Neoliberalismo y globalización en la agricultura del sur de Chile, 1973-2019. Fabián Almonacid Z.

Neoliberalismo y globalización en la agricultura del sur de Chile, 1973-2019 - Fabián Almonacid Z.


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adelante. Especialmente, es necesario considerar la estrecha vinculación existente entre ambos aspectos de la realidad agraria.

      Por el lado de las transformaciones, es evidente la profunda modernización productiva, especialmente desde los años noventa en adelante. El sur dejó de ser la agricultura tradicional que producía exclusivamente carne, leche y trigo para el mercado nacional, para convertirse en una zona que ha ampliado su base productiva, sumando a los productos anteriores, que han disminuido su peso relativo, la producción forestal, frutas, en particular berries, flores y bulbos de flores, semillas, en lo fundamental. De lo existente con anterioridad a 1973, siguen siendo importantes, mucho para algunas zonas específicas, los cultivos y la actividad ganadera, especialmente la producción lechera (Gómez & Echenique, 1988; Santana, 2006).

      Una labor central, por supuesto, ha tenido el Estado en este proceso de innovación, apoyando nuevas actividades productivas y generando condiciones para el desarrollo de negocios competitivos.

      Es falso lo que los propios promotores del neoliberalismo indicaban, cuando atacaban al Estado por su ineficiencia, llamando a dejar toda la economía en manos del mercado, limitando la acción del Estado (Lüder & Rosende, 2015; Rosende, 2007). En verdad, el Estado ha dejado de hacer algunas cosas importantes que hacía antes de la década de 1970, pero nunca dejó de ser un actor fundamental de la economía. En muchos sectores, como la energía, el mercado es una ficción, y ha seguido siendo el Estado el que estructura y regula el sector (García, 2015; Pacheco, 2018). En la agricultura, en un sentido lato del término, prácticamente no se puede comprender nada de lo ocurrido si no consideramos la labor estatal, ya directa o indirecta. No hay capitalismo neoliberal sin un Estado comprometido estrechamente con la suerte del capital.

      Asimismo, toda la modernización productiva ha significado una preocupación fundamental por la rentabilidad del negocio agropecuario, aspecto que se ha convertido en la condición esencial que debe cumplir cualquier actividad, lo que se aplica tanto a la pequeña agricultura, como a la agricultura comercial de mayor nivel.

      Pero no todo ha sido cambio en el sur de Chile. Más bien, las transformaciones y las continuidades se superponen, por lo que es conveniente concebirlas como parte de un mismo proceso, y por lo tanto, relacionadas. En este sentido, la modernización, la innovación productiva o técnica, no se puede entender al margen de las permanencias.

      Lo moderno y lo tradicional se relacionan. No existe la clásica división dual de la realidad que se planteara en los estudios agrarios de los años sesenta, y que de algún modo, todavía persiste en aquellos planteamientos que ven en la permanencia de lo tradicional, ejemplos de resiliencia, resistencia o adaptación a los nuevos tiempos. Eso es un error. No hay tal resistencia, lo que no quiere decir que no haya dificultades, sino más bien el llamado mundo tradicional participa de lo que sucede en el sector más “moderno” de la economía del sur de Chile.

      Lo moderno, en general, se sostiene sobre bases tradicionales. Ejemplos hay varios. En este libro se consideran las relaciones entre las comunidades indígenas y campesinos con los empresarios agrícolas que existen en sus cercanías. Los primeros son la mano de obra de las empresas principales del sur de Chile. Es lo que ocurre en los cultivos tradicionales y especialmente en las plantaciones de frutas, específicamente berries, y de flores y bulbos de flores en el sur. En ese sentido, la permanencia de los campesinos e indígenas habitando en tierras cercanas es una situación muy adecuada para el capital. Ellos proveen mano de obra temporera a bajo precio a las empresas de su sector, el que puede ser muy amplio considerando las facilidades de transporte que se establecen por las propias empresas, y así logran importantes ingresos familiares, ya que participan generalmente varios miembros de una misma familia. La situación del sur, en este aspecto, no es muy diferente a lo que ocurre en la zona central del país (Caro, 2016; Tinsman, 2016; Valdés, Rebolledo, Pávez & Hernández, 2014).

