Las letras del horror. Tomo II: La CNI. Manuel Salazar Salvo
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© LOM Ediciones Primera edición, 2012 Segunda edición, 2013 ISBN Impreso: 9789560003881 ISBN Digital: 9789560013330 RPI: 223.189 Fotografía de Portada: © Vicente Vergara P. Diseño, Edición y Composición LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 688 52 73 | Fax: (56-2) 696 63 88 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile
A Vanessa Tobar Leighton, en su camino a las estrellas.
A modo de presentación
Con la publicación del segundo volumen de Las letras del horror, esta vez enfocado en la Central Nacional de Informaciones, CNI, el periodista Manuel Salazar da un paso más en la tarea de develar los entretelones y el modus operandi de la maquinaria de violencia y muerte utilizada por el régimen en contra de gran parte de la población del país, durante los diecisiete años que duró la dictadura militar en Chile tras el derrocamiento de Salvador Allende en 1973.
A la persecución indiscriminada de los primeros tiempos –emanada principalmente de las direcciones de inteligencia de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas–, la sucede una represión articulada en una estructura monolítica y, en los hechos, autónoma de cualquier supervisión institucional, a no ser la del propio Augusto Pinochet: la DINA. Dirigida por el entonces coronel Manuel Contreras, las repercusiones internacionales de las operaciones de esta en el exterior –como los atentados en contra de Carlos Prats, Orlando Letelier y Bernardo Leighton, y los constantes reclamos de organismos de derechos humanos y de gobiernos democráticos de todo el mundo– obligaron al régimen a cancelar su existencia. Sin embargo, su disolución no significaría un cese de la violencia de Estado, sino que esta tendría su particular aggiornamento en el nuevo organismo que se caracterizó por un trabajo represivo de mayor especificidad, lo que significó la creación de diferentes brigadas encargadas de perseguir a los militantes de los distintos partidos en la clandestinidad y de una “profesionalización” de sus miembros y métodos, si un término como este le cabe al vil oficio del exterminio programado. En esta nueva etapa de operaciones de la CNI, y que se prolongó hasta el momento de la vuelta a la democracia en 1990, innumerables seguirían siendo los casos de violación a los derechos humanos, algunos de ellos de los más emblemáticos de que se tenga memoria en el trágico compendio del horror en nuestra historia política.
A partir de la investigación de este período particular y su agenda de imposición de un modelo neoliberal extremo, resulta imprescindible tener en cuenta que como sustento de los regímenes totalitarios y sus estructuras represivas (la DINA y la CNI), existió la Doctrina de Seguridad Interior del Estado, cuya verdadera función no era otra que la de cautelar los intereses del capital económico y que indefectiblemente se aplicaba allí en donde este se sintió amenazado por demandas y pretensiones de justicia e igualdad social.
En el caso de estas dos entidades chilenas de triste memoria, ambas fueron los medios de aplicación de estas políticas de guerra antisubversiva, que el Ejército chileno y su Academia de Guerra adoptaron en la Latin American Ground School y luego en la Escuela de las Américas o Instituto de Cooperación para la Seguridad del Hemisferio Occidental, SOA, como se conoce hoy; pero de igual modo en Brasil, en el Centro de Instruçao de Guerra na Selva –el Centro de Entrenamiento de las Fuerzas Especiales de Manaos–, donde muchos oficiales latinoamericanos, entre ellos militares chilenos que tendrían activa participación en el Golpe de Estado y la represión posterior, recibieron instrucción de parte de exmiembros franceses de los servicios de inteligencia. Estos, que durante la guerra de Argelia en la década del 50 del siglo pasado sistematizaron por vez primera los métodos de tortura y desaparición de los adversarios, tuvieron en una parte de la oficialidad chilena adiestrada en Inteligencia, alumnos aventajados.
