Curso de sociología general 2. Pierre Bourdieu
lejos, no sabemos, y los informadores bien informados –es decir, parisinos– están ahí para decirnos de antemano –profecía– lo que todo el mundo sabe en los medios bien informados).
Acaso ustedes piensen que hago una polémica gratuita, pero el efecto es muy importante: detrás de ese tipo de enunciados de los cuales la prensa está colmada, puede haber un golpe de fuerza, un efecto de autoridad cuyo fundamento es preciso examinar. He descripto un poco el mecanismo: ¿qué quiere decir “bien informado”? ¿Y “bien informado” a los ojos de quién? Una paradoja del “bien informado” es que uno tendrá más posibilidades de ser visto como “bien informado” cuanto peor informada esté la gente a la cual se dirige (esta es una proposición general de la que enseguida van a ver en qué resulta cuando se la traslada a la política). El palmarés que aparece en Lire, cuyo jefe de redacción es Bernard Pivot, pasa por ser obra de gente “bien informada”. Pero ¿qué significa “bien informada”? ¿“Informada” sobre qué? Cuando dije “bien informada”, ustedes habrán pensado sin duda “bien informada sobre el tema en cuestión: el estado de las ciencias sociales, el estado de la filosofía”. Pero hay una segunda proposición: “bien informada” sobre la relación entre el informador informado y la cosa en cuestión, en otras palabras, “bien informada” sobre los intereses específicos del informador bien informado y sobre el interés que este tiene en presentarse como bien informado acerca de lo que está en juego. Las estrategias simbólicas del tipo de las que enuncio se ejercerán con más fuerza en la medida en que lleguen a personas alejadas del lugar de producción del mensaje y no solo de la información sobre la filosofía, sino también de la información sobre las condiciones en las cuales se producen las informaciones sobre la filosofía. En otras palabras, si uno no tiene amigos en el periodismo, está jodido.
Digo las cosas de manera brutal para que sean claras. Podemos pensar en la famosa frase sobre los augures romanos que no pueden mirarse sin reír.[41] Estos augures [los periodistas] no son muy graciosos, pero deberían ser incapaces de mirarse sin reír porque saben que hablan de libros que a menudo no han leído; por profesión, estatutariamente, no pueden leerlos. Podríamos hacer una analogía con la relación entre el sacerdote y el laico, a los que Weber dedicó muy buenos análisis de los que volveré a ocuparme: el efecto de cierre del campo, el efecto de esoterismo, el efecto de secreto (una de cuyas formas mecánicas es el numerus clausus), contribuye a producir las condiciones de eficacia simbólica de la acción de las personas pertenecientes a un campo relativamente autónomo sobre las personas excluidas del campo. Así, estamos en presencia de un problema de relación clérigo-laico: hay que preguntarse cuál es la posición en el campo de esos clérigos [los autores de los palmareses] y preguntarse si sus tomas de posición, que se presentan como universales, no son la universalización de los intereses particulares (esto es Marx). ¿La eficacia simbólica específica de esas tomas de posición de apariencia universal no obedece, primero, a su posición en el campo, y segundo, al hecho de que, como el campo tiende al cierre, la conexión entre la posición y la toma de posición que, por método, hay que suponer tan pronto como uno tiene en mente la noción de campo, no puede ser hecha [por el lector] y, en todo caso, no puede ser informada? Esto significa que el lector provinciano de Le Nouvel Observateur puede no tener sospecha alguna –esto es el efecto de autoridad–, o bien decirse que “hay algo oculto” (como se dice en el ejército: “Hay interés en decir eso cuando es uno quien lo dice”), pero entonces queda desarmado.
La sobrerrepresentación de las categorías vagas y la cuestión de la competencia
¿Qué hacer frente a ese palmarés reproducido en la radio (“1º Lévi- Strauss, 2º Aron, 3º Foucault”, y así sucesivamente)? ¿Hay que criticarlo? ¿Ustedes esperan que yo diga: “No está bien, Fulano no debe estar tercero”? [risas en el auditorio]. No, hay que estudiar las condiciones sociales de producción de ese palmarés. Lo que este oculta, lo que está tácitamente incluido en las condiciones ocultas de su producción. En la revista nos dan el palmarés y por otra parte están los comentarios: “Sartre murió, no hay un sucesor”.[42] Es interesante… Siempre es muy difícil hacer el análisis cuando uno olfatea demasiado –hace un momento no olfateaba lo suficiente– y comprende demasiado rápido. Me permito decirlo porque creo que toda la dificultad frente a un fenómeno como este es llegar a asombrarse por todo, incluido lo que se comprende demasiado rápido y cuyo testimonio es la risa, porque reír siempre es comprender demasiado rápido; uno no podría decir por qué se ríe, pero ha comprendido algo.
