Pienso, luego molesto. Siento, luego existo. Manuel Riesco González

Pienso, luego molesto. Siento, luego existo - Manuel Riesco González


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han generado un ruido inmenso y han colaborado a incrementar de manera significativa la brecha entre las élites pensantes y las masas obedientes. Hoy no está de moda el pensar. Los que piensan son pocos y, con frecuencia, molestan: «Pienso, luego molesto».

      Gran parte de los males de la humanidad estriba en la incapacidad de las personas para pararse, reflexionar, estar a solas consigo mismas. Pero en la evolución del Homo sapiens, antes que la razón fueron las emociones y los sentimientos. ¿Cómo conciliar mente y corazón, condenados a entenderse? ¿Será necesario actualizar o reformular el axioma «pienso, luego existo» por «siento, luego existo»? En el capítulo II se conjugan un ramillete de emociones y sentimientos como el amor, el miedo, la compasión, el dolor, la soledad y la gratitud.

      En este libro se combinan ideas, sugerencias y experiencias personales. No voy a descubrir hasta dónde llega la autobiografía y la ficción. Lo dejo en manos del lector. En cualquier caso, en los capítulos centrales, bajo la estela de Forrest Gump y la palabra de reconocidos Maestros de la Vida, se desgranan dos asuntos. Por una parte, se muestran algunas heridas y piedras con las que tropezamos en nuestro acontecer por el mundo. Por otra, se proponen estrategias para superarlas.

      La tarea más importante del ser humano es vivir de manera digna y satisfactoria su propia vida. Cada día es un milagro, una oportunidad única para disfrutarlo, para construir las raíces, las ramas y el árbol de la propia felicidad. Pero el tiempo vuela, sobre todo cuando uno se va haciendo mayor. Por eso es necesario gestionarlo de manera adecuada y eficiente. Todo un reto y todo un arte.

      El autor

      CAPÍTULO I

      Pienso, luego molesto

      y me molesto

      «De diez cabezas, nueve embisten y una piensa».

      A. Machado

      El premio nobel, médico y filósofo Konrad Lorenz (1984) diagnosticaba así los males de la sociedad en Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada: 1. Superpoblación; 2. Asolamiento del espacio vital; 3. Competencia consigo mismo; 4. Muerte en vida del sentimiento; 5. Decadencia genética; 6. Quebrantamiento de la tradición; 7. Formación indoctrinada; 8. Las armas nucleares.

      Ya han pasado algunos años, pero el análisis crítico de Lorenz no ha perdido lucidez y vigencia, incluso ha ampliado su dimensión. Numerosas voces han puesto de manifiesto la brecha actual entre ricos y pobres, el ocaso de las ideologías, la dictadura del poder y del dinero, el individualismo, el presentismo fácil, el consumismo, la esclavitud de las apariencias, la ausencia de valores compartidos, el desdén por la naturaleza… Zygmunt Bauman (2000) ha denominado este momento de la historia como modernidad líquida, caracterizado por la ruptura con las instituciones y estructuras del pasado, donde nada es permanente, sino cambiante y caduco, tanto en el trabajo como en las organizaciones sociales y en el amor; un contexto que deriva en miedo al compromiso, ansiedad, estrés, angustia y constante búsqueda de nuevas experiencias.

      En el núcleo de este panorama, en mi opinión, hay una falla cada vez mayor, más profunda y peligrosa, un agujero negro entre la ignorancia y el conocimiento, entre las personas que piensan y las que no piensan.

      Se ha abierto una brecha profunda entre la ignorancia y el conocimiento, entre los que piensan y los que obedecen

      Fue llamativo percibir cómo en los primeros días de alarma en la reciente pandemia del coronavirus los grandes almacenes se quedaron sin papel higiénico y cómo en las primeras jornadas de la «desescalada» las puertas de estas mismas superficies se abarrotaron. Mi memoria me trae a colación esos grandes «comederos sociales» iluminados por rebajas, Navidades, Blackfri-days, Halloween, Sanvalentines… Es frecuente ver a masas que se disparan ante la penúltima moda o que siguen a los vocingleros políticos, que votan por tradición una y otra vez sin conocer los programas, que antes de que hable su líder ya les ha convencido, que aplauden al que simplemente les cae bien porque vocea más, insulta o miente mejor, porque tiene la palabra más políticamente correcta… Sheeple, que dirían los ingleses. Estas conductas compulsivas se ven acompañadas por un gran desencanto y despreocupación ante el compromiso social, lo cual tiene un coste alto: ser gobernados por la mediocridad.

