Un mundo dividido. Eric D. Weitz

Un mundo dividido - Eric D. Weitz


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había sido una tarea característica de la revolución científica y la Ilustración. Muchos de los viajeros de la primera mitad del siglo XIX eran naturalistas, como Von Humboldt y Darwin,61 que se dedicaban a observar detenidamente las formaciones minerales, la vegetación, los peces y otras especies animales y, en la mayoría de los casos, además, no podían evitar examinar la sociedad y la política, relacionando sus análisis de los mundos natural y humano.62 Valga como ejemplo el gran científico sueco del siglo XVIII Carlos Linneo, que destacó como taxónomo. A partir de mediados del siglo XIX se fue haciendo cada vez más común la interpretación racial de la diversidad humana. Multitud de autores se apoyaron en las ideas darwinistas para defender el racismo “científico”, aunque los fundamentos supuestamente científicos de esta teoría en realidad eran puros prejuicios en su mayor parte. En Occidente existía una especie de “internacional racial”, una concepción de la diversidad humana que trascendía las fronteras nacionales. Según esta idea, el Estado nación representaba (o debía representar) una nación definida con criterios raciales; este método de clasificación de poblaciones era el más excluyente que cabía imaginar, además de potencialmente mortífero. Más adelante veremos cómo se manifestó en Estados Unidos, Brasil, Namibia, Ruanda y Burundi.

      Es imposible generalizar las ideas que se tenían en Occidente de los árabes, los africanos, los naturales de Oriente Medio y otros pueblos indígenas. A pesar de oponerse a la esclavitud y otras formas de opresión, los viajeros occidentales a menudo se permitían comentarios muy peyorativos sobre los pueblos y las comunidades que iban conociendo: los armenios eran “sucios”, lo mismo que los judíos; los griegos, “charlatanes”; los “franciscanos, dominicos y otros monjes… con sus caras sucias y santurronas”;63 los cristianos orientales eran “fanáticos”;64 los egipcios coptos tenían la cabeza “grande pero hueca”, una “expresión mezquina […] y [un talante] sombrío y melancólico […] ningún gusto por el arte ni la menor curiosidad […] [son] gandules y descuidados, estrafalarios e ignorantes, insensibles y supersticiosos”;65 a los eurasiáticos les encantan “las expresiones forzadas […] se asemejan a nuestros negros”;66 los chinos son “el pueblo más depravado del mundo”, capaces de caer en la “corrupción más escandalosa y atroz […]. El contacto con ellos es envilecedor”.67

      Los encuentros con lo foráneo solían llevar al visitante a encerrarse en su identidad y rechazar la del otro. Sin embargo, los relatos de los viajeros occidentales también nos deparan sorpresas. A menudo tachaban de bárbaros a los africanos, pero de vez en cuando hacían observaciones favorables, aunque es más fácil encontrarlas en las crónicas escritas hacia 1800 que en las publicadas un siglo después. A finales del siglo XVIII, examinando el conocimiento que los europeos tenían de África, los autores británicos Leyden y Murray reconocieron que los africanos habían construido reinos cuyo acervo artístico y grado de civilización eran comparables a los de Europa.68

      Además de a las poblaciones, los viajeros observaban de cerca los sistemas económicos y la tecnología de las regiones y los países que visitaban. Para no pocos occidentales, los métodos de trabajo y la economía reflejaban la idiosincrasia de la población y señalaban la diferencia entre civilización y barbarie. Si a los persas y japoneses siempre les impresionaba la tecnología que veían en Occidente, los occidentales que viajaban a Oriente tenían la reacción opuesta: dedicaban mucho espacio en sus escritos a describir el primitivismo de los métodos de trabajo y el descuido predominante. El director de una fábrica de papel caracterizada por lo rudimentario de sus métodos y la tosquedad de los materiales estaba sentado delante del edificio, “a la sombra de un árbol, fumando en pipa con aire ufano, era sin duda indigno de aquel prohombre atender a los detalles del negocio”. James De Kay llega a la conclusión de que el director de la fábrica es de los que “comen del pan de la pereza y consumen gran parte de los beneficios de la empresa”.69 A los occidentales, sin embargo, a veces les impresionaba lo bien cultivados que estaban algunos campos en Oriente Medio o la excelente calidad de ciertas herramientas japonesas.70

