El Risco. Ana De Juan
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ANA DE JUAN
El RISCO
Editorial Croquis
De Juan, Ana
El risco. - 1a ed. - Buenos Aires : Croquis, 2012.
212 p. ; 15x21 cm.
ISBN 978-987-1527-58-8
1. Narrativa Española. 2. Novela. I. Título
CDD E863
Fecha de catalogación: 17/04/2012
El Risco
Ana de Juan
Primera edición Mayo 2012
750 ejemplares
Queda hecho el depósito que marca la ley Nº11.723
Impreso en Argentina-Printed in Argentina
Impreso en Talleres
Es una edición de Editorial Croquis S.R.L.
Viamonte 947 1° A - Ciudad Autónoma de Buenos Aires
www.editorialcroquis.com [email protected] I.S.B.N 978-987-58-8
A la memoria de mi padre Miguel, que estuvo siempre a mi lado A mi madre querida.
A mis hermanos del alma. A Tenerife, mi isla.
Al sueño de seguir soñando, junto a Rafa, Marina y Martín.
Importante:
La novela “El Risco” transita dos culturas y léxicos diferentes como lo son el de las Islas Canarias (España)y Buenos Aires (Argentina).
A solicitud de la autora, hemos incorporado un Glosario, correspondiente a ciertos términos ycostumbrismos propios, de las regiónes en dónde se desarrolla la acción.
CAPÍTULO 1
La vida en El Risco
Gara vivía en una cueva en lo alto del barrio de Valleseco, en Santa Cruz. Su casa, como nuestras vidas, colgaba en débil equilibrio del Risco que miraba al mar. Allí, el paisaje más cercano, se desparramaba caprichoso entre piedras y tuneras regalonas. Regalonas de higos picos, dulces y jugosos, que nos ayudaron a crecer un poco mejor; por lo menos, con algo de sabor en la boca del alma.
Desde que era pequeño me preocupó que Gara, o sus hermanos más chicos, saliesen de su casa-cueva y no tuvieran dónde pisar, dónde apoyar el pie. Pensaba que se iban a desbarrancar pa’ bajo. Muchas veces soñé con eso. Y cuando me pasaba, al día siguiente, subía desesperado hasta su cueva para rescatarlos de la muerte, en caso de que fuera necesario, claro. Reconozco que de chico era un poco exagerado y fatalista.
Yo vivía en el mismo Risco que ellos, pero más abajo. Desde mi casa, caer al vacío no era tan peligroso, y sabía que si alguna vez mi hermano Enrique, mi madre, o yo, pisábamos mal, no nos íbamos a matar. A lo mejor, nos partíamos una pata o un brazo... ¡eso seguro!, pero nada más. Y lo sabía porque de mi cueva al fondo del barranco habría más o menos diez metros... de la de Gara eran más de cien.
Ella se burlaba de mí cuando le pedía que se mudaran aunque sea más abajo; se reía con ganas de mi cara de preocupado y de mi miedo. Y eso me hacía coger unas calenturas de órdago. Gara decía que era un rollo mío y que yo estaba loco por pensar en esas cosas..., después me daba un beso en los mofletes y me aclaraba que nunca se iba a matar desbarrancándose, porque su vida no transcurría en el Risco, sino en un cuento de hadas. ¡Qué mentirosa!, me quería convencer que adentro de su cueva no había más que felicidad y alegría. Entonces era yo quien le decía que la que estaba como una cabra era ella.
Pero ahora que lo pienso y que la conozco casi de toda la vida, creo que el cuento de hadas al que se refería, debió ser el mundo que ella le inventaba a sus hermanos más pequeños, para que no se dieran cuenta de la realidad que los rodeaba. Era como un invento piadoso para los chiquillos. Ellos vivían en la Luna de Valencia, sin ningún problema ante sus ojos, como debe ser... así se les atrasaba, supongo yo, esto de la vida en serio que padecemos los grandes.
Gara fue mi novia de toda la vida; de la infancia, y cuando era chica tenía mucho sentido del humor. Dicen que los de Tenerife somos burlones, y que nos vacilamos de todo. Dicen incluso, que de lo primero que nos reímos al nacer es de nosotros mismos, cuando nos damos cuenta que estamos patas pa’ arriba, y con el culo al aire... Y que por eso lloramos antes de que nos den la nalgada... Son habladurías de la gente, cosas que se dicen por ahí.
Se ve que Gara, con su mirar la vida sonriendo, es una chicharrera de raza, de pura cepa, como el vino de Tacoronte, como el viento en El Médano, aunque su vida fuera un infierno, y su “cueva maravillosa”, a veces se pareciera a la antesala del mismo.
Esta es nuestra historia de amor. Es común y corriente. Sin grandes aventuras ni cosas de película. Nada digno de Antoñita la Fantástica... y menos de Corín Tellado. Pero es la nuestra, y lo que quiero hacer con estos pensamientos y recuerdos es escribir un libro. Un libro que probablemente no le interese a nadie..., probablemente no, estoy seguro, pero me hace ilusión pensar que aunque sea, lo leerán mis hijos. Sería estupendo que algún día encuentren aquí las claves, las pistas, los datos que no sabían; lo que les faltaba de su pasado. De su historia. Aquello que todos buscamos en algún momento, para comprendernos mejor a nosotros mismos.
No sé por qué me dio por hacer esto, pero me gustaría que lo que escribo de nuestras vidas sea donde ellos encuentren los motivos por los que tanto su madre como yo, somos como somos. A veces pienso que si hubiera tenido la suerte de saber qué le pasó a mi padre antes de ser mi padre, a lo mejor podría entender por qué hizo lo que hizo con su vida, y con las nuestras. A veces sólo hace falta la información, los datos, el relato de cómo fueron pasando las cosas para aceptar las decisiones de los demás.
A veces, sólo hace falta saber, para perdonar. Otras veces, hay que conformarse con seguir soñando con lo que a uno le tranquiliza el alma.
La mejor manera de contar nuestra historia de amor es empezar por cualquier sitio. Por hoy, por ejemplo, con casi veinticinco años de convivencia encima. O por el principio, el día de las papas arrugadas...no sé, me da igual.
A nosotros se nos fueron dando las cosas así, sin darnos cuenta. Nuestro amor caminó al mismo tiempo que nosotros. Era como una sombra pícara y criticona que siempre estuvo entre Gara y yo. No recuerdo haberle jurado amor eterno jamás, ni haber planeado nunca un beso. Nuestra historia se escribió sola, natural y de manera espontánea. Ha sido como respirar, no te das cuenta y lo haces cada instante... no lo piensas pero ahí sigues, cogiendo y soltando el aire... ¡y ¿mira?, menos mal que es así la cosa!, ¿no mi niño?
Lo primero que recuerdo es a dos chiquillos que nacieron pobres y que crecieron con algo de vergüenza por serlo; que vivieron en las cuevas de un Risco, en la isla más grande de un archipiélago perdido en el Atlántico...
¡Qué culebrón, muchacho!, no te rías ¿eh? Pero ¿mira?, yo lo que también quiero contar es que aquellos dos desgraciados