El Español de América. Miguel Ángel Quesada Pacheco

El Español de América - Miguel Ángel Quesada Pacheco


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cita anterior de Gagini, estos filólogos idealizan en cierto sentido el idioma y siguen el modelo genético darwiniano aplicado a la lingüística decimonónica. De esta manera, son conscientes del cambio lingüístico en términos biológicos, tal como lo expresa el venezolano Julio Calcaño en 1897:

      Como todo en la humana vida, las lenguas nacen, prosperan, decaen y mueren; y así como nadie tiene poder para dar nueva forma a un árbol ya crecido, nadie lo tiene tampoco para dar a una lengua las que rechaza su natural constitución. (Calcaño 1897: XVI-XVII).

      El argentino Estanislao Zeballos (1903: XL) es de parecer similar al afirmar lo siguiente: «Está el vocablo sujeto a la eterna ley que rige todo lo creado, nace, crece, se reproduce y muere». Asimismo, el chileno Miguel Luis Amunátegui (1909: VII) expresa: «Las lenguas evolucionan, como evoluciona todo en la vida, sin que el hombre logre impedirlo». De manera que se nota un cambio de parecer en algunos filólogos decimonónicos, como un pilar fundamental hacia un concepto más objetivo de la lengua, su origen y sus fines dentro de la sociedad.

      El 3 de noviembre de 1870 la Real Academia Española propuso una Comisión para la creación de Academias americanas y la elección de miembros correspondientes que salieran en defensa del idioma. La idea hace que Juan Bautista Alberdi, el argentino promotor del movimiento separatista y de emancipación lingüística, reaccione fuertemente, y al respecto afirma:

      Esas Academias de la lengua castellana, según el plan de la Comisión, aunque instaladas en América y compuestas de americanos, no serían Academias Americanas, sino meras dependencias de la Academia española, ramas accesorias de la institución de Madrid. (cit. por Cambours 1984: 32).

      El movimiento de emancipación lingüística pensaba que el español en América, debido al cruce étnico, había adquirido una modalidad propia, diferente de la peninsular, y por tanto, esa modalidad era la que había que defender, no la peninsular. Continúa Alberdi:

      Las lenguas no son obra de las Academias; nacen y se forman en la boca del pueblo, de donde reciben el nombre de lenguas, que llevan. [...] La lengua es de tal modo la obra inmediata y directa de la nación, que ella constituye, en cierto modo, su mejor símbolo, y por eso es que los pueblos son clasificados por sus lenguas, en la geografía y en la estadística. (cit. por Cambours 1984: 34).

      Sin embargo, a los filólogos y pensadores partidarios de la unión lingüística emociona la idea. Por ejemplo, el uruguayo Daniel Granada (1890: 39) se expresa de la siguiente manera:

      La ilustre Academia Española, con generoso anhelo, ha promovido el establecimiento de cuerpos correspondientes de ella en las repúblicas hispanoamericanas, la mayor parte de las cuales [...] han respondido noblemente a tan honrosa iniciativa, cuya realización señala el comienzo de una esplendente era literaria, presidida por el genio de dos mundos. [...] ¡Qué magnífica perspectiva! Americanos y españoles ocupados de consuno en regularizar y pulir el varonil y perspicuo lenguaje en que la sublime fantasía del navegante genovés anunció, con bíblico entusiasmo, el lujo paradisíaco de las Indias!

      Pronto los filólogos empiezan a discurrir en la forma como los hispanoamericanos pueden colaborar para mantener la lengua unida. Primeramente pasan por la teoría, definiendo lo que es americanismo. Al respecto, el argentino Estanislao Zeballos (1903: XVI) dice lo siguiente:

      ¿Qué es americanismo? Es la forma morfólica que expresa una idea nueva, o que completa la expresión de una idea ya incorporada al diccionario de una lengua de manera deficiente. En este concepto preciso soy partidario de la admisión de americanismos en nuestro sagrado tesoro oficial de la lengua madre.

