Un mundo dividido. Eric D. Weitz

Un mundo dividido - Eric D. Weitz


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de una Grecia democrática. Estimulado por el ejemplo de la Revolución francesa, se rebeló contra las jerarquías de poder existentes en el Imperio otomano e invitó a los griegos a incorporarse al nuevo mundo, definido por los Estados nación y los derechos humanos. Pero el suyo no fue un camino fácil. En 1797 Velestinlís quiso instigar una rebelión destinada a crear una Grecia independiente, unos funcionarios austriacos se enteraron de sus planes y le entregaron a las autoridades otomanas. Ese mismo año fue ejecutado junto con otros doce compatriotas, y su cuerpo, arrojado al Danubio.

      El paso de un manifiesto político a la fundación del Estado nación no fue fácil en Grecia ni en ninguno de los países cuyas historias examinamos en este libro. En el camino a la independencia de Grecia y la proclamación de los derechos de sus ciudadanos hubo, en efecto, batallas cruentas, maniobras diplomáticas y acuerdos frágiles. A pesar de estos acontecimientos y de los múltiples regímenes políticos que conoció el país, en los dos siglos y medio siguientes subsistieron las mismas preguntas esenciales: ¿Quiénes eran griegos? ¿Abarcaría la nación griega a judíos, musulmanes, valacos y otros muchos grupos? ¿Sería una futura constitución griega tan inclusiva y ambiciosa como la había imaginado Velestinlís en 1797? ¿Qué derechos ejercerían los considerados griegos?

      El nacionalismo griego –con todos sus triunfos, limitaciones y desastres– se convirtió en un modelo para los movimientos independentistas que surgieron en toda la región mediterránea y otras partes del mundo (véanse mapas de las pp. 61 y 63). El éxito de la insurrección griega tuvo una gran resonancia en los Balcanes, Anatolia, Oriente Medio y zonas tan lejanas como América Latina. Por todas estas razones (el carácter parcial de todo avance en derechos humanos; la tendencia de los movimientos nacionales a seguir el ejemplo griego; la cuestión esencial de quiénes forman una nación, y la persistente influencia –positiva y negativa– de las grandes potencias) empezaremos por el caso griego: el del primer Estado nación fundado en Europa desde la era napoleónica.7

      Expansión y declive del Imperio otomano

      El camino a la independencia griega comenzó con la rebelión que estalló en febrero de 1821 en las regiones danubianas de Moldavia y Valaquia (perteneciente a la actual Rumanía), provincias nominalmente otomanas que estaban bajo protectorado ruso.8 En ambas vivían un gran número de griegos, entre ellos comerciantes ricos y altos funcionarios del imperio. Unos meses más tarde, en la península del Peloponeso y las islas circundantes, grupos de bandidos iniciaron motines muy violentos.

      Al principio, ninguna de las dos rebeliones tuvo un carácter nacionalista ni estuvo inspirada, como las revoluciones estadounidense y francesa o las latinoamericanas, por la idea de derechos humanos. La griega era una sociedad atrasada. La tasa de alfabetización era muy baja y el sector industrial, arcaico. Hay que considerar, eso sí, el papel del cristianismo ortodoxo como fuerza unificadora de los rebeldes. Las identidades eran, sin embargo, principalmente locales. La autoridad última correspondía al sultán, pero en la vida diaria el poder residía en los funcionarios locales, los terratenientes y los bandidos más que en la lejana Estambul. En este estado de cosas era muy difícil que surgieran los movimientos nacionalistas y la ideología de los derechos humanos.9

      Las insurrecciones griegas de la década de 1820 formaron parte de una larga serie de rebeliones encaminadas a mitigar la opresión otomana. Los rebeldes griegos exigían que las autoridades aliviaran la carga tributaria que soportaban; recordemos el sistema de tributación en cadena que observó el reverendo Munro en sus viajes a Oriente Medio, y en el que todos los funcionarios otomanos, desde el más notable hasta el más humilde, se llevaban su parte, lo que resultaba extraordinariamente gravoso para la gente corriente, pero también para los ricos. Por lo demás, los rebeldes reivindicaban el derecho a construir y restaurar iglesias sin necesidad de pedir permiso a las autoridades otomanas. En las provincias danubianas, los comerciantes querían autonomía, es decir, la facultad de dirigir sus negocios sin tener que rendir cuentas continuamente (ni pagar tributo) a los funcionarios locales del imperio ni a la burocracia de Estambul. Estos agravios, como la religión, unían a la mayoría de los griegos al margen de sus identidades, mayormente locales.

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      Expansión de Grecia

      En el Mediterráneo oriental, los musulmanes y los cristianos llevaban muchos siglos conviviendo en paz. Este largo periodo de concordia se vio, sin embargo, interrumpido cada cierto tiempo por graves episodios de violencia intercomunitaria. En la década de 1820, y a medida que la rebelión griega se iba transformando en una revolución nacionalista evocadora de la idea de los derechos humanos, la enemistad entre cristianos ortodoxos y musulmanes se fue exacerbando. En la era del nacionalismo, la identidad religiosa cobró un significado político. Si el Imperio otomano aceptaba la diversidad, el Estado nación era mucho menos tolerante.

      La guerra de Independencia de Grecia, como vendría a llamarse más tarde, fue un conflicto intermitente que duró un decenio y en el que las dos partes cometieron atrocidades sobrecogedoras. La rebelión también atrajo a otros griegos más politizados, que en los diez años de contienda pusieron sus recursos intelectuales y, lo que era más importante, sus contactos con la sociedad y los Estados europeos al servicio de la causa nacionalista. Además de defenderla ante Gobiernos y públicos extranjeros, recaudaron los fondos necesarios para que los ejércitos griegos siguieran luchando y los barcos griegos navegando, y exhortaron a las potencias europeas a intervenir en el conflicto. No fue tarea fácil. Para disgusto de estos militantes políticos, las grandes potencias nunca llegaron a apoyar por completo el proyecto nacional griego; como siempre, miraron por sus intereses (veremos más ejemplos de esta actitud en otros casos históricos examinados en este libro).

      Muchos de los militantes nacionalistas se habían educado en el extranjero: en París, Londres y varias ciudades alemanas. Les conmovían los ejemplos de las revoluciones estadounidense y francesa y las latinoamericanas, así como los escritos y el martirio de los primeros héroes nacionalistas, entre ellos Velestinlís. En este aspecto vivían ya en un mundo globalizado, en el que lo ocurrido en un continente podía influir mucho en lo que sucedía en otro.

      Las ideas de Velestinlís, procedentes de las revoluciones que había observado en la década de 1790, inspiraron la creación de la Filikí Etería (‘sociedad de amigos’), la primera organización política netamente moderna fundada en Grecia. Constituida en 1814 por hijos de comerciantes, tenía un carácter secreto y unos ritos de origen masónico. Era una sociedad poco numerosa, pero muy influyente. Sus miembros sostenían que Grecia no se podría liberar de la dominación otomana más que por medio de una rebelión armada. La sociedad atrajo a intelectuales, profesores, clérigos y comerciantes, admiradores todos de los ideales de la Ilustración y la Revolución francesa, y que se aliaron con unos cuantos terratenientes, así como con bandoleros diversos. Esta comunidad tan heterogénea, formada por gente de todos los sectores sociales, fue la artífice de la Revolución griega.11 En la


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