Hispanotropía y el efecto Von Bismarck. José María Moya

Hispanotropía y el efecto Von Bismarck - José María Moya


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como se decía en el siglo XX. Ya tiene delito…

      —La maldita leyenda negra, Amadeo, que si cosas malas hicimos, pues no somos los españoles sino hombres con nuestros defectos y debilidades, ¡diantre!, también hicimos cosas buenas. Pero los méritos se los han llevado muchas otras naciones habiendo cometido unas barrabasadas que de vez en cuando me acerco a la puerta del infierno que este monasterio tapa para ver si les están dando bien de tridentazos a quienes tanto mal nos hicieron.

      —También hicimos cosas malas, caro Carlo… —le señaló Amadeo con una mirada de amargura.

Si me preguntaran, bienpodría decir que nuestropaso por la Tierra fue unahistoria de éxito más quede fracasos.

      —También. Pero al menos quisimos poner orden y remedio a los desmanes que se producían. Que se produjeron. ¡Las guerras no saben de la bondad más que cuando los heridos llaman a sus madres! Pero intentamos que fueran siempre acordes a la ley, y con normas justas para el vencido.

      —En eso he de darte la razón. ¡Cuánto me hubiera gustado poder conocer a aquellos hombres de la Escuela de Salamanca, que en tantos siglos se adelantaron en sabiduría y en bonhomía! Francisco Suárez, Luis de Vitoria, Domingo de Soto, fray Luis de León, Tomás de Mercado, Azpilicueta… España fue la cuna del derecho internacional humanitario. ¡Pusimos las bases para eso en el siglo XVI! Y no contentos estos frailes con ello, sentaron las bases de la ciencia económica moderna. ¡Quién lo hubiera imaginado!

      —Bueno, Amadeo, ¡no se le llamó a mi padre Felipe IV «el Rey Planeta» por nada! Era normal que, rigiendo de uno a otro lado del orbe, tuviéramos que regular tanto las nuevas leyes como todo lo relacionado con el comercio. Que mucho llevarse la fama de nuevo los anglos, pero el real de a ocho fue la primera divisa internacional de la historia. Y que acabaría siendo recogido su anverso en el símbolo del famoso dólar norteamericano. Y de leyes… Las leyes de Burgos, las Nuevas de Valladolid, todo un cuerpo legislativo para que no hubiera hemisferio donde no primara la ley.

      —De hecho, Carlo, fue durante vuestro reinado que se compilaron por primera vez todas las que hasta la fecha se habían publicado. Nueve libros y más de 6300 leyes si mal no recuerdo.

      —Cierto, cierto. ¡Buena memoria! Pero es que la labor iniciada por la reina Isabel con su testamento, prohibiendo maltratar y esclavizar a los que consideraba tan suyos como los de Toro o Segovia, y que luego continuaría el rey Fernando, su marido, debería ser de estudio en todo el mundo.

España fue la cuna delderecho internacionalhumanitario. ¡Pusimoslas bases para esoen el siglo XVI! Y nocontentos estos frailescon ello, sentaron lasbases de la cienciaeconómica moderna.

      —¿Y qué me dices de las Cortes de León de 1188? Que hasta estas modernas instituciones globales, como la UNESCO, la recojan como la cuna del parlamentarismo hace que me sienta muy orgulloso de esos Decreta. Al fin y al cabo, fueron las Cortes quienes me eligieron rey. Y es que en eso hay que ver cómo el Parlamento ha tenido tanta fuerza en estos reinos que aún sigue la fórmula por la que al rey de España se le proclama ante él como representación del pueblo. Y si no cumpliera lo jurado, ¡puerta! Que aquí no se casan con nadie, ¡bien lo sé yo! Ja, ja, ja —rio Amadeo, evocando cuando tuvo que finalmente marchar dejando la Corona con la que iba a empezar una nueva dinastía.

      —¡Así somos! Pero esas leyes permitieron el mestizaje, un mundo global por primera vez tras haber dado la vuelta al mundo en unas naos que lograron algo no igualado hasta que se llegara al satélite que ronda por las noches. ¡Qué epopeya la de Elcano! Porque Magallanes, buen piloto era, pero ganas o intención de circunnavegar el mundo… ¡nada de nada!

      —Ese mundo cuya forma comprobó otro marino, siglos más tarde, ese intrépido Jorge Juan, gracias a una expedición y a sus cálculos, haciendo realidad lo que otras grandes mentes, como Newton o Hulley, solo pudieron imaginar. Ahí estaba otro español para en pleno siglo XVIII llevar a cabo un hito de esa Marina ilustrada: la de las grandes expediciones, como la de Malaspina y Bustamante. Un trabajo científico de difícil parangón.

