Neoliberalismo y globalización en la agricultura del sur de Chile, 1973-2019. Fabián Almonacid Z.
rural; en Japón el 9% en 1985. Los ejemplos son numerosos (Hobsbawm, 2018: 292-293). Desde sus particulares motivaciones y miradas sobre la historia, el mismo Hobsbawm señalaba:
Pero si el pronóstico de Marx de que la industrialización eliminaría al campesinado se estaba cumpliendo por fin en países de industrialización precipitada, el acontecimiento realmente extraordinario fue el declive de la población rural en países cuya evidente falta de desarrollo industrial intentaron disimular las Naciones Unidas con el empleo de una serie de eufemismos en lugar de las palabras «atrasados» y «pobres». En el preciso momento en que los izquierdistas jóvenes e ilusionados citaban la estrategia de Mao Tse-tung para hacer triunfar la revolución movilizando a los incontables millones de campesinos contra las asediadas fortalezas urbanas del sistema, esos millones estaban abandonando sus pueblos para irse a las mismísimas ciudades. En América Latina, el porcentaje de campesinos se redujo a la mitad en veinte años en Colombia (1951-1973), en México (1960-1980) y —casi— en Brasil (1960-1980), y cayó en dos tercios, o cerca de esto, en la República Dominicana (1960-1981), Venezuela (1961-1981) y Jamaica (1953-1981). En todos estos países —menos en Venezuela— , al término de la Segunda Guerra Mundial los campesinos constituían la mitad o la mayoría absoluta de la población activa. Pero ya en los años setenta, en América Latina —fuera de los miniestados de Centroamérica y de Haití— no había ningún país en que no estuvieran en minoría (Hobsbawm, 2018: 293).
En sus profundas miradas hacia todo tipo de espacios y horizontes, Hobsbawm no soslayaba el acontecer en la otra parte del mundo: África, extensas zonas asiáticas. Todavía hoy allí están las diferencias. Diferencias en niveles profundos de los desarrollos históricos entre sociedades de un mismo tiempo.
Según el Informe sobre el Estado mundial de la Agricultura de la FAO para 2002, y actualmente la situación no se ha transformado radicalmente, más de la mitad de las personas subnutridas (61 por ciento) se hallan en Asia, mientras que en el África subsahariana vive casi una cuarta parte de ellas (34 por ciento). En esta región, la incidencia de ciertos progresos en la materia no solo disminuyen marginalmente, sino que el número efectivo de personas sigue creciendo. En general, «… Esto puede atribuirse sobre todo a las tendencias de la producción en Asia y el Pacífico, donde el crecimiento ha disminuido sistemáticamente durante los últimos cinco años, así como a que durante el mismo período el crecimiento medio de la producción ha sido inferior en el África subsahariana». Se trata de la única región en donde la producción agropecuaria ha estado bajo el crecimiento demográfico. Tanto fenómenos climáticos como los conflictos civiles y militares, además de los desconciertos políticos, provocaron que en 2001, por ejemplo, más de 500.000 personas de Somalia se encontraran en graves dificultades para conseguir alimentos; y 5,2 millones de personas en Etiopía, 1,5 millones en Kenia, 2 millones en Sudán, 300.000 en Uganda y 1,3 millones en Eritrea dependían de la ayuda alimentaria en 2002. Situación similar sufren grandes porcentajes de Chad, Ghana, Guinea, Sierra Leona, Liberia, República Democrática del Congo y Burundi, situación agravada por miles y miles de desplazamientos forzosos (FAO, 2002). Aún cuando los programas y proyectos internacionales para mejorar las bases de producción agrícola han sido intensos, sabemos que, en gran parte, la situación de las últimas dos décadas no ha mejorado. Actualmente, en todo caso, en África se está transformando la forma en que se ve la agricultura, en que se ve el medioambiente y en la que se ven los mercados y se gestionan los riesgos. Se trata de “modernización” de la agricultura. No se trata de esfuerzos de los Gobiernos locales, sino más bien de organismos internacionales. ¿Se podrá llevar adelante?, Josep Joan y Jordi Roca, chefs y embajadores de buena voluntad del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), han escrito que, en Nigeria, por ejemplo, se pierde hasta un ٧5٪ de las 1,5 millones de toneladas de tomates cosechados cada año. Eso son muchos tomates desperdiciados. Si bien África ha visto avances notables en la reducción de la pobreza, el crecimiento económico y el empoderamiento social en la última década, el continente en su conjunto sigue dependiendo de alimentos importados. Esto no es bueno para el medio ambiente, la economía o el crecimiento sostenido. Se debe detener la expansión de los gases de efecto invernadero. Según ellos: En África, la agricultura produce el 15٪ de las emisiones totales de CO2 del continente cada año. Sin modernización, esta cifra aumentará. Y para complicar aún más las cosas… el cambio climático podría producir importantes caídas en la producción: la producción de trigo podría descender hasta en un 35٪ para 2050. La buena noticia, agregan, es que África está cumpliendo con su potencial. En lugares como Etiopía, los agricultores están implementando sistemas de irrigación a base de energía solar y mirando hacia cultivos comerciales para aumentar su resiliencia ante el cambio climático. En Somalia, las represas de arena están salvando vidas y almacenando agua para los agricultores… Mientras tanto, las Naciones Unidas están trabajando con gobiernos, organizaciones sin fines de lucro y agricultores en todo el continente para crear las políticas que África necesita para transformar su sector agrícola (Joan & Roca, 2018).
