Cuando se cerraron las Alamedas. Oscar Muñoz Gomá
CUANDO SE CERRARON LAS ALAMEDAS
© Oscar Muñoz Gomá, 2021
Todos los derechos reservados Oscar Muñoz Gomá.
Pehoé ediciones
San Sebastián 2957, Las Condes Santiago de Chile
Registro de Propiedad Intelectual Nº 2020-A-617
ISBN Edición digital: 978-956-6131-10-6
Diagramación digital: ebooks Patagonia
La reproducción total o parcial de este libro queda prohibida, salvo que se cuente con la autorización del editor.
Santiago de Chile
NOTA DEL AUTOR
Este relato es una novela de ficción, aunque está inspirada en hechos reales que ocurrieron en Chile en las últimas décadas del siglo XX. Las alusiones a personajes históricos también son ficcionales y no reflejan necesariamente la realidad, aunque estén dentro de lo posible. El relato sobre la isla Dawson se basa en el libro de Sergio Bitar Isla Diez, Pehuén, 1987.
REFERENCIAS BIOGRÁFICAS DEL AUTOR
Nació en 1938. Estudió en el Liceo Alemán de Santiago. Es ingeniero comercial por la Universidad de Chile y doctor en economía por la Universidad de Yale. Fue investigador y Director Ejecutivo de CIEPLAN. Ha publicado numerosos artículos y libros de economía, entre los cuales se pueden mencionar Estrategias de desarrollo en economías emergentes, Edición FLACSO-Universidad de Chile, Santiago, 2001; Más allá del bosque: transformar el modelo exportador, Edición FLACSO, Santiago, (coordinador), 2002; El modelo económico de la Concertación 1990-2005. ¿Reformas o cambio?, FLACSO-Editorial Catalonia, Santiago, 2007; En los ecos del tiempo-Memorias, dos tomos, edición privada, 2015. Ha sido profesor de diversas asignaturas de economía en las universidades de Chile, Católica, Diego Portales y Alberto Hurtado. Ha participado en talleres literarios durante más de treinta años.
PRIMERA PARTE
LAS ALAMEDAS CERRADAS
11 DE SEPTIEMBRE DE 1973
1
A las diez y media de la mañana sonó el teléfono de Margot Lagarrigue, mientras tomaba el desayuno. Ese día se levantó más tarde. Su hijo Sebastián dormía plácidamente. Sus vacaciones de septiembre acababan de empezar. Estaba muy inquieta por la situación del país. Las marchas, contramarchas, manifestaciones, atentados, agresiones, insultos y descalificaciones entre las autoridades habían creado un clima enrarecido, crispado, todos enrabiados. Había mucha presencia policial en las calles y a menudo con gran violencia de uno y otro lado. El aire olía a gases lacrimógenos.
Desde la muerte trágica de su esposo, Rodrigo Darrigrande, estaba muy sensible. En cada víctima veía de nuevo a su esposo muerto y todos sus desgarros. Aún no lograba asentar bien su espíritu, el equilibrio de su personalidad. Se estremecía ante las escenas de violencia que presenciaba a diario en la televisión y en los diarios. Y eran cada vez más frecuentes. En el fondo de su alma anhelaba que todo terminara de una vez y no se atrevía a confesarse que eso significaba sólo una cosa.
La llamaba Juan Pablo Solar, el amigo íntimo de Rodrigo, quien se hizo cargo de los trámites funerarios cuando éste falleció. Tuvo también la dolorosa misión de ir a darle la mala noticia. Pero se convirtió en un buen amigo de ella y se mantuvo muy cerca durante sus primeros meses de viudez. La acompañaba con delicadeza y consciente de su duelo, no como tantos frescos que al poco tiempo se le acercaron con intenciones seductoras. Margot era muy atractiva desde los tiempos universitarios y siempre hubo gente rondándole alrededor.
La voz de Juan Pablo sonó ronca y alterada, nerviosa, apenas podía hablar.
− Margot, se ha producido el golpe que todos temíamos. Se levantaron las tres ramas de las fuerzas armadas y también los carabineros y le piden la renuncia al presidente. Si se niega, le advirtieron que bombardearán La Moneda. La radio Magallanes está informando de todo, pero es probable que dentro de poco la silencien también.
