Las letras del horror. Tomo II: La CNI. Manuel Salazar Salvo
más influyentes del país. Martínez Williams era un abogado estrechamente ligado a prominentes miembros de la derecha criolla1. A través de Hernán Cubillos y Roberto Kelly, Martínez se vinculaba con el diario El Mercurio y con la Armada, promotores del modelo económico neoliberal y de los principales empresarios y ejecutivos que estaban asesorando a los militares desde los ministerios de Hacienda, Economía, Oficina de Planificación Nacional (Odeplan), del Banco Central, de la Dirección de Presupuesto y desde todas las principales entidades de control financiero y económico.
Los gremialistas, que dirigía Jaime Guzmán, y los “Chicago boys”, que encabezaban Roberto Kelly, Sergio de Castro y Miguel Kast, habían logrado finalmente coincidir en un modelo de desarrollo económico, político y social que pretendían imponer en Chile a través del régimen militar. Y lo estaban consiguiendo, pese a los esfuerzos de algunos nacionalistas –militares y civiles– que se les oponían tenazmente, entre ellos el coronel Manuel Contreras, cabeza de la DINA.
El fallido secuestro de Jaime Martínez tuvo su origen en un intento por intimidar a las revistas informativas Qué Pasa y Ercilla –las únicas dos existentes– que investigaban el confuso rapto del joven Carlos Veloso Reidenbach, de 16 años, hijo de un empleado de la Fundación Cardjin, muy cercana a la Vicaría de la Solidaridad, quien había sido sometido a torturas e incluso violado por una banda de cuatro sujetos relacionados con “grupos terroristas de la oposición”, según la versión entregada por el gobierno.
Periodistas de ambos semanarios publicaron las numerosas discrepancias entre los dichos oficiales y los testimonios de los familiares de los supuestos autores y de testigos de los hechos, además de antecedentes incluidos en los recursos de amparo presentados a favor del muchacho y de los acusados como responsables del crimen.
Lo que realmente había ocurrido era un burdo pero dramático montaje de la DINA para comprometer a la Iglesia Católica en acciones subversivas y en la incipiente reorganización de sectores laborales que poco a poco se atrevían a levantar la voz para reclamar por sus derechos.
El proceso contra los acusados de tenencia ilegal de armas, asociación ilícita, organización para derrocar al gobierno constituido, incitación a la formación de grupos armados, atentados o privación de libertad a las personas, usurpación de funciones, abusos deshonestos y lesiones se inició por un requerimiento del Ministerio del Interior, firmado por su titular, el general César Benavides, que señaló:
Los hechos delictivos que habrían cometido las personas mencionadas y que al parecer serían sus responsables directos, se inician con su relación con la Fundación Cardjin, organismo dependiente de la Vicaría de la Solidaridad, y en consecuencia, en forma indirecta del Arzobispado de Santiago; las señaladas personas formaban parte de un grupo subversivo de aquellos que se han formado en esta fundación y cuyo objetivo fundamental consiste en cumplir labores subversivas al amparo de una actividad eclesiástica y religiosa, tendiente a socavar el actual gobierno del país2.
Los cuatro sujetos detenidos –William Zuleta Mora, Osvaldo Figueroa Figueroa, Humberto Drouillás Ortega y Luis Mardones Geza– en verdad fueron capturados por agentes de las DINA entre el 9 y el 12 de mayo y sometidos a golpizas y duros apremios antes de ser acusados y puestos a disposición de la justicia militar, tras obligarlos a firmar confesiones falsas. El joven Veloso, en tanto, fue secuestrado por dos agentes de la DINA a la salida de la Fundación Cardjin, en calle Cienfuegos al llegar a Erasmo Escala, un barrio situado al poniente del centro de Santiago donde se ubican la sede del arzobispado y otras dependencias de la Iglesia Católica.
El menor llevó ese día un recado de su padre, Carlos Veloso Figueroa, a un compañero de trabajo, luego de enterarse de que era buscado por civiles desconocidos. Veloso Figueroa había sido coordinador de la Central Única de Trabajadores, CUT, y dirigente nacional de la Confederación de Trabajadores del Plástico. Tras dos años de cesantía, finalmente consiguió un trabajo en la Fundación Cardjin y en ella ayudó a escribir a máquina una declaración emitida por 126 federaciones de sindicatos el primero de mayo.