No tengo el número de Lire –espero que puedan conseguirlo–, pero intento describirlo. Está el palmarés con fotos y biografías de los cinco primeros, a continuación la lista y luego comentarios producidos por los productores del cuestionario: los inventores de la técnica, por lo tanto. A la pregunta “¿Sartre sigue ahí?”, dicen que no saben cómo responder, que es una lástima o que, si hubiera uno, sería más bien Fulano. Esos comentarios parecen desprenderse del palmarés, pero ya sería un buen reflejo preguntarse si no son los principios inconscientes de producción del palmarés. Y en un rincón, bien al final, se indica la lista de las cuatrocientas cuarenta y ocho personas interrogadas.
Si esas personas se mencionan por su nombre, no es por una intención científica (no es para que Bourdieu pueda hacer el análisis…), es porque esa gente merece ser mencionada: son personas cuyo nombre es relevante, y por eso se las ha interrogado y están legitimadas para dar su opinión sobre la cuestión. Se las ha elegido por sus nombres propios: por consiguiente, se les devuelven sus nombres. En esta restitución hay incluso una jerarquía. Las personas cuyo nombre es muy importante tienen derecho a la cita de los considerandos de sus respuestas. Leemos: “Yves Montand –¡el pobre! [risas en el auditorio]– nos dice que se sintió muy turbado” (invento… para no citar los ejemplos verdaderos que ustedes encontrarán… [risas en el auditorio]). Su respuesta es muy interesante porque roza una cuestión importante: “Pero ¿con qué derecho [puedo juzgar]?”.[43] Si se le pregunta, es porque se le otorga el derecho [a juzgar]: solo se le hace una pregunta a alguien si se le otorga el derecho a dar una respuesta. Yves Montand se siente legitimado porque se le ha hecho la pregunta, pero eso le plantea un sacrosanto problema porque, a la vez que está legitimado, no cree tener la competencia –la palabra “competencia” es interesante: es una palabra jurídica–, no se siente competente, es decir, no solo capaz (“capacidad”), sino estatutariamente fundado para responder, ya que tiene derecho a responder y, por lo tanto, está legitimado para juzgar.
Esa es la cuestión fundamental: ¿quién está investido del derecho a juzgar en materia de desempeño intelectual? Lire da la lista de las personas que respondieron y, en el caso de los más eminentes, los considerandos, y –aquí es donde me parece que la sociología produce sus efectos– de hecho la cuestión que el palmarés planteaba tácitamente era la siguiente: ¿quién es el juez en materia de producción intelectual? ¿Quién tiene derecho a juzgar? ¿Quién está justificado para juzgar? Lire da la lista de los elegidos y la lista de los electores. Para comprender el principio de selección implementado en la lista de los elegidos, hay que buscar el principio de selección implementado en la lista de los electores. Los electores fueron elegidos según un principio no enunciado que se reproduce de manera inconsciente en la lista de los elegidos. Miremos la lista de los electores, a quienes se clasifica por categorías: “escritores”, “escritores-profesores” o “universitarios”, “escritores-periodistas” y “periodistas”.
Cuando se observan las listas, sorprende la vaguedad de las taxonomías. Por ejemplo, hay gente incluida entre los “periodistas”, cuando, en nombre de los criterios que llevaron a clasificar a otros entre los escritores, podrían haber sido escritores. Así, Max Gallo está entre los periodistas, mientras que Madeleine Chapsal está con los escritores.[44] No quiero ser hiriente con uno ni con otra, no juzgo. Otro ejemplo: a Jean Cau, Jean Daniel, Jean-Marie Domenach, Paul Guth y Pierre Nora se los considera “periodistas”. Están junto a Jean Farran, Jacques Godet y Louis Pauwels, lo que no debe de ser muy placentero para algunos de ellos. Y entre los “escritores” encontramos a gente como Madeleine Chapsal, Max Gallo, Jacques Lanzmann, Bernard-Henri Lévy, Roger Stéphane. Hay ahí una fluctuación típica de las categorías. Un sociólogo