En viaje a Way Point. Jorge Bericat
lo escuchó en silencio, sin darle una respuesta por el momento, ya que, según dijo, hablaría del asunto con su esposa, doña Pilar Felina Navarro, a quién todos llaman Felina, la madre del muchacho.
Aquella tarde fueron al hospital a ver a Liliana y se encontraron con la sorpresa de que la señora ya se había levantado de la cama.
Tenía todo preparado y estaba ansiosa restregándose las manos. Faltaba solamente que llegara el médico y le diera el alta definitiva.
Con la llegada de las visitas se calmó un poco y a los pocos minutos comenzaron con Felina, las dos a charlar de modas hasta que llegó el galeno.
Unos días más tarde, unos pocos, que pasaron muy rápido para todos, Ezequiel y sus padres regresaron a su Quebracho.
Liliana se había curado.
La última noche antes de la partida no fue como las demás.
-¡No es para tanto! –dijo Ezequiel, rompiendo el silencio ¿Vas a ir en el verano?
-¡Espero que sí!
-Nos vemos allá entonces –agregó Ezequiel, mientras preparaba su valija.
Al día siguiente Alejandro no fue al colegio y los acompañó hasta la estación Retiro.
El tren partió y cuando se perdió de vista, él abandonó lentamente el andén y fue a caminar con su melancolía por San Telmo.
Al pasar por una de las infinitas librerías del viejo barrio, le afloró una sonrisa. Entró y revisó la mesa de saldos, le alcanzó el poco dinero que llevaba y pudo comprar un libro para mandarle a Ezequiel.
-¿Por qué está tan barato este, que es de un autor tan importante?
-Es usado.
-Pero está como nuevo.
-Se ve que no lo han leído –le dijo el librero, mientras revisaba el libro.
-¿Y cómo ocurre eso? ¿Los compran y no los leen? –preguntó Alejandro.
-Sí. Así es, tal cual. Compran en la feria del libro, pero después de leer dos páginas no pueden continuar con la lectura.
-¿Será por la publicidad? –preguntó Alejandro, volvió a preguntar. Ya llevaba unas cuantas preguntas. El librero lo miró sobre sus gafas.
-¡Nadie sabe el motivo! Pero la feria del libro se llena de gente todos los años y salen con sus bolsas. Un misterio –repitió el librero- y siguió murmurando mientras le cobraba.
Alejandro tomó su libro, saludó y se retiró.
Cuando llegó a su casa ya era de noche.
El profesor Sholten lo había estado esperando desde temprano, en ese momento estaba charlando con su madre y Alejandro se les unió. Al poco rato, ella se retiró a la cocina y comenzó a preparar la cena.
-Tengo algo que contarte –le dijo el profesor- es referente a los navegantes galácticos.
-Usted no se anda con chiquitas, profe –le dijo Alejandro, con una sonrisa.
-Presta atención. En el antiguo Egipto se encontraron datos no comprobados de la llegada de estos navegantes galácticos. Eran casi como nosotros, pero estaban tratados genéticamente con animales, principalmente con los que saben situarse y pueden predecir el futuro. Se sabe que se anticipan a los terremotos.
El profesor se tomó un pequeño respiro y empinó su pocillo de café ya vacío y frío.
-¿Usted me está hablando de la mitología griega? –preguntó Alejandro.
-¡No entendiste nada! ¡De Egipto!
-Está bien ¿Y qué pasó? Los egipcios también eran griegos. Cleopatra era griega, de la dinastía Tolomeo –dijo Alejandro.
-¡Cuántas horas podríamos hablar de Cleopatra!, pero no es ese el tema que estamos tratando ahora –dijo el profesor.
-Lo escucho, profe –dijo Alejandro.
-Los navegantes galácticos fueron eliminados. No se sabe bien el motivo. Hemos encontrado indicios de que tuvieron descendencia con las personas que vivían aquí en la tierra, y que esas mutaciones genéticas aparecen cada tanto. Aunque muy reducidas.
-¿Entonces qué hacemos? ¿Nos vamos a Egipto?
-¡No! ¡Ojalá! Si tuviera tiempo y dinero.
-¡Vamos a ir algún día! –le dijo Alejandro, para levantarle el ánimo.
-Quédese a cenar, profesor –interrumpió Felina- y la charla tomó otro camino, otros temas más sencillos, rutinarios, qué calor, qué día húmedo el de hoy.
Capítulo II
Los días pasaban rápido.
Un domingo, durante un almuerzo cuando terminaba noviembre, Alejandro les recordó a sus padres el asunto del viaje.
Tantas vueltas por el permiso se debían a la supuesta inestabilidad emocional de Agustín, a causa de haber participado en pleno frente en las trincheras mismas durante la guerra; y aunque de todos modos Agustín ya estaba perfectamente recuperado, le había quedado la fama de loco.
A la mañana del día siguiente, lunes, don Ángel lo acercó en el auto hasta el colegio y le confirmó que le permitiría ausentarse en el verano; luego le siguió dando algunos consejos repetidos que Alejandro casi no escuchó porque ya tenía en su mente el viaje y nada más le interesaba.
Cuando descendió del auto, en la esquina del colegio, se encontró con Segovia, quien le había presentado a Natalia Glasinovich en el picnic del día del estudiante, asunto que terminó en una buena experiencia, aunque el resultado del momento no haya sido del todo satisfactorio pero sí excesivamente confuso y misterioso.
Aquel día del picnic todo había comenzado muy bien. La mañana estaba clara con un sol radiante que insinuaba la hermosa jornada que les tocaría disfrutar.
Alejandro había salido a la vereda de su casa, estaba sentado en el umbral y esperaba que lo pasaran a buscar; Felina había salido también, acompañando a su hijo.
Luego de unos minutos de espera llegaron los chicos.
El padre de Altube, que tenía un corralón de materiales, les había prestado el camión y el mayor de los hermanos conducía.
Se habían acomodado seis o siete chicos en la cabina y más de veinte en la caja.
Alejandro se trepó a la parte de atrás y a Felina le rodó una lágrima mientras el camión arrancaba entre fuertes gritos.
Los chicos la saludaron a Felina con grandes saltos, agitando los brazos y gritando; ella también levantó la mano con melancolía, un poco por su hijo pero más por el recuerdo de algún lejano día del estudiante.
Viajaron más de una hora hasta que llegaron a un predio cerca de Moreno, a orillas del Cascallares, donde habían acordado reunirse varios colegios.
Llegaron e inmediatamente salieron a caminar por el lugar para buscar donde instalarse y no tardaron mucho, el primer árbol desocupado les sirvió y allí establecieron la base.
Casi al medio día, Segovia se encontró con Elizabeth Méndez que había venido hacía poco tiempo de El Salvador y vivía justo enfrente de los Segovia, en el Barrio del Molino, y los dos se gustaban.
Elizabeth y Segovia querían quedarse a solas, pero ella estaba con su amiga Natalia Glasinovich; entonces lo buscaron a Alejandro para presentársela.
Les costó un poco encontrar al muchachito entre las miles de personas pero, al poco rato, lo vieron desde lejos y se acercaron a él. Hechas las presentaciones, se alejaron un poco de la multitud y luego, en cuanto pudieron, Elizabeth y Segovia desaparecieron entre los árboles.
Natalia y Alejandro quedaron solos. Caminaron un poco de un lado a otro, hablaban de a ratos y por momentos se quedaban callados. No