Los agentes de la DINA subieron al muchacho a un automóvil Chevy negro y de inmediato lo empezaron a golpear y a interrogar sobre las labores de su padre. Lo vendaron y llevaron a una casa donde lo siguieron castigando, le apagaron cigarrillos en las manos y en el cuerpo, lo condujeron a una pieza cercana donde le mostraron a un hombre que sangraba profusamente y lo amenazaron con que le pasaría lo mismo.
Luego le exhibieron fotografías de algunos vecinos en la Villa México y acusaron a su padre de ser colaborador de la DINA. Más tarde, tras advertirle que su progenitor corría serio peligro, lo liberaron cerca de la medianoche a pocas cuadras de la casa de su abuela.
En los días siguientes la familia Veloso Reidenbach y las de los otros secuestrados por la DINA acudieron a la Vicaría de la Solidaridad y recurrieron de amparo ante los tribunales. El caso inquietó a los obispos, algunos de los cuales incluso fueron a entrevistarse con el general Augusto Pinochet. El asunto siguió agravándose hasta fines de ese mes de mayo. El día 23 dos sujetos a bordo de un automóvil Ford Falcon blanco esperaron a la salida de la Fundación Cardjin al sacerdote Luis Antonio Díaz Herrera, asesor de la entidad y exsecretario del cardenal Raúl Silva Henríquez. El religioso abordó su vehículo Volkswagen y se percató de que era seguido; intentó eludirlos, pero los hombres de la DINA le lanzaron el Ford Falcon encima en repetidas oportunidades. El cura logró escapar de sus perseguidores y refugiarse en la iglesia de los Ángeles Custodios, en la comuna de Providencia, desde donde pidió ayuda.
En cosa de semanas el caso sufrió un vuelco espectacular. Todos los acusados recuperaron su libertad y fueron sacados del país. Luego del intento de secuestro del director de Qué Pasa, el escándalo llegó a los medios de prensa y a los tribunales. El diario El Mercurio editorializó en duros términos y afirmó que “la acción de ciertos sectores extremistas está ahora revestida de características que no se ajustan a los moldes habituales del comunismo o la ultraizquierda marxista”. Al mismo tiempo, los comentarios de repudio de los mismos partidarios del gobierno militar llegaron rápidamente a oídos de Pinochet.
Por esos días se efectuaba el Curso Básico en la Escuela de Inteligencia de Nos, donde el jefe del Departamento de Servicio Secreto del Cuerpo de Inteligencia del Ejército, CIE, el teniente Julio Corbalán Castilla, asistido por el sacerdote español Felipe Gutiérrez, exhibía a sus alumnos un video ilustrativo sobre la estructura de la Iglesia Católica chilena. El entonces teniente del Servicio Religioso del Ejército, Felipe Gutiérrez, al culminar su curso básico de Inteligencia, escribió la correspondiente memoria de requisito sobre el tema “Aspectos Éticos de la Inteligencia Militar”. En los días y semanas siguientes le ayudaría al teniente Corbalán a penetrar algunos de los más delicados archivos del Arzobispado de Santiago.
Subrepticiamente, la DINA intentaba en aquellos meses cazar a los integrantes de la nueva dirección del Partido Socialista. El 2 de mayo fue capturado Jaime Troncoso Valdés, 27 años, apodado “Iron”, miembro suplente de la Comisión Política clandestina del PS. Una docena de agentes lo atraparon en la esquina de las calles Diez de Julio con Arturo Prat cuando intentaba establecer contacto con uno de sus enlaces en el partido. Troncoso caminaba apoyado por muletas desde que una poliomielitis fulminante lo dejara inválido cuando apenas tenía un año de edad. Acosado por los agentes, solo alcanzó a lanzar al aire sus muletas y gritar desesperadamente su nombre por si alguien lo escuchaba y daba cuenta de su captura.
Varios sujetos lo levantaron del suelo y lo introdujeron a un vehículo de color plateado, sin placa, que enfiló hacia el poniente. Lo apretaron en el piso del automóvil y le pusieron una capucha. Intentó protestar, pero lo callaron metiéndole el cañón de una pistola en la boca.
Media hora más tarde sintió la vibración del vehículo sobre un suelo empedrado y los cerrojos de un portón que se abría. Era el cuartel secreto de calle Borgoño, muy cerca del río Mapocho, al norte del centro de la ciudad. Lo arrastraron hasta una sala subterránea donde le quitaron la capucha y le vendaron los ojos. En ese breve instante se percató de que estaba en una habitación amarillenta y sucia, habilitada como recinto de primeros auxilios, con una camilla, un armario blanco, un mesón con instrumental