Growin' Up. José Javier Torre Ruíz
es posible repetirlo una y otra vez cuando se puede, es decir, cuando se dan las condiciones materiales o económicas para insistir en un proyecto hasta que se convierta en un éxito. Quizá más inteligente que repetir este mantra machaconamente, y que se ha convertido en uno de los lemas de la cultura empresarial de Silicon Valley, sea utilizar el fracaso como oportunidad para generar una reflexión y considerarlo como una oportunidad para descubrirnos sin identificarnos con él. Al fin y al cabo, como dice Charles Pépin, «el fracaso es el encuentro de uno de nuestros proyectos con el entorno». Aprovechar esos momentos de oscuridad y fracaso para redefinirnos, para conocer nuestros límites, para reconstruir nuestra identidad y decidir si queremos reinventarnos, cambiar de actitud o permanecer en la oscuridad.
Permanecer en la oscuridad
La oscuridad puede inundar nuestra existencia unos segundos o toda la vida, aunque cada persona tiene la posibilidad de tocar el botón que enciende la luz y enfocarse hacia otro camino. Sin embargo, permanecer en la oscuridad es una opción que tiene una serie de ventajas. En primer lugar, no implica ningún riesgo; simplemente decides adoptar una postura de víctima, quejándote de las circunstancias que te ha tocado vivir. En segundo lugar, mantenerte dentro del sistema, es decir, permanecer en la caverna platónica, viviendo en el mundo de las sombras pero sin cuestionar si lo que haces está bien o mal, te gusta o lo aborreces y sin quejarte en exceso puede conducirte a ser recompensado, elevando tu posición dentro del sistema. Cuántas personas prefieren mantenerse en trabajos poco satisfactorios o enriquecedores a cambio de una remuneración que les permita pagar sus facturas o sus caprichos cada verano. O cuántas parejas deciden continuar juntas sin ningún tipo de respeto, cariño o amor, por evitar cualquier vaivén emocional en una relación plana y anodina. Puedes aprender a vivir en la oscuridad y acostumbrarte a una existencia de mínimos, como explica Bruce en otra canción triste, lastimera y resignada, pese a que el nombre de la canción indique que siempre hay una razón para creer, «Reason To Believe». En un pasaje de esta canción cuenta:
«Mary Lou conoce a Johnny y, en un giro de la historia, es ella la que le dice a él que trabajará duro cada día para traer el dinero a casa. Un día, Johnny la abandona. Desde entonces, Mary Lou espera pacientemente al final de un camino polvoriento a que regrese Johnny».
Permanecer en la oscuridad implica elegir el papel de víctima. Y el victimismo tiene un beneficio: dejas de sentirte responsable de lo que pasa. Echas balones fuera y culpas a otros, o a la vida, o a quien sea, de la mala suerte que te ha tocado vivir. Y esta es la clave para permanecer en la oscuridad: encontrar un beneficio. Muchas personas viven quejándose continuamente; si siguen en esa actitud es que hay algo que les reporta cierto nivel de satisfacción, o que el beneficio que obtienen por continuar ahí es mayor que el coste que les supone encender la luz y tomar decisiones para salir de la oscuridad.
El problema de permanecer instaurados en la oscuridad, resignándonos a una existencia quejumbrosa y lastimera, radica en acabar encarnando los conceptos que nos enseñaron dos de los filósofos más representativos del siglo XIX, Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche. Ambos pensadores tuvieron vidas llenas de azares y contratiempos, que reflejaron en sus obras. El primero nos habló de la idea de la «angustia existencial», al sentirse angustiado, desesperado y mortificado por su propia vida. El segundo nos dejó el concepto de la «nada», que representaba el vacío existencial al negar los valores tradicionales provenientes de la religión judeocristiana y el mundo platónico. Suya es la famosa exclamación «¡Dios ha muerto!». Este rechazo a los principios religiosos y morales se conoce como nihilismo, y suele presentarse como «nihilismo existencial», que sostiene que la vida carece de significado objetivo, propósito o valor intrínseco.
No es de extrañar que en momentos de fracaso surja esa misma sensación de angustia, de vacío… y lleguemos a convertirnos en nihilistas existenciales, que no encuentran sentido ni propósito a su existencia. Dejamos de creer en todo lo que nos ha servido durante el tiempo anterior y entramos en momentos de desesperación donde ya nada importa. En la canción «Darkness Of The Edge Of Town», Bruce lo explica así:
«Perdí mi dinero y perdí mi mujer.
