El Español de América. Miguel Ángel Quesada Pacheco

El Español de América - Miguel Ángel Quesada Pacheco


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de usar tal o cual combinación de sílabas para entenderse; desde el momento que por mutuo acuerdo una palabra se entiende, ya es buena. [...] No es la palabra sublime, séalo el pensamiento, parta derecho al corazón, apodérese de él, y la palabra lo será también. (cit. por Cambours 1984: 40)

      De ahí que Sarmiento abogara por reformas ortográficas que llevaran a un mayor distanciamiento del español americano con respecto del peninsular, y promulgó una reforma ortográfica: escribir con <j> en vez de <g> y sustituir <i> por <y>, tal como se puede apreciar en algunos periódicos americanos del siglo XIX y principios del XX (Guitarte 1992: 77). Sin embargo, Alberdi fue más lejos al afirmar que había que desprenderse del yugo lingüístico español abandonando el castellano como lengua materna, y que la lengua que podía mejor expresar el pensamiento independentista de la época, a la que todos deberían aspirar, era el francés (cfr. Blanco de Camargo 1991: 19-41). En resumen, y tal como recapitula Rosenblatt (1961: 40):

      No hay que olvidar -es un hecho que no se ha dado en ninguna otra región hispanoamericana, al menos con esa profundidad- que fue la generación de 1837 la que enarboló la bandera de la libertad lingüística, la que inició la lucha contra el purismo y la tutela académica, la que sostuvo los derechos del pueblo (y hasta su soberanía) en materia de lengua, la que procalmó la devoción por la tierra y la inspiración americana.

      Frente a esta tendencia emancipadora corre paralelamente un movimiento más bien de corte unionista, conservador, cuyo interés primordial era mantener ligadas la lengua y literatura en español a una y otra orilla del Atlántico; estaba encabezado por el gramático venezolano Andrés Bello y seguido por una serie de filólogos de todos los países, entre los que se pueden citar a Rufino José Cuervo (Colombia), Carlos Gagini (Costa Rica), B. Rivodó (Venezuela) y A. Batres Jáuregui (Guatemala), los cuales estaban atemorizados ante una irremediable ruptura lingüística: así como el latín se había desmembrado en diversas lenguas y dialectos después de la destrucción del Imperio Romano, del mismo modo ocurriría con el castellano en América. Para evitar tal desmembramiento, había que aunar esfuerzos con el fin de que todos los países americanos mantuvieran en estrecha unión sus hábitos lingüísticos castellanos, además de la literatura. Al respecto afirma Andrés Bello:

      Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como medio providencial de comunicación y vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español. (Bello 1970:24).

      Siguiendo el camino de Andrés Bello, el guatemalteco Antonio Batres Járuegui (1904: 6) afirma:

      Entre los elementos de cultura que trajo España a América, uno de los que deben perdurar es el de la lengua castellana, que en el siglo XVI se encontraba en todo su auge y esplendor, extendida por inmensos territorios y quilatada por sublimes ingenios.

      Este grupo de pensadores fundamentaba su filosofía lingüística en los siguientes criterios:

      1. Hay una lengua común, el castellano, a uno y otro lado del Atlántico.

      2. La lengua cambia y, por consiguiente, puede corromperse y desmembrarse. Esto permite distinguir entre lengua pura y castiza opuesta a la lengua impura o del vulgo, y los términos técnicos con los que se designan dichos cambios son los barbarismos, neologismos, provincialismos, idiotismos, solecismos y otros (cfr. Amunátegui 1909: VII-VIII).

      3. Esta lengua común es una herencia que debe conservarse. Por lo tanto, conviene estudiar la lengua desde una perspectiva histórica, tanto en sus documentos coloniales como en la literatura del Siglo de Oro, para averiguar la antigüedad y el abolengo de sus elementos léxicos. Muchas palabras usadas por el pueblo, aunque obsolescentes en otros grupos sociales, deben respetarse y preservarse porque tienen abolengo.{5}

      4. Si se quiere luchar en contra del cambio que lleva a la corrupción y a la diferenciación, hay que compartir esfuerzos para mantenerse firmes en el idioma común, a través de la literatura.