      A mediados del siglo XIX, dos viajeros estadounidenses expresaron puntos de vista contrarios sobre la diversidad humana. En 1865, Louis Agassiz, un suizo que ya había alcanzado fama como científico, dirigió una expedición a Brasil. Le acompañaba el joven William James, que tenía apenas veintitrés años y llegaría a ser un filósofo y psicólogo célebre. Agassiz se había propuesto recoger e identificar diversos especímenes de peces entonces desconocidos en Norteamérica y Europa. Como representante oficioso de Estados Unidos, pretendía también promover la libre navegación del río Amazonas; sus esfuerzos dieron fruto cuando el emperador Pedro II promulgó un decreto permitiéndola.71

      Agassiz fue uno de los precursores del racismo científico. La gran heterogeneidad de la población y la larga historia que tenía de mestizaje convertían Brasil en el lugar idóneo para su investigación antropológica. Se trataba de buscar datos que confirmaran sus teorías antidarwinistas y su concepción racista de la sociedad humana. Agassiz dividía nuestra especie según un esquema jerárquico en el que los europeos blancos eran superiores por naturaleza a los pueblos de piel más oscura: de ahí que propugnara sin reservas la segregación racial en Estados Unidos y le horrorizara el cruce de razas. Según él, el mestizaje hacía que se impusieran las características inferiores y llevaba a la degeneración del grupo dominante, una idea defendida a principios del siglo XX por el antropólogo alemán Eugen Fischer, que llevaría a cabo una investigación antropológica similar a la de Agassiz en los territorios alemanes del sudoeste de África. Además de escribir sobre el tema, Agassiz fundó el Museo de Antropología de Manaos, en Brasil, dedicado a reunir documentos fotográficos sobre los pueblos indígenas y mestizos: este archivo había de demostrar su inferioridad intrínseca y la degeneración causada por el mestizaje.72

      William James, discípulo de Agassiz, tenía sin embargo otra concepción de la diversidad humana: el joven filósofo superó los prejuicios tan comunes en su época ofreciendo en sus escritos una visión favorable de los pueblos indígenas y mestizos.73 El futuro autor de Las variedades de la experiencia religiosa apreciaba las múltiples formas de vida humana, y así empezó a distanciarse de su mentor, muy admirado por la élite de Boston y Nueva Inglaterra. James se vio influido por las ideas abolicionistas que predominaban en su familia, pero fue más allá.

      En su viaje al interior del país se sintió a gusto con el mestizo que le servía de guía y los indios que conducían la canoa. Y, sin embargo, hay cierto paternalismo en su descripción de los africanos y los indios, “gente encantadora, con un tono de piel marrón muy bonito y un pelo moreno envidiable. La piel está seca y parece limpia. No sudan apenas, por lo que tienen mejor aspecto que otros negros y los blancos, que en este clima siempre están sudorosos, con la piel como grasienta. […] Todos los indios que he conocido son muy cristianos y civilizados”.74 Eran gente “de trato muy agradable”, pero “sin la menor perspicacia”.75 Después de encontrarse con un grupo de mujeres indias escribió lo siguiente en su diario: “Me admiró, como de costumbre, el tono suave y educado en el que conversaban mis amigos y la vieja dama. No sé si es su raza o su entorno lo que hace a este pueblo tan refinado y cortés. No hay en Europa ningún caballero con mejores modales, y sin embargo estamos hablando de campesinos”.76

      James describe con elocuencia los peces que encontró, los ríos y montañas, y hasta las nubes de mosquitos; y por lo demás celebra que “tanto amos como sirvientes” carezcan de la “brutalidad y vulgaridad que nos caracteriza a los anglosajones”.77 Pero apenas habla de la esclavitud, a pesar de que Río de Janeiro era el punto de desembarco de esclavos más importante de toda América, y los trabajos forzados aún tardarían veintitrés años en ser abolidos en Brasil.78 James da muestras, es verdad, de humanitarismo en sus escritos, pero es improbable que hubiese aceptado reconocer a los indios y a los negros la condición de ciudadanos con derechos de la nación brasileña. Muchos de los abolicionistas brasileños más destacados tenían las mismas limitaciones que el autor estadounidense, como veremos en el capítulo IV.

      Los orientales que viajaron a Occidente en el siglo XIX observaron


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