El asedio animal. Vanessa Londoño

El asedio animal - Vanessa Londoño


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las puntillas del pie el fondo del océano y haciendo maromas para poder respirar. Cuando quería estar solo en medio de esa cama tenía que resignarme a estar callado y a dejar que el cuerpo aisladamente se ocupara de recaudar el tacto y los recorridos pastosos de la lengua, mientras con la mano yo trataba de buscar los huecos de la sábana y los atravesaba con los dedos. Lásides había inventado el método de dejar a los cerdos sin comida, para que se levantaran a la madrugada, hambrientos, y yo pudiera despertarme con los ruidos suyos por todos los rincones de la casa. A eso de las tres de la mañana regresaba, el carrete del camino daba un giro, las subidas se hacían bajadas y las bajadas subían. Lo último que miraba desde mi chinchorro era el amanecer cayendo, y a los barcos podridos hamacarse sobre el agua, a esa hora en que el mar se esparce libre de las costuras de las olas.

      * * *

      Mientras conversaban yo trataba de establecer la legalidad de esa memoria; de comparar mi historia con esa frágil realidad suya que se exiliaba de todo sentimiento, de evitar que el nombre de mi madre se convirtiera en un simple recuerdo para ellos repetido y confuso, como si fuera una tragedia de segunda mano. Caminaba hacia la casa de Lásides y me parecía que la maleza había crecido más de la cuenta; que había crecido apretada y mullida como restregándose entre las horquillas de los palos, para manifestar por fin esa belleza oblicua que tiene la naturaleza cuando nos traiciona. El camino empezaba a oscurecerse y eso aumentaba mi miedo a la represalia que me esperaba al llegar a su casa después de la escuela, porque me había retrasado jugando con otros niños a la salida y él me había pedido que llegara mucho antes del anochecer. Desde la esquina reconocí el reflejo de esa silueta suya que se proyectaba inaprensible sobre el vidrio tembloroso; y a medida que me acercaba me inquietaba reconocer que se traslucía además otro reflejo de alguien que yo no estaba esperando. Cuando me acerqué distinguí el perfil del finquero que tenía casa al otro lado del río, y que nunca se habría arriesgado a venir sin un motivo a esta hora para evitar los rumores que eso generaba en el pueblo. Como me vieron también a la distancia no tuve más remedio que entrar y sentarme en una silla, y me enrosqué callado y triste como un perro de esos que esperan hambrientos el rodar de las migajas por el pantalón de su amo. Hablaron de mi madre, del día en que la pusieron a cargar esas piedras arrodillada sobre semillas de algodón como castigo para después cortarle las piernas con una motosierra; y de la desaparición de Rosa Kunchala que no les pareció relevante, como tampoco les pareció importante la historia del campesino cuatrero que nos robó las reses a los indios. Terminaron luego hablando de sus asuntos de vecindad sobre los predios que dan contra esa playa que ellos llamaban de arenas dormidas, y solo me llamaron cuando quisieron hablar de los linderos de las tierras que nos había heredado mi mamá.