      —Es que en eso de navegar, Amadeo, y ambos somos de ciudades de secano, pocos hay que nos igualaran en siglos. ¡No dábamos abasto para todo lo que se llegaba a anotar en las cartas náuticas! Desde el llamado Tornaviaje, la ruta hacia el Este lograda por Urdaneta, hasta el descubrimiento de nuevos continentes, como el de la Antártida por Gabriel de Castilla, o el de Australia por Juan Jufré de Loaiza. ¡Pero no había suficiente hombre para poder hollar tanta tierra!

      —Y todo eso, en el siglo XVI, y con aquellos barcos. ¡Ya tiene mérito, ya!

¡No dábamos abasto paratodo lo que se llegabaa anotar en las cartasnáuticas! Desde el llamadoTornaviaje, la ruta hacia elEste lograda por Urdaneta,hasta el descubrimientode nuevos continentes,como el de la Antártida porGabriel de Castilla, o el deAustralia por Juan Jufréde Loaiza.

      —Méritos, conocimientos y lo que hay que echarle. ¡Valor, Amadeo, valor! Pero ya veis… Tantos navegantes y descubridores, y apenas nadie ya se acuerda de ellos, ni saben dónde andarán sus huesos para ser honrados. Juan de la Cosa (¡qué gran mapa dibujara!), Alonso de Ojeda, Antón de Alaminos (el primero en navegar por la corriente del Golfo), García Jofré de Loaysa, López Villalobos, Juan Fernández (que seguramente descubriera Nueva Zelanda pese a lo que dicen los holandeses), Menéndez de Avilés…

      —Ese fue el que fundara la ciudad más antigua, San Agustín, en lo que es hoy esa potencia norteamericana, ¿no?

      —¡Ese mismo! Y el que hiciera una Acción de Gracias con los indios antes de que esos puritanos del Mayflower llegaran a lo que no hacíamos más que explorar y cartografiar desde hacía décadas.

      —No podemos negar que no aportara nuestra España grandes cosas al mundo…

      —Desde luego que no. Y muchas bien que fueron aprovechadas por todos. Desde el conocimiento que se irradiara desde la casi desconocida Escuela de Toledo, con el impulso que le diera el bien llamado Sabio Alfonso, el Décimo. El pensamiento griego, romano y andalusí traducido para que las nuevas universidades, diera igual Bolonia que París u Oxford, asentaran las bases de una red basada en el conocimiento. ¡Pero qué decir de las expediciones científicas y botánicas, que tanto ayudaron a la nueva farmacopea!

      —Aquí en este monasterio —interrumpió Amadeo, que ya había dado buena cuenta de los picatostes y del chocolate— había una de las más importantes del mundo.

      —Así es. El gran Felipe, impulsor de esta octava maravilla, promovió la expedición de Francisco Hernández de Toledo en 1570 para llevar botánicos, naturalistas, médicos, geógrafos y pintores para dejar recogido todo, guardándose tal material aquí mismo, querido primo. Heredera de esa fueron unas cuantas, pero nada como la del gaditano, el curilla Celestino Mutis, ya en tiempos de Carlos III, de cuya sapiencia y trabajo quedaron anonadados científicos y exploradores como el sueco Linneo o el alemán Von Humboldt.

      —Desde luego, quien diga que no hubo ciencia en España es que no conoce tantas cosas e inventos que hicieron grandes hombres de estas tierras… ¿Cómo se llamaba el que inventara la máquina de vapor? ¡Siempre se me olvida su nombre!

      —Te refieres al navarro Jerónimo de Ayanz. Qué grandes cosas les dieron a los Felipes que me precedieron… Recuerdo a mi abuelo contándome cuando en Valladolid, a donde había llevado la Corte, presentó un traje de buzo que probara en el mismo Pisuerga. ¡Decenas de inventos patentaría! Hasta un aire acondicionado para enfriar una mina. ¡Qué cabeza tenía! Creo que hasta inventó un serio precedente del submarino en 1600…

      —La verdad es que costaría elegir algún hecho histórico del que sentirnos más orgullosos por encima de otros.

      —Pues a mi mente ha venido rápidamente —respondió como por un resorte Carlos II, tras servirse más chocolate, al que era algo adicto— la expedición de Balmis, de Salvany y de esa enfermera, Zendal, llevando la vacuna de la viruela por todo el mundo. No he de recordaros que entre mis muchas enfermedades tuve que pasar por la maldita viruela, que no conoce de reyes o de plebeyos, atacando a todos por igual, y lo que hicieron comenzando el siglo XIX por mandato de mi tocayo


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