El enigma del código de las favas. Alberto Alexis Martínez

El enigma del código de las favas - Alberto Alexis Martínez


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esto, Ali me dice, ¡déjame a mí con esto! y tú encárgate del conejo que yo estoy muriendo de hambre… Especialmente después de caer en ese maldito foso…

      Pero… ¿Cómo fue que te sucedió?

      ¡Ahhh…! No es lo que me sucedió, sino ¡donde me sucedió…! Dice Ali.

      ¿Qué quieres decir?

      Quiero decir que, al alcanzar a este maldito conejo con mi lanza, él muy desgraciado siguió corriendo unos tres o cuatro metros antes de caer muerto sobre una enramada, y cuando me acerco para atraparlo, la enramada se abre bien debajo de mis pies, pues estaba sobre una fosa de piedra en la que caí desde unos tres metros de altura…

      ¿Una fosa de tres metros de profundidad? – pregunté…

      ¡Si, así es! – y para tu conocimiento, no pude ver bien por la oscuridad, pero puedo asegurarte que no era un agujero natural entre las rocas, ¡era un foso de piedra construido por el hombre!

      ¿Tienes certeza de lo que dices…?

      ¡Claro que sí! Siempre que caigo en alguna fosa, por lo general, la observo detenidamente para saber como puedo salir de allí…

      Entonces… ¿Sabes cómo regresar a ese lugar…?

      ¿Qué es lo que tú crees? - Me respondió riendo en cuanto se ponía una venda sobre la herida.

      Esa noche, celebramos el hallazgo, cenamos el delicioso conejo, y reímos como hacía mucho tiempo que no lo hacíamos.

      Al amanecer, preparamos un café caliente, y ya ansiosos sin perder más tiempo, aún con la dificultad que Ali tenía para caminar, salimos en busca de aquel lugar donde había caído, el cual, en realidad no estaba muy distante.

      La vegetación era muy cerrada, esto es lo que más dificultaba el avance, que ya era lento por la pierna de Ali que iba al frente abriendo camino, hasta que de pronto, se detiene y dice…

      ¡Mira! vez esa faja enramada sobre el piso, creo que por ahí debajo está una parte del foso…

      Ali avanzó lentamente introduciendo la lanza que había hecho hasta que, en una parte, ella se introdujo entremedio de las ramas sin encontrar un punto final… ¡Aquí está! Dijo Ali, y tomando su machete, comenzó a cortar las ramas que, abriéndose, comenzaron a caer en un profundo foso de piedra.

      Me aproximé y ambos comenzamos a cortar las ramas que se habían extendido sobre su superficie ocultando la depresión formada por el foso.

      La enramada, se había extendido como una tela de araña sobre la superficie de todo el lugar, lo que nos demostraba que, por ahí, hacía mucho tiempo que no había pasado un ser humano.

      Efectivamente, fuimos cortando sobre el borde de la fosa parte del matorral que le cubría, lo que nos permitió observar, que efectivamente se trataba de una construcción hecha por la mano del hombre y que databa de hace mucho tiempo. Tenía aproximadamente cuatro metros de ancho por tres de altura, lo que parecía ser una fosa como las que se utilizaban en torno de los castillos para detener el avance de los enemigos.

      El trabajo nos llevó varias horas, por lo que tuvimos que volver al campamento para comer y descansar.

      De regreso, Ali cazó un venado, y esa noche, en cuanto cenábamos tratábamos de sacar conclusiones si esto era lo que buscábamos, o tal vez, se trataba de otra construcción perdida de la que no se tenía conocimiento.

      La realidad, sólo la sabríamos al desenmarañar aquello que estaba recubierto por la densa vegetación de lugar, pero eso, llevaría varias semanas de arduo trabajo.

      Tal vez, el tiempo que teníamos disponible no fuera suficiente, y tendríamos que dejar todo a medio hacer para regresar a la biblioteca. La alternativa que teníamos, era la de investigar algo más sin realizar muchas remociones, es decir, manteniendo al máximo el lugar como lo habíamos encontrado hasta poder regresar con tiempo suficiente para todo el trabajo.