      Influidos en parte por las ideas románticas de la época,{8} las cuales daban carta de validez a la expresión popular, los pensadores decimonónicos se dieron cuenta de que los americanismos eran parte esencial de la forma de expresión de los americanos; en consecuencia, la mayoría de los filólogos hispanoamericanos se lanzaron a la defensa de muchos de ellos, fueran de base castellana, fueran de origen indígena o africano, y a equiparar su legitimidad con voces peninsulares provenientes de otras lenguas. El guatemalecto Antonio Batres Jáuregui (1904: 8) los defiende de la siguiente manera:

      No deben repelerse de los diccionarios aquellos numerosos vocablos que usan millones de gentes, para significar objetos o ideas peculiares de una respetable colectividad, por más que no se deriven del latín, del vascuence o del árabe, ya que da lo mismo el abolengo aimará, quechua, cackchiquel o mexicano, para el caso. Los léxicos son el índice del idioma y no el fiat que los engendra, haciéndolo crecer y multiplicarse. En materias de lengua, significan mucho las mayorías habladoras.

      De criterio similar es el uruguayo Daniel Granada (1890: 39) cuando afirma:

      la contribución que la América española ha prestado y ofrece al caudal de la lengua, es tan justificada y digna de favorable acogida, como lo fueron en su tiempo el latín, gótico y árabe, y como hoy en día lo son el gallego, catalán y vascuence. [...] Es verdad que casi todas las voces a que aludimos, se hallan en la modesta condición de provinciales, y que sería descabellada pretensión la pretensión de quien se empeñase en incorporarlas indistintamente al inventario general de la lengua; pero si Góngora trasladó llanamente a tierra española el fragoso arcabuco de América, y Mateo Alemán puso en él un baquiano, ¿quién censuraría que un ingenio español de la era presente tuviese por cosa oportuna o útil valerse de los términos chuño, zapallo, choclo, ñandutí, bincha, catinga, cancha, albardón u otros semejantes, para expresar los objetos que respectivamente significan?

      En cuanto a las palabras no indígenas que viven localmente en América y España, también deberán incluirse en el Diccionario, pues, de acuerdo con el mexicano Joaquín García Icazbalceta (1905: XI),

      Y esas palabras, esas frases no tomadas de lenguas indígenas, que viven y corren en vastísimas comarcas americanas, y aun en provincias de la España misma, ¿no tienen mejor derecho a entrar en el cuerpo del Diccionario, que las que se usan en pocos lugares de la Península, acaso en uno solo?

      Otros filólogos trataron de ir más allá y, no contentándose con que se aceptaran algunas palabras en el Diccionario de la Real Academia, manifiestan el deseo de editar un diccionario de americanismos. Así, el gramático costarricense Arturo Brenes Córdoba (1888) fue uno de los primeros en Hispanoamérica en sugerir la creación de un diccionario de americanismos. Con sus propias palabras:

      claro está que una voz no puede clasificarse de impropia por el solo hecho de no hallarse en el Diccionario. Los provincialismos lejos de censurarse deben ser adaptados, cuando sirven para designar cosas que carecen de nombre en castellano, o cuando, por ser bellos o expresivos, contribuyen al perfeccionamiento de la lengua. (Córdoba 1888: II-III)

      Más adelante agrega:

      Ese problema podrá plantearse con esperanza de éxito satisfactorio, el día que poseamos, entre otros elementos, un buen diccionario de americanismos. (Córdoba 1888: VI)

      Otros, como el mencionado Batres Jáuregui, proponen un congreso:

      El uso en la América que fue española, lo conocemos mucho mejor los que en esta parte del mundo vivimos, de tal suerte que un congreso lingüístico américo-hispano sería de mucha utilidad. (Batres Jáuregui 1904: 8).

      De parecer similar es Carlos Gagini cuando, en 1903, escribe a Ricardo Palma las siguientes líneas:

      Tiempo es ya de que los americanos hagamos nuestro Diccionario de Americanismos; mas como éste no es trabajo para [ser] ejecutado por un solo filólogo, por sabio que sea, es preciso convocar un congreso internacional que proceda a la discusión y composición de tan importante obra. Sin embargo, no ha de ser éste el único objeto del congreso: también tratará de la adopción de textos oficiales para la enseñanza del idioma -textos que naturalmente tendrá por base el nuevo Diccionario- a fin de uniformar en todas nuestras repúblicas el vocabulario y la gramática de la lengua. (cit. por Quesada Pacheco 1989: 203).

      Los filólogos americanos descubrieron que muchos provincialismos no aceptados por la norma culta eran en realidad resabios de la lengua clásica peninsular,


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