Por el derecho comprender. Henrik López Sterup

Por el derecho comprender - Henrik López Sterup


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habla inglesa que reclamaban mayor claridad en la documentación para acceder a servicios y realizar transacciones económicas.

      Primero la banca y las aseguradoras implementaron estrategias de escritura clara para hacer más comprensibles los contratos comerciales y, luego, algunos funcionarios parlamentarios comenzaron a extender este tipo de propuestas a su campo5. En el mismo sentido, Rabeea Assy señala que “el movimiento se concentró inicialmente en la inteligibilidad de documentos de consumidores, pero su agenda se extendió pronto a la inteligibilidad de la legislación”6. La ley, según manifestaciones del MLC, “debe redactarse haciendo todo lo posible para que sean inteligibles para el mayor número de personas posible. No se justifican los defectos de lenguaje y estructura [...]”7.

      Aspiraciones de ese tamaño y naturaleza han estimulado la preocupación académica de un buen número de juristas y lingüistas por examinar la influencia del MLC específicamente en el ámbito jurídico. Algunos estudios se muestran a su favor y otros cuestionan la idealización y la probable exageración de los potenciales beneficios del lenguaje claro. Sin embargo, ¿qué conocemos en América Latina sobre el MLC?y¿qué importancia tendría conocerlo? En este capítulo, me propongo dos objetivos. Por un lado, ofrezco una exploración conceptual de carácter descriptivo sobre el MLC y la atención intelectual que ha recibido. Demuestro que, independientemente de los resultados alcanzados y de la auténtica posibilidad de que la ley, como producto de un órgano legislativo, resulte inteligible para el conjunto de los ciudadanos, el “Movimiento” todavía no constituye una unidad de análisis concreta. En ese sentido, sugiero una aproximación teórica para explicarlo como un fenómeno social, que sea útil para una comprensión más robusta de sus alcances. Por otro lado, pretendo exponer algunas ideas básicas que permitan concebir un “proyecto” de lenguaje claro, asociado a valores democráticos o que sirva para promoverlos en América Latina.

      Merece la pena señalar algunas precauciones conceptuales y metodológicas antes de comenzar el recorrido argumentativo trazado. Como Bejarano y Bernal advirtieron en el primer capítulo de este libro, no contamos con una definición unívoca de lenguaje claro. Aunque la propia inestabilidad del concepto devela su importancia, no voy a detenerme en esa cuestión. Para efectos de este trabajo, resulta suficiente considerar el enfoque adoptado y aceptado al interior del MLC que concibe que: “una comunicación está en lenguaje claro si la lengua, la estructura y el diseño permiten que la audiencia pueda encontrar fácilmente lo que necesita, comprender lo que encuentra y usar la información”8. El profesor Joseph Kimble, una de las figuras más visibles dentro del movimiento, sugiere que utilizar lenguaje claro significa establecer una comunicación eficaz que no necesariamente implica destruir términos técnicos y que tampoco se circunscribe a un mero asunto de vocabulario. La técnica de una comunicación clara involucra planear el documento, diseñarlo, organizarlo y someterlo a prueba siempre que sea posible con lectores habituales9.

      Ahora bien, para cumplir con los objetivos propuestos y explorar conceptualmente el MLC, cabe reconocer la existencia de una preocupación por el ámbito jurídico. Esto no corresponde a una decisión discrecional del autor, sino al hecho de notar la prevalencia de una buena parte de bibliografía especializada en el movimiento que se ha dedicado a examinar su evolución, concretamente en la esfera jurídica. Existe un profundo interés en el lenguaje jurídico. Tal vez, esto ha sido así porque asistimos a una “fuerte juridización de la vida social: lo que no pasa por el Derecho no se ve, no adquiere dimensión pública y relevancia política”10, o porque como diría Carlos Santiago Nino, “el derecho, como el aire, está en todas partes”11.

      Convendría también señalar que el MLC no es un movimiento para nada comparable con movimientos sociales de escala global. Todavía no obtiene la atención que se requiere para analizarlo con independencia y esto genera un vacío epistémico. Tampoco es plenamente conocido por la mayoría de los ciudadanos ni tiene presencia en todos los Estados12. Lo que sí parece admisible es decir que, derivado del MLC y de la definición de lenguaje claro citada, han surgido iniciativas con el propósito de clarificar el lenguaje jurídico13 en el marco de las políticas públicas, relacionadas con la transparencia, la confianza y el acceso a las instituciones. Más adelante volveremos a ello.