Contextos referenciales: oportunidades sociales y racionalismos modernizadores
Quizás este tipo de reflexiones, que no son necesariamente comparativas, sino referenciales, puedan parecer un poco sobredimensionadas, pero en muchos aspectos hoy el mundo está fuertemente globalizado y, por lo tanto, será cada vez más necesario que nuestros estudios, aun teniendo impronta de carácter local o regional, se vean en contextos mayores para poder apreciar en una mejor magnitud el peso de nuestras propias experiencias, tanto en sus valoraciones negativas como en aquellas también positivas.
Independientemente de ello, me interesa retomar las ideas centrales de Hobsbawm, es decir, el desplazamiento de la agricultura por el crecimiento económico moderno. Como sea, la producción industrial ha sustituido (o está en proceso cada vez más acelerado de hacerlo) a la producción agrícola tradicional. Y esto no es un hecho menor, ya que sus avances han estado relacionados con el peso estructural de sociedades que a mediados del siglo XX clasificábamos entre sociedades no desarrolladas, del tercer mundo; en vías de desarrollo; o desarrolladas. Estos u otros calificativos importaban especialmente al observar el trabajo (formal o informal) de sus poblaciones en donde, a lo menos la mayoría de la población activa, estaba o sumergida o casi completamente inmersa en el mundo rural. En los casos extremos, cuando salían de esos ámbitos, era población de trabajo no especializado que aumentaba la marginalidad urbana.
Así, es cierto que la pobreza se desplazó hacia la ciudad y que, precisamente, las décadas divisorias entre la primera y segunda mitad del siglo XX provocaron esa tremenda migración campo-ciudad que, a lo largo de América Latina desató un ciclo de transformaciones sociales que en algunos de sus países, con instituciones políticas más sólidas, un sistema de educación pública en desarrollo y una economía que, al menos con voluntad estatal, buscaba entrar en las primeras fases de los procesos de sustitución de importaciones, tuvo ciertos éxitos y permitió llegar a la década de 1960 con un fuerte sentido del progreso individual y social. Las expectativas frustradas terminaron con las políticas desarrollistas, pero la agricultura igualmente quedó detenida. Lo hizo en dos planos: en términos sociales, no se lograron los sueños históricos de muchas y muchas generaciones; en términos económicos, no se lograron los objetivos nacionalistas de avanzar en el sector a través de la defensa de la producción nacional y los campos se vieron expuestos a profundos cambios de explotación tanto de cultivos como de periodicidades. La situación, agravada en los últimos 30 años, no solo afectó a América Latina, en el grupo intermedio de crecimiento de las economías, sino llegó a ser sorprendente en el caso de la Unión Europea en donde se instalaron los subsidios de NO producción estableciendo un solo escenario agrícola a lo largo de las superficies disponibles de sus Estados miembros. África, regiones importantes de Asia y, no nos olvidemos, Centro América, privilegiada por una naturaleza pródiga en incentivar los grandes cultivos, pero detenida por sus elites ultraconservadoras o por sus dirigencias sociales no demócratas, quedaron atrás y hoy en día, son punto de origen de las grandes caravanas de desposeídos, gentes sin tierra, marginados y excluidos, tercer mundo.
En la experiencia de quienes hemos estado arrastrados por los carros del progreso (aún cuando la maquinaria no sea de última generación) podemos decir que, cuentas más, cuentas menos, nos hemos alejado de esos países del tercer mundo (algunos de los estados