Las letras del horror. Tomo II: La CNI. Manuel Salazar Salvo

Las letras del horror. Tomo II: La CNI - Manuel Salazar Salvo


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Luego lo trasladaron a otra pieza, lo dejaron en el suelo y le pusieron electrodos en diversas partes del cuerpo. Una magneto rudimentaria empezó a girar y sintió las descargas eléctricas en la boca, en los genitales y en el aparato ortopédico de su pierna derecha. Perdió la noción del tiempo hasta que lo dejaron tranquilo. Pudo escuchar el movimiento de mucha gente, la emisión de una radio que transmitía música de moda e incluso a un agente prometerle por teléfono a una hija que le llevaría chocolates en la noche.

      En las ocho jornadas siguientes Jaime Troncoso fue torturado tres veces al día en sesiones que se prolongaban por más de una hora. Pudo oler el hálito alcohólico de sus interrogadores y el aroma a colonia Flaño en algunos. Al noveno día, ya exánime, lo trasladaron a una habitación más pequeña y a través de los bordes de la venda vio un sillón de dentista empotrado en el suelo y un lavatorio. Cada cierto tiempo sus captores lo tomaban en vilo y lo arrojaban por unas escaleras. Un día lo envolvieron en una frazada y lo metieron a una camioneta donde lo trasladaron a Villa Grimaldi. Allí estuvo dos días encerrado en una jaula de concreto de un metro por lado hasta que lo devolvieron a Borgoño.

      Durante una nueva sesión de tortura, al recuperarse de un desmayo, se encontró rodeado por varios médicos que lo examinaban y le ponían una máscara de oxígeno. La pesadilla parecía interminable, hasta que el 23 de mayo, tres semanas y un día después de su arresto, lo subieron a un vehículo y lo condujeron hacia un destino indefinido. Pensó lo peor, pero de pronto se detuvieron, lo bajaron y los agentes le dijeron que no se sacara la venda de los ojos hasta que ellos estuvieran lejos. Esperó un par de minutos y al descubrirse la vista, se encontró en un sitio baldío. A lo lejos divisó las luces del Estadio Nacional.

      Jaime Troncoso permaneció ocho meses oculto en un convento de monjas en Puente Alto hasta que tras varios intentos fallidos logró abandonar el país rumbo a Suecia.

      Su enlace en el PS, el estudiante Vicente Israel García Ramírez, con quien debía reunirse el día de su detención, había caído tres días antes en manos de la DINA junto a su esposa y varios familiares. García extravió una correspondencia que Troncoso le había pedido que enviara a miembros de la dirección del PS en el exterior, pero un descuido hizo que esos mensajes fueran sustraídos por colaboradores del servicio de seguridad, quienes aparentemente estaban infiltrados entre sus conocidos. La cónyuge y los parientes de García recuperaron la libertad; el estudiante socialista, en tanto, permanece desaparecido hasta hoy3.

      El 18 de junio de 1977, luego de tres años en prisión sin que se formularan acusaciones formales en su contra, el exsenador comunista Jorge Montes fue canjeado por 13 presos de la República Democrática Alemana, RDA, tras lo cual la dictadura declaró que “no quedaba en Chile ningún detenido en virtud de la ley de Estado de Sitio”. Ese mismo mes un grupo de familiares de detenidos desaparecidos inició una huelga de hambre en la Cepal pidiendo saber el paradero de sus parientes.

       1.2. Antorchas nocturnas en el cerro Chacarillas

      Desde 1975 los gremialistas controlaron la Secretaría Nacional de la Juventud y eligieron el 9 de julio para recordar a los 77 jóvenes muertos en el combate de La Concepción durante la Guerra del Pacífico. Ahora, en 1977, cuando Jaime Guzmán Errázuriz por fin había convencido al general Pinochet para que fijara un calendario de normalización institucional, otros 77 jóvenes serían condecorados en el torreón de Chacarillas, una de las cumbres del cerro San Cristóbal4. La ceremonia sellaría el compromiso entre Pinochet y sus generales más cercanos con los gremialistas y los Chicago boys para instaurar el modelo neoliberal de desarrollo político y económico.

      El arquitecto italiano Vittorio Di Girólamo asumió la producción, ayudado por Enrique Campos Menéndez, asesor cultural de la Junta Militar desde el golpe, recompensado más tarde con el Premio Nacional de Literatura en 1986 y nombrado embajador de Chile en España.

