Curso de sociología general 2. Pierre Bourdieu
un mejor criterio–, los ingresos promedio obtenidos con el periodismo, etc. Aquí, la taxonomía es vaga y es manifiesto que, en opinión de Lire, todos los escritores son periodistas y todos los periodistas son escritores. Lo mismo para los escritores-profesores:[45] personas que manifiestamente escriben mucho en los diarios están categorizadas como escritores-profesores, mientras que otras que ya no escriben en los diarios aparecen entre los periodistas.
La vaguedad de las taxonomías lleva a una lista tal que, en una alta proporción de la gente (más de la mitad), la distinción periodista/escritor es inválida. En el detalle, casi la mitad de la lista está constituida por personas a quienes, en verdad, no puede categorizarse como periodistas, escritores o profesores. Estamos en el rango de lo metaxǘ,[46] lo intermedio, lo vago, es decir, de la frontera. En gran medida, el cuerpo de jueces se reclutó entre personas que tienen por propiedad escapar a una categorización simple. Antes de comenzar la lista de los periodistas, los redactores de la revista indican: “Debe señalarse que muchos periodistas son también escritores”. No lo dicen en el caso de los escritores, lo cual indica que hay una jerarquía: estiman que unas cuantas personas incluidas entre los periodistas pueden sentirse ofendidas por estar en esa categoría, que los redactores reconocen tácitamente como inferior por el hecho de hacer esa advertencia. Las categorías, por lo tanto, son vagas y hay una sobrerrepresentación de las personas que tienen propiedades completamente indeterminadas.
Ahora, basta con poner en relación el palmarés tal como me he limitado a mencionarlo hace un momento y el cuerpo de los jueces para comprender el principio de ese palmarés –si lo leen, creo que se convencerán–, que es tener un sesgo en favor de los periodistas-escritores. En concreto, los escritores-periodistas están sobrerrepresentados, como si el principio del palmarés hubiera sido una suerte de cota de popularidad –como se dice en el ejército–, una suerte de prejuicio favorable en beneficio de los más periodistas entre los escritores o los más escritores entre los periodistas. Dicho esto, no es tan simple: con Lévi-Strauss no hay equívocos.
Instituir a los jueces
Para entender el procedimiento hay en primer lugar algo importante desde la perspectiva de la filosofía social, y es que las técnicas sociales pueden ser invenciones sin sujeto: si se necesitan horas para desmontar lo que se ha emprendido con ese palmarés, se debe en gran parte a que se trata de una invención infinitamente más inteligente que la suma de todas las inteligencias individuales, y en esto el sujeto del emprendimiento es un campo. El campo de los periodistas –y aquí voy al final del análisis antes de desplegar todos los considerandos– inventa esa institución, por trasposición o transferencia de una técnica análoga que los políticos utilizan de manera habitual; pero cuando se trata de políticos, uno está afuera. Cuando se es intelectual, se está en el mismo universo, se es juez y parte sin que así parezca (en todo caso, uno querría ser parte y, por lo tanto, juez). En virtud de la transferencia de una técnica utilizada en otro lado, los que se manifiestan en los efectos de campo son los intereses colectivos, pero no, de ninguna manera, en el sentido en que se habla de “intereses colectivos” en los sindicatos, jamás son la sumatoria de intereses. El palmarés es un palmarés, pero de manera colectiva; expresa una colectividad. Simplemente, el efecto simbólico de ese palmarés obedece al hecho de que la colectividad expresada no es la percibida por los receptores. En efecto, el palmarés se presenta como universal: “Son los cuarenta mejores escritores”; léase: “(tal como lo juzgan los escritores mismos)”. Es un juicio que se presenta como producto de una autoselección autónoma del campo intelectual, mientras que el análisis de los votantes pone de relieve que el cuerpo de votantes está dominado por personas que, precisamente, son sujetos de palmarés; está dominado por las personas cuyo rol social consiste en hacer los palmareses. Si se leen los detalles, se descubre que los autores mismos de la encuesta dicen que quisieron pedir el consejo de personas que tienen poder, que son influyentes en el campo. Voy a citar la frase: “Hombres y mujeres que por su actividad profesional misma ejercen influencia sobre el movimiento de las ideas y son poseedores de cierto poder cultural”. Así, se consultó a la gente en nombre de un criterio implícito. Nos dan un palmarés que se absolutiza, se universaliza, pero en realidad, para constituirlo, se consultó a las personas que tienen un poder [real] de constitución social, que tienen competencia (en el sentido jurídico) social para producir palmareses y, al mismo tiempo, producir el efecto de palmarés como universalización de los intereses colectivos de una categoría particular de agentes que son, en el fondo, los mandatarios sin mandante del conjunto de los periodistas-escritores/de los escritores-periodistas.