      A su vez, las empresas disponen de una mano de obra regular, la que proviene en buena parte de la agricultura familiar e indígena. Muchos van cada año a las mismas actividades de cosecha y otras labores como temporeros. Aunque bajos en promedio, los salarios recibidos son suficientes para esos trabajadores, ya que constituyen un complemento al ingreso familiar. Para los agricultores/empresarios, esa mano de obra da estabilidad a sus negocios, tanto por su costo, como por las relaciones de dependencia que se establecen.

      Todo lo anterior ocurre en un escenario mundial muy dinámico. Especialmente desde los años noventa, el sur de Chile se ha integrado con mucha fuerza a la economía mundial. La globalización se ha desarrollado con claridad en esta zona. Lo que puede apreciarse en aspectos productivos, tecnológicos, organizativos, laborales, comerciales, etc. Como se podrá ver en varios capítulos de este libro, el sur de Chile se ha internacionalizado y transnacionalizado en las últimas décadas. Ambos procesos son las manifestaciones más concretas de la globalización.

      Internacionalización significa que el sur ahora produce para el mercado mundial, para regiones muy alejadas, en los Estados Unidos, Europa y Asia. La producción forestal, frutícola, principalmente arándanos, y bulbos de flores, va a esos destinos. Igualmente, la internacionalización significa la llegada de capitales y tecnologías extranjeras a la agricultura. Se hacen cada vez más comunes “paquetes tecnológicos” para la producción en los sectores más tradicionales de la agricultura. Prácticamente, no hay productor agrícola, por muy pequeño que sea, que no pueda acceder a maquinarias e insumos importados, que no disponga de genética animal proveniente de Estados Unidos y Europa, etc.

      Uno de los efectos más notorios de lo anterior, es el establecimiento de estándares de calidad internacionales para el desarrollo de cualquier actividad agrícola. La calidad implica mejoras técnicas en la producción, cambios en las condiciones laborales y protección del medioambiente. Estos estándares hoy día requieren ser acreditados, por lo que contar con una determinada certificación, la etiqueta respectiva, es la condición para participar del comercio mundial, y para incrementar el precio de venta o el acceso a determinados mercados de lo producido.

      En cualquier caso, toda certificación de calidad termina siendo una manera de segmentar el mercado, una forma de exclusión, y no necesariamente representa lo que dice representar (Conner & Christy, 2004; Bair, 2009). Los pequeños y medianos productores van teniendo crecientes dificultades para hacer las innovaciones requeridas, con el resultado de que muchos abandonan o cambian sus actividades ante estas exigencias. En suma, hay una tendencia a la concentración productiva en los rubros más rentables, fuera de otras razones, por la existencia de estándares y certificaciones.

      En relación a los cambios productivos que experimenta el sur de Chile, en las últimas décadas, se pueden distinguir dos situaciones muy diferentes en la economía silvoagropecuaria. Una, en actividades capitalistas que se desarrollan con escasa conexión con la sociedad y economía regional, como es el caso de la industria forestal, la que solo toma la tierra y el agua de la región, pero necesita muy poca mano de obra e insumos de la zona, por lo que sus relaciones con el entorno son mínimas. Ello explica el conflicto permanente que ha generado el desarrollo de esta actividad (Martínez, 2015; Pino, 2005; San Martín, 2015; Van Dam, 2006). Además, no solo necesita muy poco trabajo e insumos de la economía regional, sino que agota los propios recursos naturales utilizados (la tierra y el agua), así como destruye los caminos e inhibe cualquier otro desarrollo productivo en su alrededor.

      Un caso similar de actividad moderna que se desarrolla con escaso vínculo con la economía regional es el cultivo de cranberries, los que utilizan buenas tierras y abundante agua, pero necesitan una mínima cantidad de trabajadores. Funcionan como un enclave. Aunque se diferencia de lo forestal, ya que no provocan ningún deterioro de los recursos naturales. Más adelante volveremos a esta cuestión.

      Por el contrario, en el extremo opuesto, están algunas actividades capitalistas que se desarrollan en estrecha relación con la economía regional. Es el caso de la industria láctea, la que obtiene gran parte de la leche de productores pequeños y medianos. Aunque ello no significa que no haya una relación muy desigual entre unos y otros, y los bajos precios sean la norma. De cualquier modo, esa industria ha permitido que muchos pequeños agricultores puedan todavía ser viables y hayan innovado en la producción lechera.

      En esta misma situación se encuentra,


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