      5. El filólogo está en capacidad de llevar la lengua por buen camino.{6}

      De acuerdo con estos pensadores, la unidad se podría lograr por medio de la educación lingüística prescriptiva, purista. Por lo tanto, había que escribir gramáticas y diccionarios que condenaran todo tipo de expresión dialectal que atentara contra la unidad lingüística. A raíz de este movimiento, que fue el que se logró imponer en América, surgieron las manifestaciones de corte normativo, purista y academicista, las cuales se reflejan, hasta la actualidad, en la serie de diccionarios nacionales o locales que arrancan con la publicación del Diccionario provincial casi razonado de voces y frases cubanas, de Esteban Pichardo (1836).{7} Siguiendo los mismos pasos, establecen una relación de familia, de modo que el español peninsular es la lengua madre y las variantes americanas son las lenguas hijas. La Madre Patria, en vista de su papel histórico, debe descollar autoridad frente a sus hijas, y debe regir los destinos de la lengua; América debe seguirla. Dentro de esta perspectiva, consideran la lengua una especie de personaje vivo, al cual se le dan atributos humanos: el uruguayo Daniel Granada (1890: 40) dice que el castellano es un idioma varonil y Julio Calcaño (1897: XVII) lo trata de lengua enérgica.

      Dentro de estas dos corrientes claramente diferenciadas se empezó a desarrollar una especie de movimiento conciliador que, partiendo de la tendencia unionista, logró apartarse de ella sin llegar al extremismo separatista de la Generación del 37, con lo cual la tendencia a favor de la unidad lingüística da claros indicios de no haberse mantenido inmóvil ni pétrea durante el siglo XIX, sino que en su seno hubo estudiosos que poco a poco empezaron a cambiar su manera de pensar. Fueron gramáticos que, sin querer romper con la unidad lingüística y dándole carta de valor al español peninsular como lengua culta, empezaron a tomar distancia de las actitudes de la Real Academia de la Lengua para considerar el español americano como una variedad distinta, pero tan válida como el español de España. En palabras de A. Torrejón (1991: 362):

      A lo largo del siglo XIX, una vez afianzada la independencia política, se observa entre los americanos una paulatina transferencia de su lealtad lingüística, antes declarada a la norma peninsular, a una indefinida norma hispanoamericana primero, y luego de esta última a las normas nacionales asociadas con los círculos cultos de las capitales.

      Un primer ejemplo de esta evolución lo constituye, sin duda alguna, Rufino José Cuervo, quien, habiendo comenzado a escribir sus famosas Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano (1867-1872) con fines correctivos, puristas, y cuyo fondo filosófico radicaba en que la lengua culta estaba únicamente representada por el español peninsular (cfr. Guillermo Guitarte 1992: 78-79), terminó publicándolas con fines puramente descriptivos, científicos, a manera de análisis del habla bogotana del siglo XIX. Por ejemplo, en una carta enviada a su colega costarricense Carlos Gagini (8 de octubre de 1893), le dice:

      Ahora mismo trabajo en refundir completamente las Apuntaciones, reduciéndolas a un plan científico, de que carecían, y dándoles más amplitud, con el designio de que aparezca la gran conformidad que existe entre el lenguje popular de España y las Américas. (cit. por Quesada Pacheco 1989: 199).

      El mismo Carlos Gagini sufre ese proceso de cambio; así, en la primera edición de su primer diccionario de costarriqueñismos -bajo el título de Diccionario de barbarismos y provincialismos de Costa Rica- se expresa de la siguiente manera:

      La lengua castellana ha experimentado tales modificaciones en el Nuevo Mundo, son tan numerosas las corruptelas, los neologismos, los extranjerismos y alteraciones sintácticas con que la desfigura el vulgo, que en muchos lugares no es sino una caricatura grotesca de aquella habla divina de Garcilaso, Calderón y Cervantes. (Gagini 1892: 1).

      Pero en la segunda edición, bajo el título de Diccionario de costarriqueñismos, escribe:

      Sale, pues, esta edición notablemente aumentada y bajo un plan menos empírico: En ella considero las divergencias de nuestro lenguaje con relación a la lengua madre, no como simples corruptelas, introducidas por el capricho o la ignorancia, sino como resultado natural


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