La experiencia del tiempo. Ricardo Gibu Shimabukuro

La experiencia del tiempo - Ricardo Gibu Shimabukuro


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de aparecer, sea uno y el mismo mundo. “En la corriente del tiempo”, el mundo, que mantiene su forma espaciotemporal invariable en flujos incesantes de modalidades del tiempo, cambia en cuanto mundo de realidades (sustancias reales), pero se mantiene idéntico en el modo de la persistencia. (1)

      La posibilidad de la tematización y el análisis fenomenológico del presente viviente y su función constitutiva del mundo y lo mundano a través de la continua temporalización que tiene lugar en él requieren una nueva reducción que parte de la vida mundana intersubjetiva de intereses en el mundo concreto intersubjetivo, que nada sabe del problema de la constitución trascendental del mundo y de la dimensión subjetiva trascendental en la que tiene lugar dicho proceso, hacia este, el también llamado “presente primitivo concreto” (6). Dicha reducción es caracterizada de manera semejante a la reducción primordial de la “Quinta meditación cartesiana” (Husserl, 1997: 163-164) en la medida en que en ella me reconduzco exclusivamente hacia la esfera de propiedad de mi presente viviente, dejando fuera cualquier coefectuación constitutiva, toda cotemporalización que surja de los otros sujetos (Hua Mat VIII: 15, 138, 153).

      Tal y como han apuntado intérpretes como Rodemeyer (2003: 132), Held (2007: 332) y Bernet (2010: 12), a diferencia de los primeros análisis, en sus HMS-L Husserl dejó de privilegiar el momento constitutivo del ahora o protoimpresión (también llamada en estos manuscritos como “protopresentación” (Hua XXXIII: 3) como la fuente del proceso originario de la corriente de tiempo de la vida de conciencia en favor de una comprensión de dicho proceso donde la retención motiva y modifica continuamente el momento protencional del flujo y viceversa, y donde la protención motiva y modifica continuamente el momento retencional de la corriente. Desde esta perspectiva, el momento protoimpresional del flujo es concebido como un mera “frontera” (4) entre la retención y la protención en continua modificación a través de su tensión y distensión (XLI).

      No obstante, la protoimpresión mantiene en el presente viviente el carácter fundamental de zona de plenificación (Erfüllung) –por ejemplo, en “una expectativa cumplida” (7)– y vaciamiento (Entfüllung) –por ejemplo, al desvanecerse una palabra dando paso a la siguiente en el transcurso de una frase– del sentido intuitivo de lo originariamente dado en el centro de dicho protofenómeno. En la unidad sintética del presente viviente, tiene lugar “una unidad de conciencia que atraviesa toda la corriente concreta en sus líneas de flujo de la plenificación y vaciamiento” (111). Dicha unidad abarca y cubre los múltiples momentos de lo dado en ella identificándolos en su fluir como “un” algo objetivo concreto presente que aparece a través de mis modos subjetivos de aparecer. En otras palabras, la unidad tempórea del presente viviente hace posible la presentificación (Gegenwärtigung) de lo originariamente hecho consciente como unidad objetiva de sentido dado en sí mismo a través de una multiplicidad de modos subjetivos de aparecer.

      De este modo, tal como Husserl (1994: 182) le comunicó a su discípulo Roman Ingarden en una carta de abril de 1918, sus análisis emprendidos en Bernau no son una mera fenomenología del tiempo, en el sentido de investigaciones sobre un problema más entre otros o sobre una mera estructura abstracta de la conciencia, sino que conducen al “inmerso problema de la individuación, esto es, de la constitución del ser individual (o sea, «fáctico») en general y según sus fundamentales configuraciones esenciales”. En la Crisis, Husserl (2008a: 210) fue todavía más enfático al señalar el papel eminentemente ontológico de sus análisis de la temporalidad, ya que “toda constitución del ente, de cada tipo y grado, es una temporalización”. Así, cada cosa en el mundo y él mismo como totalidad de lo existente son en el continuo fluir de sus modos de aparecer como lo mismo que cambia y que en ello se mantiene siendo sí mismo.

      A su vez, como apunta Bernet (2010: 12), “el proceso originario se muestra como algo más que un mero proceso mecánico de modificación continua que resulta del empuje del presente hacia el pasado”. El presente viviente es precisamente temporalización viviente en la medida en que el proceso que tiene lugar en él y a través de él está continuamente motivado por las tendencias y fuerzas pasivas de mi vida inconsciente que orientan a la corriente de diferentes formas sea como un “flujo que pasa (Verströmen), un flujo que se escapa (Abströmen) y un flujo convergente (Zuströmen)” (Mat VIII: 12). La esencia fundamental del presente viviente en sus unidades de sentido consiste entonces en “tenerse que constituir como el nunc stans de un fluir unitario a través de una continuidad anónima de modificaciones intencionales de un protomodo, el cual, por su parte, no es rígidamente, sino que él mismo es fluyente” (8).

      Con el oxímoron “ahora que permanece”, Husserl quiere indicarnos que el presente viviente está constituido por una continua multiplicidad fluyente y que en ello se mantiene su identidad, la cual de ningún modo implica una suerte de fosilización instantánea de la corriente, sino que es una identidad en la temporalización del flujo, o sea, ella es una identidad fluyente y por ello mismo cambiante en su mantenerse. La identidad del presente fluyente no es otra cosa que la identidad consciente de la vida de la conciencia trascendental constituyente del mundo.

      Esto último implica lo siguiente. No es simplemente que las percepciones a través de las cuales nos es dado el mundo y lo mundano tengan lugar en el presente viviente, sino que “en cierto sentido, él mismo es percepción (Wahrnehmung) en su totalidad y en todos sus componentes constitutivos (que hacen posible a su ser), y en cada una de sus vivencias y momentos de vivencia puestos de relieve” (6-7). De manera análoga al descubrimiento aristotélico del fenómeno de la percepción de la percepción, el presente viviente puede ser entendido como una percepción global que no solo es percepción de lo originariamente dado en múltiples modos diferenciados de percepciones particulares, sino que ella misma se apercibe, se percata de sí misma o, en términos del propio Husserl, se vive en cada uno de sus momentos constitutivos y en su unidad global.

      Esta, la originaria autoconciencia atemática operante y permanente que brota del presente viviente que hace posible toda reflexión (incluyendo la reflexión trascendental en la que el fenomenólogo analiza y clarifica los procesos subjetivos de constitución del mundo y lo mundano), debe ser cuidadosamente diferenciada de la conciencia que tengo de lo que está ahí frente a mí de manera temática como objeto, pero también de otros modos de conciencia atemática, por ejemplo, como aquella de la conciencia del trasfondo objetivo donde aparecen los objetos de mi campo perceptual. La originariedad de la autoconciencia radica en su intimísima relación con el proceso mismo de autotemporalización del presente viviente. A este respecto, Husserl (2002: 103) afirmó que “necesariamente tiene que producirse un autoaparecer del flujo, y por ello el flujo mismo necesariamente ha de ser captable al fluir. El autoaparecer del flujo no requiere un segundo flujo, sino que como fenómeno se constituye a sí mismo”.

      Yo, como yo de intereses, soy quien soy en el seno de mi presente viviente. En él “soy fluyente en el tener mundo, en el tener un mundo fluyente que existe para mí” (12). Pero no solo en el sentido de que en él se actualiza simplemente y cada vez la validez de ser de lo que aparece en él como mundo, como


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