Con José, siervo humilde y fiel. Luis Mª Mendizábal

Con José, siervo humilde y fiel - Luis Mª Mendizábal


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José: «No tengas reparo en recibir como esposa» (Mt 1,20), porque tú tienes, en el plan de Dios, el oficio de ser padre, custodiar el Templo. «Pero, ¿cómo?, ¿el esperado de todas las gentes, tenerlo yo en mi casa?, ¿¡yo tratarlo!?, ¿¡yo tenerlo en mis brazos!?, ¿¡yo formarlo!?». Sí, esos son los designios de Dios. Y él «camina sobre las olas» en los planes de Dios, que no se fijan en los títulos y en los valores de este mundo, y en las riquezas y en la cultura y en la preparación, sino en lo que el Señor mismo va preparando de un corazón humilde y sencillo. Y él pasa ese temporal y esa tempestad, y camina hacia el Señor a través de eso.

      Después es el Nacimiento en Belén. Y en la prueba de aquel abandono y de aquella renuncia de todo, él sigue adelante, fielmente con María. Luego la huida a Egipto, y todo lo que eso lleva de conmoción y de temporal, y va adelante. Y luego en la pobreza de la casa de Nazaret. Y cuando queda en el Templo, él no se queja. José es un hombre que no se queja nunca, es admirable. No veréis en él una palabra de queja. Ni siquiera en el momento en que se queda en el Templo el Niño (cf. Lc 2,43s), y después de tres días lo encuentran en el Templo; él no se queja. Es María la que se queja, es su Madre la que le dice: «Hijo», la primera vez que le llama con ese nombre, Hijo. «¿Por qué has hecho así con nosotros? Mira que tu padre y yo te buscábamos con dolor» (Lc 2,48), ¡con dolor! Indica todo el dolor del padre, que está callado, que se muerde los labios y calla. ¿Por qué? Porque a través de todo ese temporal, él mantiene su fe. Él sabe el camino que puede seguir, que debe seguir. Él pone de su parte lo que le piden las circunstancias a su corazón de hombre bueno y justo. Y calla. Pasa a través de todos los temporales ¡sin hundirse! Hasta llegar a ser así en el cielo nuestro custodio, a quien podemos acudir confiadamente porque nos entiende muy bien en los temporales de nuestra vida.

      A nosotros nos pide el Señor también caminar sobre las olas. Nosotros querríamos: «Señor, para que yo vaya a Ti, quita las olas de mi camino y entonces correré». Y no: el Señor nos pide que vayamos a Él por encima de las olas, de los problemas, de los conflictos, de las dificultades de la vida, ¡pero con la mirada fija en Él! Esto es lo que nos enseña José, ser hombres de fe.

      Que sepamos, bajo el manto de la Virgen y unidos a Ella, con la gracia del Espíritu Santo, caminar siguiendo el ejemplo de san José. Que él nos custodie, que él nos fortalezca en la fe, para que alcancemos a ese Señor que él tuvo en sus brazos, cuyos latidos sintió en su corazón. Que nos lleve hasta Él, para que corone nuestro caminar confiado a la luz de la fe.

      (Homilía, 19-3-1987)

      3. María formó el corazón de José

      Es una oportunidad esta Misa en este primer día de mayo para que levantemos nuestra mirada a san José. San José que, como sabe hacerlo siempre, protege escondidamente, diríamos, protege a la espalda, sin querer atraer sobre él la mirada, que desea que se dirija hacia Jesús, hacia la Virgen, y él se goza de que esa mirada vaya a ellos. Él toma esa misión de ayudar, de sostener, de servir, pero con esa característica del silencio y del escondimiento.

      De hecho, no conservamos ninguna palabra de José, ninguna palabra que él hubiera pronunciado. La verdadera palabra de José es la obediencia, es una obediencia total. Cuando en el Evangelio se habla de esas referencias a san José, que se realizan generalmente en sueños, las comunicaciones a José, lo único que dice es que realizó lo que se le dijo, pero ni siquiera encontramos eso que aparece en la Virgen, que es la respuesta de expresión de su docilidad. No hay una expresión semejante: «Yo soy el siervo del Señor, que se cumpla eso que acabas de decir», ni siquiera eso. Simplemente lo hace, y lo hace silenciosamente.