Si recapitulamos, tenemos un juicio, tenemos jueces, y la cuestión que se elude y se plantea cada vez que tenemos un juicio es la de su principio de legitimidad: ¿en nombre de qué [alguien] emite juicios? Weber tiene respuestas: alguien puede emitir un juicio porque es legítimo, porque es carismático[47] (“Yo encarno la legitimidad de Francia desde siempre; por lo tanto, soy legítimo”). Puede ser legítimo porque tiene un mandato: así, los docentes que hacen los programas tienen el mandato de poner a X en el programa. También se puede ser legítimo porque, diría Weber, esa es la tradición: siempre ha sido así (“Desde siempre se ha preguntado a los escritores…”), y la gente de Lire habría podido decir que, en 1891, Huret[48] iba a preguntar a la gente qué era para ella la literatura, qué pensaba del naturalismo. La comparación es interesante: Huret preguntaba a los escritores qué pensaban de Zola, de X o de Y, no pedía que clasificaran a Zola, Hennique, Mallarmé, Céard, etc.
Por tanto, pueden invocarse varios principios de legitimación. En este caso, el principio de legitimación tácitamente invocado es un principio que podríamos llamar “democrático-tecnocrático”. Por ejemplo, encima del título de la encuesta figura la palabra “referéndum”: por consiguiente, hay una base colectiva, lo cual es una diferencia considerable con el palmarés singular o el palmarés sobre la profecía del fin (“es el fin del estructuralismo”): se pasa de un juicio singular en el cual el agente se compromete, idios (ἴδιος), singular, particular, no universalizable, que solo vale lo que vale quien lo profesa, a un juicio colectivo, koinós (κοινóς), que adquiere el estatus del consenso de una colectividad, pero una colectividad de las personas competentes, es decir, que tienen competencia para juzgar. Por ende, sucede como si, con la intención de saber si tal o cual cosa es legal, se consultara democráticamente a un cuerpo de jueces. Pero el efecto social es considerable: al consultar a un cuerpo de jueces en un caso en que ninguno de estos tiene un mandato, se constituye ese cuerpo. En otras palabras, parece constituirse un palmarés cuando en realidad se constituye un cuerpo de jueces: aquí tenemos un efecto sociológico muy importante. Por eso, la lista es muy importante: publicaron la lista –de la cual hace un rato dije bromeando que no era para que Bourdieu hiciese el análisis– porque la lista es importante, y todo eso se hace de manera inconsciente. Constituir la lista era publicar, como se hacía en Roma. Uno de los efectos jurídicos consiste en publicar: se hacen cuadros que todo el mundo puede leer. Así, se hace público, publicable, de notoriedad pública, oficial –como la publicación de los bandos, que es un acto jurídico por excelencia–, un cuerpo de jueces, y tenemos un juicio a la vez democrático y competente: la jerarquía establecida por el conjunto de las personas competentes que, por encima de los conflictos de tendencias que dividen a los intelectuales que disputan entre sí, forma un cuerpo de jueces que es parte, pero a la vez está separado.
Dije varias veces que el análisis obliga a plantear fines. Hace un rato, al hacer mi resumen, dije de manera abstracta que la noción de habitus tenía el mérito de permitir eludir la alternativa del mecanicismo y el finalismo, y en especial a la filosofía del complot que aquí consistiría en decir que todo eso fue adrede o que “es Pivot”. La célebre denuncia contra Pivot es un error científico de primer rango. Una de las cosas que quiero exponer es que de ningún modo ese palmarés es “culpa de Pivot”, como se cree, incluso en niveles elevados del Estado.[49] Con seguridad, Pivot nada tiene que ver, lo cual no quiere decir que no sea el sujeto de este asunto, en cuanto tiene una posición dominante en el campo de los agentes que lo han generado.
La cosa funciona tan bien porque no hay director de orquesta. Si hubieran metido en el asunto a tres egresados de la École Polytechnique[50] especialistas en investigación operativa, habría sido