      Entonces, tuvimos que remover lo mínimo posible, o sea, apenas lo indispensable para ver donde pisábamos y poder avanzar lo máximo en el menor tiempo.

      De esta forma, fuimos rodeando el foso hasta que encontramos un pequeño puente de piedra que nos permitiría cruzar hacia el otro lado, lo que quedaba como una isla, rodeada por el foso. Este puente era muy angosto, donde apenas podrían ingresar personas en fila de a uno por vez, obviamente, para impedir el asalto de tropas.

      Ingresando a la isla, dejamos una marca indicando la localización del puente, el cual mantuvimos cubierto por las ramas para que no fuese visible.

      Una vez del lado interior, encontramos amontonadas piedras debajo de los matorrales, que una vez habían sido la parte más elevada de la estructura y paredes de piedra que formaban recintos semiderruidos por el pasar de los siglos.

      Haciendo un relevamiento del terreno, fuimos diseñando lo que encontrábamos y en la posición en que estaban las ruinas para poder determinar que es lo que había existido en ese lugar.

      La posición de las paredes y las habitaciones derruidas, observadas desde el propio terreno no parecía decir mucho, hasta que Ali decidió subir a un árbol suficientemente alto, para observar desde arriba lo que veía y como lo veía. Hecho esto, la visión fue mucho más aclaradora, y realmente, se trataba de un monasterio, pues una parte coincidía con la visión de una fase de lo que habría sido una capilla, con la cruz en su cúspide, la que al caer se dispersó por el efecto del desplome.

      Bien, a esta altura, nada nos hacía dudar que hubiéramos encontrado un monasterio perdido, y que tal vez fuera el de nuestros objetivos. Esto ya era un punto de partida para poder desvendar el secreto que una vez, hace muchos siglos, habría ocultado.

      Ahora, no teníamos más tiempo y deberíamos emprender el viaje de regreso para continuar con nuestro trabajo en la biblioteca.

      Así fue que empacamos, y eliminamos todo vestigio de nuestra presencia en aquel lugar, lo que permaneció en el más absoluto secreto que hasta hoy, nadie más ha conocido.

      Emprendimos el viaje de regreso, algo cansados, pero plenamente satisfechos por el logro alcanzado.

      De vuelta a la biblioteca, nadie preguntó dónde habíamos estado, por lo que no tuvimos mayores complicaciones y regresamos tranquilamente a nuestra tarea habitual.

      En pose de lo que sabíamos, verificamos en los mapas, que no existía en esa zona, ninguna información sobre otro monasterio, que no fuera el que nosotros buscábamos. Ahora teníamos fundamentos para continuar investigando datos que nos ampliaran una idea sobre cual era el secreto perdido que había sido ocultado en aquel monasterio que ya hacía muchos meses que había descubierto en aquel antiguo manuscrito.

      Fueron dos o tres meses después, que recibo una notificación desde Londres, la cual, por las dificultades burocráticas del correo en Rumania, se había extraviado y llegó bastante tarde, pero en ella, me informaban sobre el fallecimiento de mi padre, a quien no había vuelto a ver desde que dejé Londres.

      De inmediato me puse en contacto con Londres para tomar conocimiento sobre la causa de su muerte, lo que me comunicaron es que fue algo repentino, presumiblemente el corazón, y que nada se pudo hacer al respecto, pero que entretanto, estaban a mi disposición todos los bienes que él había dejado, incluyendo, entre ello, además de su casa, una significativa suma en dinero depositada en un banco.

      No pudiendo hacer más nada por mi padre, quien había sido el mentor que me propulsó a esta carrera, y que, además, por haber trabajado en Rumania hasta la muerte de mi madre, fue quien me aconsejó que viniera, porque ya tenía conocimiento del material que existía para ser investigado, esto, me hizo sentir que debería cumplir con la misión, la cual, por su forma de pensar, seguramente mi padre así lo habría querido.

      Decidí entonces, en nombre mi padre, dedicar a él la tarea que se me había presentado. Designé pues como S.A.M. (por Sir Anthony Malden – mi padre) el nombre de esta misión, la cual llevaría hasta el fin como un homenaje a él, como padre, y como profesor. Con el dinero que me dejó, tenía


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