) como por el modo en que se articulan el anclaje, la movilidad cotidiana, el repliegue y el confinamiento. De esta manera, sin perder de vista la especificidad de los lugares, el libro discute con la idea de los efectos de lugar y resalta la relevancia de los anclajes que tejen los habitantes con sus espacios más próximos para la comprensión de las maneras de moverse por la ciudad, pudiendo encontrarse anclajes similares entre habitantes que habitan espacios diferentes de la ciudad. En definitiva, retomando a Oliver Mongin, la autora remarca que la paradoja de la condición urbana consiste en que los lugares permiten establecer una relación con los flujos y, por lo mismo, es el anclaje en la proximidad el que hace posible la exploración de la ciudad.

      Un breve paréntesis: ¿tendencias hacia la fragmentación socio-espacial?

      Una de las virtudes fundamentales que tiene todo buen trabajo etnográfico es que nos permite leer sus datos e incluso formular nuevas hipótesis e interpretaciones a la luz de nuestras propias preocupaciones y preguntas. Y el libro de Alejandra Lazo tiene esta cualidad. En este sentido, uno de los efectos que me generó su lectura fue encontrarme con varios indicios dispersos en sus capítulos que abonarían la hipótesis acerca de la fragmentación social de las ciudades latinoamericanas.

      Me refiero a que a lo largo de las páginas del libro nos enteramos que para muchos de los habitantes de Villa Portales habría una especie de repliegue en el espacio del barrio que lo tornaría una “villa-pueblo” o en un “oasis en medio de la ciudad” que lo protege de la vorágine que la rodea; también que la proximidad se transforma para los grupos más pobres que viven en El Castillo en el lugar donde se desarrollan prácticas como el trabajo, las compras y la sociabilidad, desplazándonos tendencialmente del espacio de proximidad como soporte al barrio como confinamiento; y que incluso habría cierto encapsulamiento de la élite santiaguina que se expresa


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