Ahora esas cosas parece que no importan demasiado.
Esta noche estaré en esa colina porque no puedo parar.
Estaré en esa colina con todo lo que tengo.
Con nuestras vidas en la línea donde los sueños se encuentran y se pierden.
Llegaré a tiempo y pagaré el costo
por querer cosas que solo se pueden encontrar
en la oscuridad a las afueras de la ciudad».
El sentimiento que se oculta detrás de todo esto es: ¿Por qué hay que levantarse cada mañana? Una pregunta que martillea cada día la mente de las personas amargadas, defraudadas, decepcionadas o desmotivadas cuando se enfrentan a un fracaso.
¿Por qué hay que levantarse cada mañana?
Esta pregunta es como el picotazo de una avispa. Cuando el fracaso llega en modo de pérdida de ilusión por un trabajo, por un desengaño sentimental, o ante una enfermedad crónica… aparece esta cuestión. Podemos ignorarla, pero cada cierto tiempo acudirá irremediablemente, puntual como un reloj suizo, y nos provocará cierta sensación de ansiedad, angustia o vacío. Kierkegaard lo llamó «pavor», mientras que Jean-Paul Sartre, otro existencialista, la denominó «náusea». Cuando de pronto caes en la cuenta de que no tienes una razón para levantarte cada mañana y todo comienza a perder el sentido.
Con demasiada frecuencia percibimos el fracaso como una puerta que se cierra o un tren que se nos escapa. Somos así de fatalistas. Pensamos que por perder un trabajo, terminar una relación o padecer una enfermedad, la vida deja de tener sentido. Sin embargo, nos olvidamos de otras posibilidades. Podemos ver ese fracaso como una ventana que se abre, o la marcha de ese tren como un espacio que se queda libre para que lleguen otros trenes. Consideramos las crisis en negativo, cuando son oportunidades para cambiar y aprender algo que nos haga superar ese momento. La palabra crisis proviene del griego y significa separar y decidir. Crisis es algo que se rompe, y cuando algo se rompe hay que analizarlo. La crisis nos obliga a parar para pensar y, por lo tanto, genera análisis y reflexión.
La función de una crisis es obligarnos a frenar para hacernos preguntas sobre nosotros mismos, sobre nuestra existencia y lo que de ella esperamos, sobre nuestras contradicciones y nuestros deseos conscientes e inconscientes. Es en estos momentos donde las tres preguntas que vertebran este ensayo toman fuerza: ¿Cómo vivir el cambio? ¿Qué quieres? y ¿Quién eres realmente? Pero también otras cuestiones relacionadas con la incertidumbre y la duda: ¿Qué es lo que ahora empieza? ¿Qué hay de interesante en la nueva senda que acabamos de tomar? ¿Qué me quiere decir esta situación? O lo que es lo mismo: ¿Para qué o cuál es la intención de este cambio?
En suma, podemos ver las crisis o los fracasos como un mal momento coyuntural y olvidarlos lo más deprisa posible. O hacer un alto en el camino para analizar lo sucedido, aceptándolo como una parte de la realidad que nos ofrece una información. En este sentido, conviene recordar otra de las ideas estoicas:
«Las cosas que nos suceden en la vida no son ni justas ni injustas, simplemente son».
Lo que nos dicen los estoicos es que hay que aceptar la vida tal y como es, y pronunciar con más asiduidad «es lo que hay». Hay una anécdota que cuenta Toni Nadal, el que fuera entrenador de Rafa Nadal y cuya filosofía se asienta en los principios estoicos, que sirve para ilustrar esta idea. Cuando estaba entrenando a su sobrino Rafa Nadal y este se quejaba porque hacía viento, porque las bolas no botaban bien, o por cualquier otra circunstancia, la respuesta de su tío era invariable: «Rafa, no te quejes; esto es lo que hay».
Aunque lo verdaderamente importante es desde dónde decimos esto. Desde la amargura y la resignación del que se resigna a lo que hay, o desde la aceptación y la valentía para construir algo diferente a partir de lo que hay. Esa es la cuestión. Nos puede servir de guía el famoso poema «Si» de Rudyard Kipling, donde reconoce que hay que saber perder para llegar a ser