Escritos Pandémicos (2020/21). Luis Campalans Pereda

Escritos Pandémicos (2020/21) - Luis Campalans Pereda


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claro está, de cierta libertad, de pensamiento, para empezar, sin que ello suponga una postura “anti”; una posición tan creyentemente militante como la que, al cabo, tiene el ateo más ferviente. Nada que resuelva más rápido la incomodidad de tener que pensar como la polaridad binaria y primaria: “o estás conmigo o estás contra mí”. Recuerdo que, cuando era niño, me confundían aquellas películas donde no estaba claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos.

      Más allá de los casos individuales ya mencionados, ello ha contribuido a que esa “disidencia” en el plano social y político, al menos hasta ahora, esté siendo aprovechada, en forma oportunista, por la ultraderecha y los neofascismos diversos.

      Va de suyo que para poder ejercer esa posición crítica hace falta cierta indispensable distancia respecto del discurso hegemónico y en particular del discurso médico. Que esa actitud haya provenido de otros discursos, podría explicarse por su distancia respecto de lo médico, en la misma medida en que la mayoría de los analistas se implicaron en él. No olvidemos que muchos, sabiéndolo o no y pese a Freud mismo, siguen pensando que el psicoanálisis sería una rama “auxiliar” o “secundaria” de la medicina.

      Una hegemonía del saber médico que, como discurso, da fundamento a la hegemonía de las multinacionales farmacéuticas, una de las industrias más rentables del mundo, entrelazada, como casi todo a ese nivel, con la hegemonía del capital financiero, que da su sesgo al capitalismo de este siglo.

      Para dar un ejemplo límite, incluso brutal, Bruno Bettelheim cuenta en algún lado que aquellos que, además de sobrevivir, podían hacer alguna actividad como escribir, pintar, hacer manualidades, etc., fueron los que más resistieron al infierno de los campos. Ello dejaría ver que la libido puede ser tan vital como las proteínas, que ella juega un papel trascendente en la conservación de la vida humana. Y ello, desde el principio de los tiempos, pues aquello que impulsaba a los hombres del neolítico a pintar en sus cuevas a los animales que les proporcionaban comida y vestido, ya no era de la índole de la cruda necesidad, sino de un orden libidinal. Aquel que está involucrado en la creación de otra clase de objetos, estéticamente expresados y, en principio, sin sentido o utilidad alguna.

      De repente, caemos en la cuenta de que las restricciones, controles y prohibiciones que, en nombre de la salud pública, los humanos ejercen sobre los humanos, tienen rigurosamente en común la represión de casi todas sus expresiones libidinales públicas y privadas. Desde darse la mano o abrazarse, hasta salir a pasear o a bailar, ir al teatro o a la cancha, incluyendo hasta los velorios. La libido parece ser nuestra enemiga o al menos algo que debemos restringir y controlar. ¿Estamos frente a una especie de regresión prefreudiana? ¿A una suerte de era neo-victoriana, quizás?

      En concreto, para aquellos que se enteren de la existencia de este libro y entre aquellos de esos que decidan pegarle una ojeada, les diremos algo de lo que podrán encontrar en él. No solo pretende resumir lo escrito sobre la pandemia entre febrero de 2020 y de 2021, sino también y sobre todo bajo la pandemia como contexto histórico-social ineludible, insoslayable.

      “Psicoanalizar en chancletas” es una suerte de confesión, de catarsis de la angustia en los albores de una cuarentena radical. “Notas sobre el psicoanálisis y la peste” sería ya un intento de reflexión y de reacción frente al malestar instalado. “Televisión” fue un divertimento para tomarse un respiro de él, pues: ¿cabe duda de que esta es, antes que nada, una pandemia mediática desde donde nos hablan los “expertos”? El intento de ensayo sobre el miedo, más allá de su vigencia actual, se propone revelar su función histórica, estructural, como instrumento de poder; como para ir pensando una nueva versión de eso, tal vez lo que llaman la “pospandemia”. Se anexan dos escritos teóricos del mismo período. “De la transitoriedad a la segunda muerte” se adentra en la cuestión de lo efímero, del saber de la finitud y sus efectos. Cierra el recorrido un ensayo algo denso sobre el centenario, en 2020, de la publicación de Mas allá del principio del placer, un texto clave en la historia del psicoanálisis. Es curioso, el escrito sobre la “pulsión de muerte” queda como último de esta recopilación, pero fue, en rigor cronológico, el primero. ¿Una premonición de su nuevo empuje? Y en todo caso: ¿cómo lo sobreviviremos?

      Entiéndase bien, no estamos aquí proponiendo que nuestro punto de vista, que aceptamos como “minoritario”, debería ser o imponerse como el “mayoritario”. Si una posición discursiva se sostiene como hegemónica será porque es mayoritaria, lo cual no supone más que eso, aunque fácilmente se lo asociará con lo verdadero y lo bueno, simplemente por ser mayoritario. (Recordemos, por caso que Trump, Bolsonaro y antes Hitler fueron mayoritarios). Mucho menos seríamos capaces de proponer tal o cual política sanitaria o epidemiológica alternativa (hay también voces y experiencias diferentes al respecto, a las que remito, desde luego minoritarias). Solo intentamos poder sostener y ejercer esa posición de interrogación, con desesperación a veces, aunque ello pueda molestar o provocar algún rechazo, tal vez por tratarse de un pequeño ejercicio de libertad. Poquito de libertad, no ya como algo que se nos concede o habilita desde el poder, sino como algo que alguien se toma o se autoriza desde el llano.

      Consignemos por último que el producido del que aquí damos cuenta no fue en absoluto por fuera o aparte del contexto de nuestra experiencia cotidiana como analista, cuya dificultad alcanzó además un grado superlativo. Pensamos que en nuestra lectura o punto de vista están implicados los fundamentos del psicoanálisis y por ende ella no puede separarse de nuestra escucha y de nuestra posición clínica como analistas. Intentar adaptarla mediante un inasible “savoir faire”, respetando lo que cada quien está dispuesto a tolerar y saber, es y será inherente a su dificultad intrínseca, al menos mientras siga existiendo como praxis.

      Marzo de 2021

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       (Abril de 2020)

      Voy caminando por la avenida, jadeando un poco detrás de mi tapaboca, a paso redoblado porque tengo miedo; a pesar de llevar mi bolsa de compras me pueden parar para interrogarme. Me cercioro de llevar siempre mi documento, como en los tiempos de la dictadura, la militar. En realidad, no he visto que parasen a nadie, debe ser sobre todo la culpa de saber que la compra es lo de menos, un pretexto, una coartada, una especie de salvoconducto (como pasear al perro) para sentir un poquito, un ratito, el caminar solo por caminar, bajo el solcito de otoño y sentir que estoy vivo.

      A medida que voy tomando confianza hasta puedo reflexionar: el miedo, el pánico, como conducta humana no requiere de la convalidación empírica y tampoco es una conducta instintiva inscripta en el ADN, sino un efecto de discurso. Basta que alguien grite “fuego” en un ambiente cerrado para demostrarlo. Y se trata apenas del efecto de una


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