Growin' Up. José Javier Torre Ruíz
de tu vida,
y sin pronunciar palabra te pones a reconstruirla,
o perder de golpe la ganancia de cien partidas,
sin hacer un solo gesto y sin un suspiro…».
Es obvio que para poder enfrentar un fracaso con esa actitud es necesario haber desarrollado determinadas cualidades que iremos abordando en los próximos capítulos y que permiten forjar el carácter de una persona: esfuerzo, disciplina, perseverancia, resiliencia, valentía, determinación… y, quizá lo más importante, confianza en uno mismo y en la vida.
La decisión: el fracaso como ocasión de reinventarse
Como fruto de la reflexión, el análisis y el cuestionamiento de la realidad debe surgir una decisión: continuar en la oscuridad resignándote a tu suerte, como le sucede al protagonista de «Downbound Train», una canción triste y deprimente donde Bruce nos cuenta la historia de un tipo al que todo le sale mal...
«Joe pierde su trabajo, su chica y su futuro…
y termina dirigiéndose hacia el abismo».
...o decidir salir de ella abandonando la queja y el victimismo y responsabilizándote de tu situación. Es el momento de tomar la decisión, la gran decisión. Seguir hundiéndote en el mismo camino embarrado y ponzoñoso o salir de donde estás y tomar otra senda. En realidad, es el momento de decidir qué hacer, y las posibilidades entre las que podemos elegir son tres: la primera consiste en permanecer en la oscuridad, la segunda implica salir de ahí y elegir un nuevo camino y la tercera, cuando la segunda opción no sea viable por determinadas circunstancias, supone cambiar de actitud.
En primer lugar, mantenernos en la oscuridad puede resultar una opción atractiva, como hemos visto anteriormente, no exenta de su propia filosofía de vida. No cambiar implica fundamentalmente rechazar la posibilidad de asumir la responsabilidad de lo que nos está sucediendo y, por tanto, dejarse llevar por las circunstancias sin enfrentarse a uno mismo y sin analizar o reflexionar sobre las cosas que nos rodean. En suma, no cambiar significa convertirnos en personas dóciles y obedientes que, por miedo a las consecuencias de un futuro incierto, prefieren dejar en manos de otros la toma de decisiones. No cambiar implica dejar de activar nuestro pensamiento crítico, o lo que es lo mismo, rechazar el lema que nos dejaron los filósofos ilustrados del siglo XVIII: «Atreverse a pensar». Claro que para atreverse a pensar de forma autónoma es necesario ser valiente, apartar la cobardía, el victimismo y dejar de comportarse como una cabeza hueca, que es lo que hacemos cuando dejamos que otros piensen por nosotros.
En segundo lugar, elegir un camino nuevo es la opción de los valientes, los temerarios o los inconscientes. Suele darse cuando ya no puedes más. Cuando alguien ha agredido tus valores o aquella forma de ser o ver la vida que no estás dispuesto a que nadie ataque. También puedes tomar una senda nueva cuando has llegado a la conclusión de que necesitas cambiar y vivir nuevas experiencias. Sin embargo, el motor que nos impulsa al cambio es diferente, y probablemente el resultado será distinto a medio y largo plazo. Mientras en el primer caso el motor es el resentimiento o la ira, en el segundo, la fuerza para actuar la encontramos en la confianza en uno mismo, que nace de la «seguridad interior» para afrontar nuevos retos, aún sin saber si vamos a acertar o no. Cuando aparecen la ira o el resentimiento conviene tener cuidado, evaluar los riesgos y no dejarse llevar por esa emoción que arrasa con todo. En ambos casos necesitaremos seguir trabajando esa confianza en nosotros mismos que nos permitirá afrontar el proceso de cambio, y de la que hablaremos más adelante. Sin embargo, una persona que ha desarrollado su seguridad interior es una persona que actúa de un modo valiente, entendiendo la valentía en el término medio aristotélico que separa la cobardía de la temeridad.
Cuando elegimos un nuevo camino estamos tomando la postura de los filósofos existencialistas, de vivir la vida de un modo pleno, haciendo uso de nuestra libertad y en el ejercicio de la responsabilidad individual, para darle un sentido a nuestra existencia. Uno de los máximos representantes del existencialismo, Jean-Paul Sartre, sostenía que:
«La existencia precede a la esencia».