      El Frente Juvenil de Unidad Nacional, brazo político de la Secretaría Nacional de la Juventud, a cargo del ingeniero agrónomo Ignacio Astete, se hizo cargo de movilizar a los jóvenes hacia el cerro. El movimiento estaba inspirado en la organización juvenil del régimen franquista, el Frente de Juventudes de la Falange Española.

      A los casi mil jóvenes que asistieron se les entregaron dos antorchas a cada uno. Las llamas representaban “la instauración de una democracia autoritaria, protegida, tecnificada y de auténtica participación social”, el sueño de Guzmán. Los símbolos de aquella noche fueron elocuentes: el fuego en manos de los jóvenes que miraban el cielo, los compromisos que los presentes debieron corear en voz alta, el general Pinochet enfundado en una capa gris que lo cubría entero, gran presencia de militares y marchas castrenses como sonido de fondo. La nostalgia del nazismo y del fascismo se palpaba en el aire.

      El abogado Javier Leturia, y los veinteañeros Luis Cordero y Juan Antonio Coloma colaboraron para que el plan de Jaime Guzmán resultara perfecto. En primera fila se ubicaron Sergio Fernández, Gonzalo Vial, José Piñera y Jovino Novoa, todos los cuales pocos meses más tarde ingresaron al gabinete.

      Cristián Larroulet, quien trabajaba con Joaquín Lavín en Odeplán, recordaría años más tarde:

      Sé que en ese momento hubo una discusión muy intensa al interior del régimen. Los nacionalistas tenían mucha fuerza. Chacarillas fue un punto de quiebre que permitió la institucionalización del gobierno militar y la llegada, meses después, de un gabinete blando.

      Sergio Fernández también rememoraría aquel instante:

      Sabíamos que las Fuerzas Armadas no podían seguir gobernando como tales. Tampoco era conveniente que el poder se ejerciera colectivamente por una junta. Teníamos el mal ejemplo de los otros países latinoamericanos donde las juntas habían terminado muy mal. Chacarillas enfatizó por ello el rol de Pinochet como conductor, pero impuso un calendario para volver a la normalidad democrática.

      El discurso que leyó Pinochet fue íntegramente redactado por Guzmán. En él se delinearon tres etapas para democratizar el país. Una primera, que se inició ese día y que debía terminar como máximo el 31 de diciembre de 1980, período en que las Fuerzas Armadas ejercerían integralmente el poder con la colaboración de los civiles. Una segunda etapa de cinco años se extendería hasta el 31 de diciembre de 1985. En ella la Junta conservaría sus atribuciones legislativas, aunque perdería poder real. Paralelamente, los civiles podrían crear una especie de Cámara Legislativa designada por Pinochet y la Junta Militar. Una tercera etapa de “normalización” comenzaría el 31 de diciembre de 1985 cuando una cámara legislativa parcialmente elegida designara a un Presidente de la República por seis años. Para concluir, se declaró “fenecida” la Constitución de 1925 y se les entregó a los militares el papel de “garantes de la institucionalidad” en la Constitución de 1980.

      Ignacio Astete fue el encargado de pronunciar el discurso donde por primera vez se habló de “pinochetismo”. “Nos declaramos hoy pública y explícitamente pinochetistas y llamamos a todos los chilenos a estrechar filas en torno a una movilización cívica que convierta al pinochetismo en la fuerza arrolladora que consolidará la institucionalización democrática”, afirmó el dirigente gremialista.

      Un mes después, en agosto, Pinochet precisó:

      Cuando señalé que habría participación de la comunidad muchos afloraron de inmediato hablando de elecciones y en mil tonos decían que tenían que ir a las urnas. A ellos les vuelvo a repetir: las elecciones para representantes de una Cámara Legislativa no se harán antes de ocho o diez años, en el mejor de los casos5.

       1.3. El retorno de un adversario temible

      En julio de 1977, diez meses después del asesinato de Orlando Letelier en Washington, el FBI detuvo a algunos cubanos anticastristas que reconocieron a Juan Williams Rose –una de las identidades falsas de Michael Townley– como el sujeto rubio que había participado en el atentado.

      Ese mismo mes el general Pinochet comunicó a Contreras su decisión de terminar con


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