Aun cuando en los años que siguieron a la dictadura distintas entidades e investigadores se dieron a la tarea de indagar en los hechos de violencia dirigida desde el Estado, muchos casos siguen, cuarenta años después, en la más absoluta oscuridad y otros apenas cuentan con algunos antecedentes que solo permiten vislumbrar los padecimientos y destino de miles de nuestros compatriotas. Sin embargo, nos asiste la mayor de las convicciones de que un texto de esta naturaleza, con su duro estatuto de documento de un difícil período de la historia chilena reciente, es capaz de inscribir a fuego en nuestras conciencias el hecho indesmentible de que no se trató de un mal sueño colectivo, sino de una realidad demasiado escabrosa como para, simplemente, dejarla pasar.
Para Lom ediciones, la publicación de los dos volúmenes de Las letras del horror es una forma de contribuir a la construcción de una memoria del país, en el entendido de que esta no es una operación que pueda cerrarse sin más al cabo de un determinado tiempo, sino que cada testimonio, cada evidencia e investigación permite un acercamiento más detallado y fiel a los sucesos del pasado y se constituyen como un manifiesto moral ofrecido a las generaciones chilenas actuales y futuras.
Capítulo I. La derrota de Manuel Contreras
1.1. El frustrado secuestro del director de Qué Pasa
La Dirección de Inteligencia Nacional, DINA, comandada por el coronel Manuel Contreras Sepúlveda, impuso el terror a partir de fines de 1973. En sus cuarteles secretos las diversas brigadas de la DINA torturaron, asesinaron e hicieron desaparecer a decenas de prisioneros del Movimiento de Izquierda Revolucionario, MIR; del Partido Comunista, PC; del Partido Socialista, PS; y de ciudadanos de diversos orígenes y procedencias que habían sido partidarios del presidente Salvador Allende y del gobierno de la Unidad Popular.
El coronel Contreras, que solo obedecía al general Augusto Pinochet, extendió sus actividades represivas hacia Argentina, Uruguay, Brasil y otros países de América y Europa. Los agentes de la DINA asesinaron al general Carlos Prats en Buenos Aires; intentaron matar al dirigente demócrata cristiano Bernardo Leighton en Roma; y atentaron contra algunos de los principales líderes de la Unidad Popular en el exilio. En septiembre de 1976, volaron de un bombazo el automóvil del excanciller Orlando Letelier en el centro de Washington, en Estados Unidos, acabando con la vida del exministro y de su secretaria, Ronnie Moffitt.
Al iniciarse 1977 las actividades de la DINA complicaron cada vez más a la dictadura militar y, en especial, a los civiles que colaboraban con los uniformados y trataban de imponer el modelo económico neoliberal en Chile. El fiscal estadounidense Eugene Propper empezó a aproximarse a los asesinos de Orlando Letelier y, paralelamente, los organismos de derechos humanos, las agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos, la Iglesia Católica y la solidaridad internacional, aumentaron las presiones en contra de la Junta Militar que encabezaba Pinochet.
Así, al promediar 1977 el coronel Contreras redoblaba sus esfuerzos para mantenerse al frente de la DINA, mientras el general Pinochet medía cuidadosamente el nuevo escenario que comenzaba a enfrentar.
En la tarde del martes 28 de junio de 1977 el director de la revista Qué Pasa, el abogado Jaime Martínez Williams, salió de la sede de la publicación luego de un intenso día de trabajo. Subió a su automóvil, se acomodó en el asiento del conductor y cuando se disponía a encender el motor un hombre escondido en el asiento trasero le puso una pistola en la nuca. Un segundo sujeto abrió la puerta lateral y se sentó a su lado. Martínez saltó del vehículo y empezó a gritar pidiendo ayuda. De la revista salieron varios empleados que rodearon al abogado y uno de ellos anotó el número de la patente de un automóvil Fiat 125 que velozmente se acercó al vehículo de Martínez y recogió a los frustrados secuestradores; más tarde se sabría que el móvil pertenecía a la Municipalidad de Quinta Normal, cuyo alcalde se negó a proporcionar cualquier antecedente, invocando una orden superior