Un océano de luz. Martin Laird
ha sido profundamente alentador.
Todas estas deudas de gratitud jamás podrán ser pagadas, porque son un placer cargar con ellas.
Las citas bíblicas, si no son de memoria, están tomadas de varias fuentes: la New Jerusalem Bible, la New American Bible, la New Revised Standard Version y la Liturgy of the Hours 1.
Entre las diferentes maneras de expresar nuestra preocupación por remediar el lenguaje sexista, me sirvo de la mayúscula para referirme a Dios (ciertamente, esta costumbre no tiene gran prestigio). Además, tengo que hacer un juicio sobre el uso de la voz pasiva. La voz pasiva puede ser de grandísima ayuda, a pesar de que a muchos nos han enseñado el «convencionalismo» de usar solo la voz pasiva como último recurso. En mi opinión, este convencionalismo no ha sido nunca tan útil como me explicaron en el colegio. De todos modos, existe en todos los tiempos y modos. La prensa suele utilizar la pasiva refleja para evitar ser responsable de lo que dice: «Se dice que...», «Se cree que...». Si la prensa puede servirse de la voz pasiva para evitar responsabilidad al publicar noticias que no se sabe aún si son verdaderas o falsas –o reales–, también podemos usarla con éxito -siempre y cuando lo hagamos con prudencia y cuidando del ritmo y la eufonía- si queremos evitar el lenguaje sexista 2. Podríamos seguir hablando de este tema mucho tiempo.
Mi agradecimiento a Frarar, Straus and Giroux por su permiso para citar a Adam Zagajewski, Without End: New and Selected Poems, traducido por Clare Cavanaugh, Renata Gorczynski, Benjamin Ivry y C. K. Williams; a University of Notre Dame Press por su permiso para citar a David Whyte, River Flow: New and Selected Poems; a Alfred A. Knopf por su permiso para citar a Franz Wright, Walking to Martha’s Vineyard; God’s Silence; Wheeling Motel; a Bloodaxe Books, Ltd., por su permiso para citar a R. S. Thomas, Collected Later Poems 1988-2000; a The Orion Publishing Group por su permiso para citar a R. S. Thomas, Collected Later Poems 1945-1990 (J. M. Dent, sello de The Orion Publishing Group) 3.
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PENSAMIENTOS CON MIL BRAZOS.
CONTEMPLACIÓN Y CONDICIÓN HUMANA
No trates de guardar silencio, solo escucha
(MADELEINE DELBRÊL, Alcide).
Todo está en constante cambio;
nada permanece estático
(TADEO DE VITOVNICA).
Hay una coherencia en las cosas,
una estabilidad
(VIRGINIA WOOLF, Al faro).
En el discurso de inauguración de la ceremonia de graduación que pronunció, en 2005, en Kenyon College, David Foster Wallace comenzó, como cualquier novelista habría hecho, con una historia que hablaba de la condición humana. «Dos peces jóvenes estaban nadando cuando se encuentran de pronto con un pez mayor, que inclina la cabeza y les dice: “Buenos días, chicos, ¿qué tal está hoy el agua?” Los dos jóvenes peces siguen nadando, y entonces uno de ellos se vuelve hacia el otro y le dice: “¿Qué diablos es agua?”» 1. Una historia bastante sencilla. Un pez de mayor edad, y presumiblemente más sabio, es completamente consciente de su entorno, mientras que los dos peces más jóvenes son completamente inconscientes de lo que les rodea.
Caer absorto en un entumecimiento mental es mucho más fácil de lo que nos gustaría creer. Tal como dice Wallace, el egocentrismo es nuestra configuración por defecto y está «firmemente conectado a nuestra placa base desde el nacimiento» 2. Y sigue diciendo: «No hay ninguna experiencia que hayas tenido en la que no hayas sido el centro absoluto» 3. Al mismo tiempo, quiere asegurarnos de que no va a largarnos un sermón sobre la compasión, ni sobre otros alocentrismos, ni sobre las denominadas virtudes. «No es una cuestión de virtud, se trata de que yo, de algún modo, elija hacer el trabajo de alterar o liberarme de mi configuración por defecto, firmemente conectada a mi placa base, que es ser profunda y literalmente egocéntrica, y ver e interpretarlo todo a través de mi propio objetivo» 4.