      Desde la perspectiva de la historia de las ideas políticas, que no busco agotar en este capítulo, podría decirse que el lenguaje claro es una expresión que ya tiene un largo recorrido. En el período de la Ilustración, el canon de legislar se caracterizó por la necesidad de utilizar un lenguaje claro, preciso y conciso14. A través de Nomografía o el arte de redactar leyes, Jeremy Bentham ofreció lecciones todavía vigentes acerca del arte que supone legislar y darle forma y contenido al cuerpo de las leyes. En su lectura, es posible observar que la mayoría de las soluciones planteadas para corregir las imperfecciones de la ley —incomprensión, ambigüedad, oscuridad, voluminosidad, incertidumbre, redundancia— tienen que ver siempre con el cuidado del lenguaje. De ahí que Bentham recomendara que “todas las personas deseosas de mejorar las instituciones legales deban estar también deseosas de la mejora del lenguaje legal”15.

      En el arte de curar tal y como se aplica al cuerpo natural, el lenguaje ha recibido, para su ventaja, la forma de una rama del arte y la ciencia; ya es momento de que, mediante una operación parecida, el lenguaje, aplicado a los desórdenes del cuerpo político, sea elevado a la misma altura en la escala de dignidad […]. Que se acuñen y acepten todas las palabras y frases nuevas que sean necesarias para la sustitución del error por la verdad, de la oscuridad o la ambigüedad por la claridad, de la charlatanería por la concisión16.

      En esos términos, recibimos desde el Reino Unido del siglo XIX un llamado a la claridad y al cuidado del lenguaje que estuvo marcado por la necesidad de pesar las palabras como diamantes, pues las palabras, en su conjunto, constituyen auténticas realidades. Casi al mismo tiempo, al otro lado del océano, algunos de los padres fundadores de Estados Unidos también eran conscientes de la trascendencia de la claridad en el lenguaje jurídico. Peter Tiersma reseña que John Adams llegó a criticar los textos y el uso de palabras innecesarias de las cartas coloniales británicas y Thomas Jefferson cuestionó el estilo ampuloso de las leyes, sus interminables tautologías y la suerte de involuciones que las hacían realmente incomprensibles17. Sin embargo, como cita el profesor Virgilio Zapatero: “olvidamos sistemáticamente la importancia de un lenguaje cuidado en los textos legales”18 como reclamaban los ilustrados.

      La búsqueda de claridad no ha dejado de ser una constante en la relación disciplinaria entre lenguaje y derecho, pero tuvo que transcurrir más de un siglo para que la literatura internacional se manifestara con una renovada preocupación por el propósito comunicativo del lenguaje jurídico, esta vez, en forma de “movimiento”. Según Felsenfeld, era necesario el impulso de un movimiento “capaz de cambiar el patrón de la escritura jurídica”19, escritura usualmente asociada con un “estilo recargado, confuso, pomposo y opaco”20. Discutir ciertos adjetivos, que en ocasiones desconocen las peculiaridades del lenguaje jurídico, no es el objeto de este estudio21. Simplemente se menciona para destacar que este tipo de señalamientos sobre el lenguaje del derecho han funcionado, según Soha Turfler, para justificar parcialmente el discurso del MLC22. Coincido, eso sí, con el fiscal español Jesús García Calderón cuando sostiene que “la oscuridad se trata de una perversión deliberada del lenguaje jurídico y no de una característica propia de su naturaleza”23.

      A partir de la necesidad que indicaba Felsenfeld, el MLC empezó a representar un creciente objeto de estudio, sobre todo en países como Australia, Canadá, Estados Unidos y Reino Unido. Por ese motivo, gran parte de la literatura inicial sobre los orígenes y evolución del movimiento proviene de autores de habla inglesa. De acuerdo con Mark Adler, por ejemplo, el móvil fundamental de las primeras campañas que lideró el MLC en la década de


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