      Oíste Lásides, un poquito nada más, con un poquito tengo, gracias. Acabo de enjuagar la copa, entonces, puedes beber ahí, en esa está bien, lo que pasa es que esto lo tengo pa’lavar los platos luego. Yo creo que aquí en esta taza que acabo de lavar, sí, esta está enjuagada con agua y jabón; está limpia. Pero tenés muy bonita la casa Lásides, está muy organizada, la veo con mucho más…, ¿y los poliedros los estás volviendo a trabajar?, ¿o qué? Los poliedros, el trabajo de los poliedros…, ahí nomás, ahí nomás. El trabajo de los poliedros, el trabajo de los poliedros está detenido. Hablé con Carlos y él dice que a él le interesaría, por ejemplo, fabricar los poliedros esos, pero esa es otra rama de la investigación, con una inyectora, con una resina plástica, hacer unos moldes, fabricar los poliedros, patentarlos; distribuirlos. Eso requiere un grupo de personas, eso requiere un grupo, requiere sobre todo recursos, capital. El Padre que me regaló el computador, él me ha invitado, ya, cada vez que viene de vacaciones, hace tres años, él le habló de mi trabajo a un grupo de rectores de colegios privados en Medellín. Entonces la idea era que yo viajara allá a dictar tres charlas para crear una microempresa, reunir a unos artesanos y fabricar unos poliedros, pero lo que pasa es que a mí eso me sacaría de mi trabajo. Para mí lo más importante es el libro. Del libro se desprenden consecuencias amplísimas, mejor dicho, el libro mío... las implicaciones humanas que eso tiene. Es que si se demuestra que el universo es armónico en la concordia, ¿por qué el ser humano vive en la discordia?, entonces eso ya da tema para discutir en aulas de filosofía, de antropología, de sociología, de derecho, pero el enfoque mío va a demostrar que en el sistema solar se puede plantear un sistema de referencia establecido en la escala musical, y en la divina proporción que han utilizado los artistas pa’medir las proporciones de los cuadros, que esas proporciones están en la naturaleza, y que aplicando esos parámetros de armonía se pueden explicar las leyes de la mecánica celeste; entonces si la casa nuestra, el universo en que vivimos está regido por un canon de armonía y de musicalidad, ¿por qué la discordia, y por qué vivir en el ruido, en la estridencia, por qué en el odio, y en todo lo que destruye?, porque ya, ya llega el momento en que la ciudad crece tanto que es un monstruo que destruye y contamina todos los recursos ¿por qué?, porque la ciencia, en su aplicación práctica que es la tecnología, está huérfana de un principio de armonía que opera en la naturaleza y que, si se desconoce, inevitablemente destruye. La naturaleza se rige por la armonía, entonces si no hay un principio general de la armonía en la física, las consecuencias tecnológicas tienen que producir discordancia, ruido, basura, envenenamiento; todo lo que estamos viendo que es la ciudad moderna, ¿no? Y no solamente allá en la ciudad ¿no viste aquí arriba lo que pasó con la Drummond?, ¿los escombros?, dijeron que una embarcación de puerto Drummond, de esas de cargue fue la que naufragó: chocó y el derrame le hizo un roto al mar. Dejaron abandonado ese buque y ayer por la mañana ya trajeron otro y lo amontonaron ahí. Si siguen tirando barcos viejos eso se va a volver un basurero, es como la cuarta vez que pasa, y los descarados no hacen nada… Quería aprovechar para presentarle a Alaín. Alaín es hermano de Harold. ¿Usted es hermano de Harold?, se parece harto sí, ¿ambos hablan español? No, solo yo y nada más un poco. ¡Anda!, ¡este pelado pa’modesto! Habla español muy bien, yo le prometí que cuando se graduara del colegio le conseguía un cupo en la universidad de Sincelejo. El que no habla nada de español es Harold. ¿Ah sí?, ¿Y qué quiere estudiar? Letras, o cine, no sé. ¿Y Harold dónde anda? Aquí en la casa, ¿ya llegó de Bogotá? Sí. Ah qué bien, ¿pero sigue trabajando con pinturas y cosas?, ¿o no? No, él estuvo aquí la semana pasada, y yo le dije que no está haciendo nada, le dije, venga pa’acá y sigue trabajando sus dibujos, sus pinturas, pero la cuestión es que se les murió la mamá y eso es una carga que él siente. ¿Falleció tu mamá? Sí. Ve, yo no sabía. Sí, la mamá murió en julio, ¿no?, a comienzos de junio. De junio. Entonces él ya no tiene la estabilidad que tenía antes. Él venía acá, ponía su mente en blanco, dibujaba y todo. Ahora está allá más estresado por la ausencia de la mamá en la casa. Sí, más estresado, sí. ¿De qué murió la mamá? La mamá era la tal Fernanda Huanci. La india que empelotaron dos días seguidos amarrada a un totumo y que la pusieron a cargar piedras arrodillada sobre semillas de algodón. Le cortaron las piernas con una motosierra, dizque para aleccionarla. Ah, sí me acuerdo, fue horrible. La azotaron con escobillas y ramas de guayabos. La llevamos al escondido hasta una clínica en Cartagena y allá se murió. ¿La cogieron robando? No. Robando no. La procesaron por usar botas de caucho. A ella y a la Rosa Kunchala; pero esa se escapó. Usted sabe que eso para los indios es una cuestión delicada. Las mujeres no pueden usar zapatos: van descalzas, y por eso fue que le quitaron las piernas, para que no pudiera andar. Ese mismo día le pusieron sentencia a un guerrillero que mató a unos indios; y a un campesino que se robó unas reses y que del susto de ser cogido les tiró la carne a los perros. ¿Y a esos que les hicieron? Al guerrillero le metieron sesenta años. Al campesino le dieron cepo. A todos los condenó el mamo Romualdo, el que tiene la jeta torcida y que usa un gorro de pico, como un chupo ¿lo distingue? Sí, lo he visto pasar. El juicio duró tres horas, el mamo también quiere juzgar a los de la Drummond, y puede. Lo que dijo mientras el juicio salió en el periódico: teníamos que dar ejemplo a los retoñantes porque un día se arrebató y salió al pueblo, compró una corta con dieciséis tiros de sellao y nos amenazó, y empezaron los muchachos: que ya no sirve la autoridad indígena, que puedo matar. En fin, le estaba diciendo a Alaín hoy que la mamá les dejó un lote por allá por la población comunal que no lo ha cercado, y le dije que tiene que cerciorarse si eso está registrado en la oficina de Instrumentos Públicos o no, porque si no, él puede tener escritura, pero puede haber otro que tiene escritura también, y si no le ha puesto cerca, el de al lado puede decir, no, este


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