Las Conversaciones de Jesús. Simon J. Kistemaker
a responder, Jesús tuvo la libertad de decirles que no les diría con qué autoridad Él estaba enseñando y haciendo milagros.
La influencia de Juan como profeta no cesó en el momento de su muerte. Algunos 25 años más tarde, en Éfeso, a más o menos unas mil millas de Judea, Pablo se encontró a doce discípulos de Juan el Bautista. Él los bautizó en el nombre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo y predicaron en diferentes lenguas (Hechos 19:1-7). Ellos esparcieron el nombre de Jesús por donde iban con su Evangelio.
Aplicación.
El ministerio profético de Juan duró sólo medio año y tuvo un final abrupto en una celda. Él cumplió lo que Jesús había planeado para él, es decir, preparar al pueblo para la venida del Mesías. Su vida demostró la realidad de los eficaces planes de Dios, en los que los seres humanos toman una parte activa. La regla de vida de Juan respecto a Jesús fue: “A Él le toca crecer y a mí menguar” (Juan 3:30).
La repentina muerte de una persona en la mitad de su carrera nos deja atónitos y nos hacemos la inevitable pregunta: ¿Por qué? Dios no nos da una respuesta directa, pero nos hace saber que es Él quien determina la extensión de nuestra vida aquí en la tierra. Cuando nuestra labor está completo a los ojos de Dios, Él nos llama a casa. Pero mientras estemos en la tierra, Él quiere que nosotros mantengamos nuestros ojos fijos en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe.
El Centurión en Cafarnaúm
Mateo 8:5-13 • Lucas 7:1-10
Un Oficial de la Armada Romana
El hombre era un Centurión de la Armada Romana, probablemente al servicio de Herodes Antipas, quien había sido escogido por Roma para gobernar en Galilea. Él estaba estacionado en Cafarnaúm, en la orilla noroeste del Lago de Galilea. El término Centurión implica que él era un capitán que tenía a cargo cien soldados. Él podría haber sido un ciudadano romano que se había hecho amigo de la población judía y que asistía a los servicios de adoración en la sinagoga. Él era una persona religiosa y temerosa de Dios, que oraba a Dios y daba limosnas a los pobres. Él tenía un genuino afecto por el pueblo judío. Cuando la congregación necesitó un nuevo edificio, el Centurión construyó una sinagoga para ellos con sus propios recursos. Los judíos en Cafarnaúm lo honraban al permitirle participar de la adoración en la sinagoga que él mismo había levantado.
Jesús había realizado numerosos milagros de sanación en Cafarnaúm. Un hombre poseído por el demonio había entrado en la sinagoga mientras Jesús predicaba y había escandalizado el culto con sus estruendosos gritos. El demonio, hablando a través del hombre, gritaba: “¡Ah! ¿Por qué te entrometes, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!” (Lucas 4:34). Jesús le ordenó al demonio que callara y saliera del hombre y el espíritu maligno obedeció. Toda la gente quedó atónita, pues ahora todos sabían quién era Jesús. Si el Centurión estuvo presente, él debió haber escuchado el grito del demonio diciendo que Jesús era el único Santo de Dios.
Cierto día, un joven sirviente del Centurión se enfermó con una parálisis y estaba cerca de la muerte. El Centurión lo quería mucho e inmediatamente pensó en Jesús, así que envió a algunos representantes judíos por Él. Estos representantes judíos eran ancianos que regían en el pueblo y en la sinagoga. En la mente del Centurión debió haber estado presente que sería mejor si ellos en lugar de él, le pedían ayuda a Jesús. Ellos se acercaron a Jesús y le pidieron que fuera sin demora a sanar al muchacho.
La Sorprendente Fe de un Gentil
A pesar de que un gentil podía asistir a los cultos de adoración en la sinagoga, un judío nunca podía entrar en la casa de un gentil, porque él se debía guardar a sí mismo de contaminarse. De igual manera, un gentil no podía poner su pie en la casa de un judío. Entre judíos y extranjeros, existía una barrera que los separaba. Por esta razón, el Centurión pidió a los ancianos judíos que se acercaran a Jesús en su nombre. Si los ancianos estaban de acuerdo en ser sus intermediarios, pensó, Jesús podría no sentirse ofendido. Nadie le preguntó si el niño o el muchacho hubiera podido ser llevado hasta donde estaba Jesús. La situación era urgente, así que ellos le pidieron a Jesús que fuera inmediatamente a sanar al joven.
