El Español de América. Miguel Ángel Quesada Pacheco

El Español de América - Miguel Ángel Quesada Pacheco


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de quatro labradores; y sea, assimesmo, el cachupín o rezién venido de España criado en aldea. Y, júntense éstos, que tengan plática y conversación el uno con el otro: oyremos al español nacido en las Indias hablar tan pulido, cortesano y curioso y con tantos preámbulos, delicadeza y estilo retórico no enseñado ni artificial, sino natural, que parece ha sido criado toda su vida en corte y en compañía de gente muy hablada y discreta; al contrario, verán al chapetón, como no se aya criado entre gente ciudadana, que no ay palo con corteza que más bronco y torpe sea. Pues ver el modo de proceder en todo del uno tan differente del otro, uno tan torpe y otro tan bivo, que no ay hombre, por ignorante que sea, que luego no eche de ver quál sea cachupín y quál nacido en Indias (cit. por Javier Ortiz 2007).

      El segundo testimonio proviene de 1604 y es del escritor Bernardo de Balbuena, quien dedica las siguientes palabras al español de México en su poema Grandeza Mexicana (cit. por Rosenblatt 1984: 265):

       Es ciudad de notable policía,

       y donde se habla el español lenguaje

       más puro y con mayor cortesanía.

      Vestido de un bellísimo ropaje

      que le da propiedad, gracia, agudeza,

       en casto, limpio, liso y grave traje.

      Otros testimonios similares se refieren al español de Lima en las primeras décadas del siglo XVII, uno de los cuales, escrito en 1611, escrito por fray Martín de Murcia, dice:

      El lenguaje que en ella [Lima, Perú] se habla es el más cortesano, pulido y limado que en ninguna ciudad de España se habla, de tal manera que el de Toledo, famoso y siempre celebrado, no le excede y no se hallará en esta ciudad un vocablo tosco y que desdiga de la pulideza y cortesanía que pide el lenguaje español. (cit. por Guitarte 1992: 70).

      Y otro, que data de 1625, escrito por Gregorio López Madera, dice así:

      No nos pasará por el pensamiento agora extrañar que una criolla, nacida en las Indias, hable tambien Castellano como en la Corte, porque se habla en Lima tan limado el español, quitados algunos vocablos bárbaros tomados de los frutos y uso de la tierra. (cit. por Guitarte 1992: 70).

      Como se puede notar, estas noticias son más que todo de tono poético, de alabanza, pero son susceptibles de ser interpretadas lingüísticamente, de modo que se puede deducir que los habitantes de los virreinatos de México y del Perú manejaban un sociolecto de tipo cortesano, el cual era el dominante y el de prestigio; da la impresión de que en estas partes de América se hablaba bastante diferente de la Península. Sin embargo, el testimonio del español Bernardo de Aldrete, un estudioso de la historia del español, en 1606, nos dice lo siguiente (se mantiene la ortografía original):

      En lo que toca a la lengua, que es nuestro intento principal, según me e informado de personas que an estado muchos años en aquellas partes, los Indios, que tratan con Españoles, que son casi todos, los que están en nuestras provincias, saben hablar Romance más o menos bien, como se aplican a él, i todos los más lo entienden. Algunos Indios principales lo pronuncian también como los nuestros, lo mismo hazen todos los que tienen raga de Españoles, por cualquier vía que sea, que hablan como en Castilla. (Aldrete 1606: cap. XXII, pp. 145-146).

      De modo que, a través de sus afirmaciones, nos es posible saber que en América no solo se hablaba un sociolecto de tipo cortesano, sino que también se manejaban otras formas de hablar al menos bastante cercanas a las peninsulares.

      Sin embargo, habrá que esperar hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XVII para empezar a observar impresiones discordantes de las primeras menciones. Así, en 1676 el obispo Fernández de Piedrahita se expresa de la siguiente manera acerca de los habitantes de Cartagena de Indias:

      Los nativos de la tierra, mal disciplinados en la pureza del idioma español, lo pronuncian generalmente con aquellos resabios que siempre participan a la gente de las costas de Andalucía. (cit. por Fontanella de Weinberg 1993: 32).