La educación debería ayudarnos a ir más allá tan solo prestando atención a cómo nos hablamos a nosotros mismos, escuchando el gran monólogo que tiene lugar en nuestra cabeza. «“Aprender a pensar” significa realmente cómo ejercer cierto control sobre cómo y qué piensas» 5. Este es el verdadero valor de la educación en artes liberales. La esencia de aprender a pensar es «ser consciente y tener la suficiente sensibilidad para elegir a qué prestas atención... Cómo evitar pasar por tu cómoda, próspera y respetable vida adulta muerto, inconsciente, esclavo de tu mente y de tu configuración por defecto de estar única, completa y realmente solo, día tras día» 6.
Cultivar la habilidad de hacernos conscientes de nuestros pensamientos nos permite poder elegir a qué prestamos atención. Esta consciencia se materializa de maneras prácticas. Wallace usa a menudo la experiencia frustrante de ir a la compra, por ejemplo. El caos de la multitud, la frustración de esperar en la cola hasta que llega por fin tu turno de pagar, enfrentarte al caos del aparcamiento, puede desencadenar una avalancha de parloteo interior egocéntrico. Wallace dice que «pensar de este modo es mi configuración por defecto. Es la forma automática e inconsciente en que vivo las partes aburridas, frustrantes y saturadas de mi vida adulta cuando funciono con la idea automática e inconsciente de que soy el centro del mundo y de que mis necesidades inmediatas y mis sentimientos son los que deberían determinar las prioridades del mundo» 7. Cuando aprendemos a escoger a qué dedicar nuestra atención, nos abrimos a las posibilidades de vivir una situación con menos ansiedad y más compasión. «Pero, si has aprendido de verdad a pensar, a prestar atención, entonces sabrás que tienes más opciones» 8. Esto nos liberará al darnos más espacio mental, de modo que podamos preguntarnos: «¿Cómo podrían otras personas –la vida misma– ser distintas de nuestra configuración predeterminada egocéntrica?». Wallace se ha liberado lo suficiente como para dirigir su atención a su interior y preguntarse, por ejemplo, si la mujer que le está molestando tanto porque está gritando a su hijo puede, de hecho, «haber pasado tres noches seguidas sosteniendo la mano de su marido, que estaba muriendo de cáncer» 9. En este caso, sus gritos serían más comprensibles. Tenemos que cultivar la costumbre de ser conscientes de nuestros pensamientos a medida que surgen y elegir cuáles de ellos merecen nuestra atención. Cuando somos capaces de desinstalar o «resetear» la configuración por defecto de nuestro egocentrismo, profundamente arraigado, aumentamos nuestra capacidad para preguntarnos por nuestras propias reflexiones.
Al final, Wallace no ofrece ningún medicamento adecuado para el dilema humano. Pero nos orienta en la dirección correcta, la gracia de la veneración, del culto. «No existe la no veneración. Todo el mundo venera. Nuestra única opción es qué venerar. Y una asombrosa razón para escoger venerar algún tipo de Dios o algo espiritual –llámese Jesucristo, o Alá, o la madre diosa Wicca, o algún conjunto inquebrantable de principios éticos– es que casi cualquier otra cosa puede comerte vivo» 10. Wallace es un tanto impreciso en este punto, defendiendo la elección de «algún tipo de Dios o algo espiritual» para evitar las peligrosas consecuencias de no hacerlo: una especie de apuesta de Pascal expulsando todo el aire.
El dilema que Wallace plantea es bien conocido en la tradición cristiana. En su diario personal, Flannery O’Connor, la gran maestra norteamericana de la novela corta del siglo XX, escribe: «No te conozco, Dios, porque estoy en camino» 11. David Foster Wallace también sabe que asimismo él está en camino. Pero hay una crucial diferencia entre O’Connor y Wallace en este punto. O’Connor habla con Dios. Se da cuenta de que está «en camino», porque sabe que está en una relación viva y amorosa con Dios. Wallace, por el contrario, parece pensar que nosotros, tan solo siendo conscientes, somos capaces de cambiar esos patrones habituales y profundamente incrustados de egocentrismo. Nuestro papel es necesario, sí, pero no basta por sí solo. Más adelante, en este libro tendremos ocasión de ver la urgencia repentina de la gracia en la vida de la joven escritora holandesa judía Etty Hillesum.
Según Wallace, solo