− Me parece terrible, pero esto no daba para más, Juan Pablo. Lo siento por ti, que es tu gobierno. No sé qué pensar, no sé si es bueno o es malo.
− Por el momento se ha desatado la violencia más brutal. Los militares rodearon La Moneda a la espera de que el presidente se entregue. Hay disparos en el centro, enfrentamientos entre soldados y civiles armados. Mira, es muy delicado y si esto va en serio, y yo creo que sí, todos los altos funcionarios del gobierno correremos el riesgo de ser detenidos o ejecutados. Los cabecillas ya hablaron por la televisión. Están liderados por el general Pinochet, que se suponía respaldaba a Allende. Hablaron en un tono muy amenazante y conminaron a la plana mayor del ejecutivo a entregarse.
− ¿Qué vas a hacer Juan Pablo? ¿Corres riesgo tú?
− Por supuesto, soy subsecretario y por lo tanto, estoy entre las primeras autoridades que tienen que ir a entregarse. Pero yo no lo voy a hacer. No les tengo ninguna confianza. Piensa que hasta ayer Pinochet era el general más leal al presidente. Esto viene mal, Margot.
− Juan Pablo, no lo hagas. No te entregues, espera un poco a ver cómo evoluciona todo. ¿Sabes, por qué no te vienes a mi casa? Yo estoy fuera de toda sospecha, no he participado en política, a pesar de que Rodrigo sí lo hacía. Además, mi padre es empresario, es momio y no creo que corra ningún peligro.
− Te lo agradezco, Margot. Y creo que voy a aceptar tu ofrecimiento. Al menos para ganar tiempo y ver cómo se desenvuelve todo. Antes voy a hacer algunos llamados telefónicos porque quiero saber más de mis compañeros del ministerio. Ya hablé con el ministro y él se va a trasladar donde un amigo también. Dio orden de que la gente se quede en sus casas. El presidente lo llamó temprano, porque ya de madrugada le advirtieron que empezaba el golpe. Orlando Letelier fue detenido por el general Arellano Stark a las siete y media de la mañana. No se sabe su paradero. El presidente ha estado hablando con sus colaboradores y pidiéndoles que no vayan a La Moneda. Quiere evitar un derramamiento de sangre.
− Te espero, entonces. A la hora que quieras.
Margot sintió un temblor en todo su cuerpo. Una sensación que no tenía desde que le avisaron que habían asesinado a Rodrigo. Trató de relajarse, tomó agua y fue a ver a su hijo Sebastián. Seguía durmiendo y decidió no despertarlo.
Se sentó para pensar con tranquilidad. En lo personal y familiar, no albergaba temores. Tenía sus propias ideas, nunca le había gustado ese gobierno, a pesar de que su marido llegó a ser un funcionario importante. Su cultura política se había formado en una familia más bien de derecha, moderada y nunca extremista. Su padre criticaba al régimen y pensaba que efectivamente iba a caer por la situación del país. Los sindicatos se tomaban las empresas, los campesinos expulsaban a los patrones de sus campos, los precios de los productos elementales andaban por las nubes, cuando se podían conseguir, la gente reclamaba por todos los medios posibles. Todos los días había enfrentamientos callejeros en el centro de la ciudad, con bombas lacrimógenas que dejaban el aire irrespirable. En cierta ocasión Margot se encontró en el medio de una manifestación contra el gobierno y se aterró cuando el gas lacrimógeno le impidió respirar por varios segundos.
Mientras su esposo Rodrigo vivía, tuvieron largas conversaciones que le hicieron ver otros puntos de vista. Él era militante del Mapu y trataba de explicarle que los cambios importantes en un país nunca ocurren pacíficamente, o al menos, sin conflictos sociales. Se fue apartando de amistades que propiciaban un golpe militar y, en alguna medida, sintió simpatía por gente que se sacrificó para que las cosas funcionaran mejor. Y aunque antes pensaba que cuando cayera el gobierno, tendría que celebrar con champaña, pero ahora ya no sabía qué pensar. Algo en sus entrañas le decía que todo estaba mal, que iban al despeñadero. Cuántas veces conversó de esto con Juan Pablo.
− Mira, estoy medio loco−, le decía su amigo subsecretario−. La descoordinación en el gobierno es imperdonable. A veces