      Este es el primer testimonio que tenemos del español americano, en donde no solo se expresa que una región de América del Sur tuviera una forma de hablar que la distinguía del resto, sino también que ese hablar tenía similitudes con el andaluz. El dato es de vital importancia porque orienta los fundamentos de una de las teorías más exitosas acerca del origen del español americano, conocida como «teoría andalucista».

      De aquí en adelante se multiplican los testimonios respecto de la manera de hablar español de los americanos, diferente de la peninsular. En 1748, los ingenieros españoles Jorge Juan y Antonio Ulloa describen con las siguientes líneas el español hablado en Cartagena de Indias, Portobelo y Ciudad de Panamá:

      En aquella ciudad [Cartagena], como en Portobelo, y esta [Panamá] tienen sus moradores un methodo de prorrumpir las palabras, quando hablan, bien particular; y assí como hay unos pueblos, que tienen arrogancia; otros dulzura; y otros brevedad; este tiene una floxedad, y desmayo en las vocales tal, que es muy sensible, y molesto al que le oye, hasta que la costumbre le va habituando a ello: aun más sucede en este particular, y es que en cada una de las tres ciudades llevan distinto methodo en el desquadernamiento, flaqueza, y acento de las voces, acompañado de diversas syllabas propias de cada uno; no menos distinguibles entre si, que todas ellas apartadas del estilo, con que se habla en España.

      En 1789, Fernando Borrero, un viajero por el Río de la Plata, se expresa de la siguiente manera acerca de los nativos:

      No existe otro pueblo en América que, en sus usos y costumbres tanto recuerde a los puertos de Andalucía, en la Península: la indumentaria, el lenguaje y los vicios son casi idénticos. (cit. por Fontanella de Weinberg 1993: 32).

      Como se puede observar, el testimonio de Borrero apunta, al igual que el de Piedrahita, al parecido entre el español de algunas regiones americanas y el de Andalucía.

      En 1807, Antonio Blanco, un viajero proveniente de América del Sur, comenta lo siguiente acerca de los habitantes de la provincia de Guanacaste, en la zona noroeste de Costa Rica:

      Estos hombres constan de tres castas, que son indios tostados y oscuros, mulatos y blancos, que por la mayor parte son un español adulterado con las castas anteriores. Su idioma es el Castellano, pero tan corrompido con la lengua del país, que hace fastidiosa la conversación. (cit. por Meléndez 1974: 122).

      El viajero Antonio Blanco no da detalles sobre cuáles eran esos rasgos que él consideró «español adulterado», lo cual hubiera sido de gran valor para la dialectología centroamericana. Tampoco dice expresamente lo que entiende por «castellano corrompido», si lo está comparando con su dialecto americano o con el español ibérico. De manera que este dato solo se debe ver con cierta cautela.{3}

      En 1865, el escritor colombiano José Joaquín Borda viaja por Costa Rica y nos suministra, a manera de relato de diario, datos comparativos entre el español de su país natal con el del país anfitrión:

      En las conversaciones que tuve con ellos y con los de la capital (San José), noté una perfecta identidad en el acento, lo mismo que en las costumbres, con mis paisanos de Cundinamarca y Boyacá. Allí como en estas tierras se acostumbra acentuar los imperativos, usar el vos en lugar de tú i convertir en diptongos, vocales que deben pronunciarse separadas y con distinto acento. “Poné ái los báules, decía un amigo al peón del puerto, mirá que vos sos muy descuidao” (Borda 1865: 123).

      La cita anterior cobra grandísima importancia para la historia dialectal americana porque, si bien los testimonios anteriores habían indicado que ya se estaban dando diferencias dialectales entre América y España, las observaciones de Borda se convierten en el primer testimonio, de que tengamos noticia, donde se dan detalles lingüísticos y rasgos concretos que describen ciertas diferencias -o similitudes- de dos hablas hispanoamericanas. Ya no es una simple caracterización general, de corte impresionista, con visos de ser más etnográfica que lingüística, sino que está demostrada con datos extraídos del habla cotidiana.

      Obras lexicográficas


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