      Hace tiempo que no soporto los «telerraros», falsos noticieros de actualidad, compitiendo por la noticia más asquerosa pero llamativa. Me apena la «gente guapa» que vende sin pudor su vida. Mi amigo psicólogo tiene cada vez más demandas de los enganchados a las nuevas tecnologías, bombardeados por selfis y wasaps.

      La urgencia, la anécdota, lo negativo, lo raro, lo efímero, lo aparente son las fuerzas que impulsan esta manera de ser y de estar. Hasta la literatura actual se ha enamorado de la sombra, de la oscuridad, del mal. Falta luz en el escenario de lo cotidiano. El sentido común, la verdad y la belleza son discretos; por esto no están de moda.

      Este trazo rápido y sombrío de la sociedad parece real, pero también incompleto a todas luces. Necesita enriquecerse con otros colores luminosos. Desde una perspectiva histórica amplia, la humanidad nunca ha vivido mejor, con menos guerras, menos hambrunas y menos dictaduras; nunca los servicios sociales como la salud (a pesar de la COVID) y la educación han tenido tanta calidad y han sido accesibles para todos, nunca hemos tenido tanto tiempo para disfrutar de nuestras aficiones, nunca hemos estado tan a salvo de las duras inclemencias naturales, nunca nuestros paladares han podido degustar la variedad y sabor de los manjares, nunca hemos viajado tanto, nunca el amor ha volado tan libre, nunca hombres y mujeres han estado más cerca de ser ellos mismos.

      Ante este bosquejo paradójico, me entra la duda de si no me estaré haciendo mayor. Evidentemente, no soy milenial, pero tampoco me resigno a aceptar estos indicadores como propios de una evolución social ascendente. Un hecho se me impone: el sistema capitalista que nos envuelve solo puede sostenerse con el consumo. Pero mi cerebro protesta en silencio. Sabe que cuando piensa, molesta y me molesta. Una vez más no le hago caso y voy a seguir poniendo nombre a lo que veo con una mirada crítica.

      En momentos de crisis todos acuden a la educación como bálsamo de Fierabrás, pero los hechos dicen que esta utopía es una falacia. Si hay algún sistema social abandonado y manipulado, ese es la educación. Los políticos la utilizan para sus fines. Cada partido en el poder hace su propia ley de educación a pesar de los maestros, que no intervienen en su diseño, aunque sí en su gestión. Son unos excelentes ciudadanos obedientes. ¿Por qué el colectivo de profesores en España no tiene colegio profesional? Ausencia significativa.

      Los sistemas educativos europeos se construyeron en el siglo XIX comenzando por el tejado. Primero fue la universidad, luego la secundaria, más tarde la primaria. Algo parecido ha sucedido con el Espacio Europeo de Educación Superior. En nuestro país aún queda por construir el primer peldaño de la escalera: la educación infantil no es obligatoria, de modo que los niños pueden empezar directamente su educación por la primaria. ¿Por qué?

      Gran parte de mi vida la he dedicado a la educación por vocación y me cuesta hacer un juicio doloroso. ¡Ojalá estuviese equivocado! Muchos esfuerzos de la escuela, y la universidad en particular, están matando las creencias y sueños de nuestros hijos; por esto muchos niños se rebelan y a los jóvenes no les motiva aprender a pesar de la voluntad, la paciencia y el buen hacer de la mayoría de los profesores. Pero no basta. Los sistemas educativos están diseñados no para emancipar y desarrollar la creatividad personal, sino para formar ciudadanos obedientes a otras fuerzas políticas, sociales, económicas. El fracaso de la educación no solo conlleva menoscabo del saber, sino que mina las raíces de la amistad y la solidaridad de las personas, convirtiéndose en un individualismo empobrecedor y recalcitrante. «Lo primero que se hace en la escuela es destruir el encanto y la espontaneidad y convertir al niño o al adolescente en un adulto prematuro» (Luis Landero, El cuento o la vida).


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