      Es una figura arrebatadora la de José. El hombre curtido a través de las pruebas, dificultades… La obra preciosa de la Virgen, porque hemos de tener bien presente que esa justeza del corazón de José –«José hombre justo» (Mt 1,19), hombre de corazón bueno, de corazón recto–, fue y debió ser en gran parte, obra de la Virgen en su trato cotidiano con él, en su conocimiento en el período de su juventud, cuando empezaron a tener aquellas relaciones sublimes, por otra parte, de intercomunicación personal, en las que iban hablando de lo que a ellos les interesaba. Esto es tan importante, saber tratar de nuestras cosas, que son las cosas de Dios. Y como las cosas de María eran las cosas de Dios, y la preocupación de la Virgen era su entrega al Señor y el vivir en plenitud de amor esa voluntad de Dios –porque como Corazón Inmaculado que tenía, sintonizaba plenamente con el Corazón de Dios–, (…) José fue el confidente de la Virgen, fue el hombre que pudo entender a María suficientemente, que encontraba en María una cercanía ideal. Y María actuaba sobre José; de esa manera es como se va actuando. Esto tenemos que aprenderlo. José lo ha vivido, lo ha enseñado también con su ejemplo, y está ahí como Patrono de la Iglesia y patrono de la vida interior. Pero es verdad, cuando se nos dice que «estaba casada con José» (Lc 1,27), ese estar casada presupone esos conocimientos previos. La Virgen tuvo que revelar algo de su misterio interior, de sus deseos de virginidad, y vio que José la comprendía, que sus palabras encontraban eco en el corazón de José. José entendía lo que María le proponía, estaba dispuesto a colaborar, a ayudar. Y esa palabra de la Virgen, que se revelaba discretamente con la indicación de sus ideales, de su visión de la vida, de su deseo de entrega total al Señor, de su ideal de virginidad, encontraba eco en José. Y eso iba formando el corazón de José. No es que simplemente fuera bueno así, por nacimiento. Sin duda, fue predilecto de Dios y también tuvo en su corazón desde su concepción, o desde su circuncisión, esa riqueza del Espíritu del Señor. Tendría, sin duda, un amor grande al Señor. De ahí venía la sintonía con la Virgen. Pero la Virgen va formando su corazón. El corazón es bueno, es verdad, pero tiene que ser formado. María le fue dando esa forma, esa honradez, esa justeza, esa justicia que destacan los evangelios en José. Y ahí se realiza esa fusión de corazones, fusión virginal, fusión verdadera. ¡Se aman, y se aman ardientemente! Se aman muchísimo, pero se aman integrados en el amor de Dios.

      Este punto de la integración del amor de Dios en el amor humano es uno de los puntos difíciles, que no se entienden simplemente por un puro discurso de razón, sino que son elementos de la experiencia de la vida, de la riqueza del don de la caridad que Dios infunde en el corazón; pero es interesante cómo esto tiene una repercusión en nuestra misma vida. Hay relaciones de amor, de afecto, relaciones con nuestros padres, con personas que amamos, que tienen que ser asumidas y elevadas por la fuerza de la caridad que el Señor infunde en nuestros corazones. Y esto es lo que muchas veces no entendemos bien. A veces se tiene la impresión de que ser llamado a la virginidad es ser llamado a no amar, a sofocar el amor, y eso no es verdad. Ser llamado a la virginidad es ser llamado a una riqueza de amor, a un amor grande, a un amor a Jesucristo con corazón indiviso, pero un verdadero amor. Hay gente que, porque no aman a nadie cree que ama a Dios, y que es amar a Dios el no amar a nadie. Y no es verdad. Amar a Dios es amarle.

      José es el hombre que ama a Dios. María fue maestra de José en ese amor de Dios. Le enseñó a amar. Y María amaba a José. ¿Cómo no le iba a amar? Pero no es un amor en contraposición al amor de Dios. Aquí es donde está la cuestión para nosotros importante, que no es un amor contrapuesto, que de alguna manera ensombrece el amor de Dios, sino que es un amor que viene potenciado por el amor de Dios, pero con unas características especiales, con unas características de liberación de todo egoísmo. Es la fuerza misma del amor de Dios la que nos lleva a amar a los que son hermanos, padres, amigos nuestros. Es la fuerza misma del amor de Dios, pero se les ama de manera distinta. San Ignacio llama a esto transformación del amor carnal en amor espiritual. Transformación no es eliminación del amor. En vez de poner una especie de raciocinio, de discurso, por el que yo digo: «Yo amo a esta persona; bueno, yo no le amo, pero como Dios quiere que le ame, yo quiero también servirle», eso no sería amar. Se trata de amar, con la fuerza de ese amor. En el campo del amor es donde esto se realiza, y no por el mero discurso de la razón, sino que es verdadero amor, pero un amor que es realización del amor de Dios presente en nosotros. No es contrapuesto.

      Nosotros sabemos que en nuestra vida interior muchas veces hay unas corrientes interiores. Llamamos a eso la unción del Espíritu Santo, nos sentimos como llenos, ungidos interiormente, reblandecidos. Hay dentro una suavidad como perfumada, silenciosa –la suavidad siempre es silenciosa–, que nos mueve, nos conduce. Hay una paz. Todo el caminar interior, todo


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