Los ancianos no eran sólo mensajeros del Centurión, sino que también le hablaron a Jesús del buen nombre del oficial romano. Ellos le imploraron que fuese sin demora, informándole que este hombre merecía la ayuda por dos razones: él amaba al pueblo judío y había construido la sinagoga. Sin duda, Jesús sabía todo esto, pues siendo un residente y un adorador en Cafarnaúm, Él estaba familiarizado con la benevolencia del Centurión.
El ruego de los ancianos se basaba en el merecimiento del Centurión. ¿Acaso los judíos pensaban que debido a la generosidad del oficial y por su amistad, él merecía ser escuchado? Ellos adoptaron la actitud de devolver un favor, pero esa no fue la actitud que Jesús adoptó. En una ocasión posterior, Jesús enseñó a sus seguidores que después de todas las obras que ellos habían hecho por Él, deberían considerarse a sí mismos sirvientes inútiles que sólo habían cumplido con su deber.
Sin ninguna objeción, Jesús atendió la petición de los ancianos y los acompañó hasta la casa del Centurión. Aunque los judíos le habían dicho a Jesús que el Centurión merecía ser ayudado, el hombre no se veía a sí mismo merecedor de recibir a Jesús bajo su techo. Él sabía que Jesús tenía un poder más grande que cualquier otro hombre. Él vio su propia posición de militar como una reflexión de la grandeza de Jesús. Así que, mientras Jesús se acercaba a su casa, el Centurión envió a sus amigos a decirle que no debía molestarse en entrar a su casa. Esto podía haber sido interpretado como un gesto dirigido a no apenar a un judío al rehusarse a entrar en la casa de un gentil, pero este no era el caso. En el mensaje que envió con sus amigos, el Centurión utilizó el título de Señor para expresar su respeto por la santidad de Jesús. El Centurión le explicó que él sentía que no era merecedor de estar en la presencia de la majestad de Jesús.
Como oficial militar, el Centurión estaba bajo la autoridad de sus superiores, cuyas órdenes él debía llevar a cabo sin preguntar y sin demora. Igualmente, él tenía el poder de dirigir a los soldados bajo su mando. Él razonó que si él, como Centurión, debía esperar el cumplimiento inmediato de sus órdenes, ¿cuánto más Jesús con todo su poder, esperaría ser obedecido? Él tenía la fe en que Jesús podía sanar al joven enfermo únicamente con su palabra. Jesús no tenía que tocarlo y ni siquiera verlo. Según esto, él le dijo a Jesús que dijera la palabra y ordenara a la enfermedad dejar el cuerpo del sirviente.
Cuando Jesús escuchó estas palabras viniendo de los labios de un gentil, Él estaba sorprendido por la fe del hombre. La población judía en Cafarnaúm había observado todos los milagros realizados por Jesús, pero no creían, aunque este Centurión actuaba en fe. Aún cuando las multitudes incrédulas de Cafarnaum habían escuchado las enseñanzas de Jesús, ellos se rehusaban a arrepentirse. Esta era gente que había sido instruida en las Escrituras y que podían haber reconocido a Jesús como el Mesías anunciado por los profetas. Aún así, fue un gentil atraído por las enseñanzas bíblicas en la sinagoga quien reconoció a Jesús como el Santo de Dios.
Jesús no elogió a los judíos de Cafarnaúm que eran muy privilegiados de tenerlo a Él entre ellos, pero sí lo hizo con el Centurión romano, que puso su fe en Él. Es verdad que algunos judíos habían expresado esa misma fe. Natanael lo reconoció cuando dijo: “Rabí, ¡Tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel!” (Juan 1:49). Incluso Pedro, utilizó palabras similares: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente” (Juan 1:49). Pero estos eran sus discípulos, quienes recibían instrucción diaria. El Centurión no tuvo esa oportunidad, aunque fue el que demostró comprender las verdades espirituales. Para él, Jesús era el Santo de Dios.
Después de haber dado el mensaje, los ancianos y amigos del Centurión regresaron a la casa para ver qué había pasado. Ellos encontraron al joven sirviente lleno de salud y