Lo que significa que somos libres de existir, de inventarnos y rectificar durante nuestra vida a medida que nuestra historia va transcurriendo. La motivación que nos hace cambiar puede ser variable. En el caso de un cambio laboral puede ser conseguir un trabajo con más poder o prestigio, o con más autonomía, que permita desarrollar la creatividad, establecer nuevas relaciones, u obtener mayor reconocimiento… En el caso de una nueva pareja, tener una relación más satisfactoria o plena; cada cual buscará lo que desee. La «existencia» es lo más importante para la persona, lo que implica devenir en un ser consciente que actúa de forma independiente y responsable, mientras que la «esencia» es la etiqueta que le ponemos a cada persona basada en roles, estereotipos, definiciones u otras categorías preconcebidas que se ajustan al individuo. La vida real o la existencia de la persona es lo que podría llamarse su «verdadera esencia». Así, para los filósofos existencialistas la persona se va constituyendo a través del devenir de su existencia, es decir del conjunto de cambios que van aconteciendo en su vida. De esta forma, el cambio debe ser visto como un proceso orientado a alcanzar una mayor felicidad que permita a cada persona afirmar su singularidad en base a lo que realmente quiera o desee ser. Por lo tanto, un proceso de cambio deber ser visto como un momento de reinvención para convertirte en lo que eres, como afirmaban los filósofos del devenir.
Y, en tercer lugar, cuando las circunstancias son las que son, y no las puedes cambiar, llega el momento de cambiar tu propia actitud ante lo que está sucediendo. Es una de las grandes enseñanzas que nos dejó Viktor Frankl, psiquiatra y filósofo austriaco, fundador de la logoterapia y el análisis existencial, que sobrevivió desde 1942 hasta 1945 a varios campos de concentración nazis (Auschwitz y Dachau). A veces no queda más remedio que seguir viviendo en la oscuridad y la única posibilidad reside en un «cambio de actitud», que traiga asociados cambios de hábitos o comportamientos. Probablemente sea la opción más difícil y compleja, porque exige reinventarse desde dentro, haciendo frente al mismo entorno y las mismas circunstancias. En este caso podemos acudir a uno de los lemas principales del estoicismo y recordar las palabras de Epicteto:
«Enfocar la vida desde dos perspectivas: las cosas que dependen de mí y las cosas que no dependen de mí».
O, lo que es lo mismo, saber qué está bajo nuestro control y qué cosas no podemos controlar porque no dependen de nosotros. En este sentido, nuestra actitud está entre aquellas cosas que podemos controlar. Esta diferenciación es clave para evitar determinados sufrimientos y dolores de cabeza cuando nos alcanzan las opiniones desfavorables o las críticas, o la envidia que nos producen los éxitos de compañeros de trabajo, o la falta de afecto y cariño de otras personas. Ninguna de estas cosas dependen de nosotros. Sin embargo, entre las cosas que sí podemos controlar están nuestras opiniones, creencias, pensamientos, reacciones, decisiones y actitudes.
En este punto, quizá pienses que te voy a contar cuál es la opción correcta. Nada más lejos de la realidad. No existe una opción mejor o peor; cada persona debe decidir qué quiere hacer con su vida en función de sus circunstancias y de la interpretación que otorgue a cada situación. A veces podemos elegir mantenernos en la oscuridad; otras dar un volantazo y cambiar de carril eligiendo un nuevo camino; y otras darnos cuenta de que, aunque las circunstancias no se pueden cambiar, lo que podemos es realizar un cambio de actitud.
Como recordaba al inicio de este ensayo con la cita de René Descartes, no hay una receta, ni un método universal válido para decidir qué opción es la más apropiada. Lo transcendental es encontrar un camino propio y pensar por uno mismo. Es decir, aunque puedas sentirte acompañado por un maestro o guía que adopte la forma de coach, psicólogo, terapeuta o gurú espiritual, debes ser tú quien decida qué camino tomar, guiarte en base a unos cuántos principios o criterios que te ayuden. Por ejemplo, evitar la precipitación, analizar y reflexionar sobre la situación, escuchar no solo lo que te diga tu razón sino también lo que resuene en tu corazón o hacer caso a tu intuición…
Siete preguntas para actuar