La magia de la vida. Isabel Cortés Tabilo

La magia de la vida - Isabel Cortés Tabilo


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de salvar almas,

       protege a tus sacerdotes,

       en el refugio de tu sagrado corazón.

       Guarda sin mancha sus manos,

       que a diario tocan tu sagrado cuerpo,

       conserva puros sus labios con tu sangre,

       haz que Preserven puros sus corazones

       y no permitas que el espíritu del mundo

       los contamine.

       Aumenta el número de tus apóstoles,

       y que el fruto de su apostolado,

       sea la salvación de muchas almas

       que sea su corona eterna.

       Amén.

      Lucrecia salió de la casa de Dios echa un mar de lamentos, pensando en mil encrucijadas de su destino, pero la oración profunda y sincera cobijaron su alma. En el refugio de sus aposentos, a solas, escribió en su diario de vida un bello poema:

       Amor sublime

      Navegué en el fondo de tu alma

       como una musa inspiradora,

       que fluye como río de sentimientos cobijados

       en los espacios siderales y eternos.

       Me pierdo en tu misteriosa mirada

       y no existe para nosotros un buen puerto,

       donde amarnos sin tregua, sin penitencias

       en la infinita sinfonía del tiempo.

       Florecen de tus manos blancas mil deseos

       huellas de amor en nuestras almas,

       vacío que estrella mi corazón dividido

       siento que pierdo el rumbo de mi existir.

       Arrebolados sentimientos de culpa

       en el patíbulo de lo prohibido e inverosímil,

       caen malogradas pasiones de melancolía

       arañando mi alma de desolación.

      Durante varios días hizo muchas plegarias, esperando de Dios alguna respuesta, alguna revelación, o algo; hasta que una noche tibia se rompió el manto de la incertidumbre. Tuvo una hermosa revelación: «soñó con la Virgen Santísima, la vio con sus delicados y blancos pies, pisando una serpiente larga y verdosa, en señal que fue ella quien aplastó el pecado representado en Satanás. En su cabellera larga y divina, había una corona de estrellas que iluminaban el mundo». Luego, sintió la voz del Todopoderoso, que apacible y misericordioso le decía:

      —«Hija, no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados». (Lucas 6:37)

      «No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» (Juan 11:40)

      Al día siguiente despertó con un jardín de alegrías nuevas en su corazón, decidió ir a visitar nuevamente al padre y terminar definitivamente con esta situación.

      —Padre, necesito hablar con usted —ordenó Lucrecia con un brillo especial en sus ojos.

      —Dígame Lucrecia, ¿qué la trae por estos lares?

      —Padre, siento mucha rabia, pena y desilusión por esta situación tan irregular e incómoda —contestó ella súbitamente.

      —Lucrecia, si se refiere a mis hábitos pensé que usted sabía, no es secreto para nadie en la facultad.

      —Dígame padre, ¿por qué la iglesia no permite que se casen? Ustedes los sacerdotes, que son los afectados y que sufren tanta soledad e incomprensiones, por qué no se organizan y le exigen al Papa que cambie esa absurda ley del celibato, que al final nadie cumple, al parecer todos viven de puras apariencias, parecen fariseos que predican y no practican, ¡viven un mundo de hipocresías! A

      Jesús no le gustan los términos medios, «los quiere fríos o calientes y los tibios los vomita» —concluyó ella enfadada.

      —Lucrecia, ¡cálmese por favor! Déjeme explicarle nuestra posición. La razón de que nosotros no podemos ser casados, es porque en nuestro servicio ministerial debemos dedicarnos en cuerpo y alma a la obra de Dios. Si tuviésemos familia nos desviaríamos a atender nuestros propios hogares, no a los feligreses en sus necesidades espirituales. Imagínese pues, si fuésemos casados y en plena misa nos llaman que la esposa o un hijo tuvieron un accidente, ¿cuál debería ser nuestra prioridad? —respondió él tajante y sin titubear.

      —Disculpe que lo contradiga padre, pero pienso que es sólo una estrategia eclesiástica netamente económica; porque si los curas se casaran, el clero tendría que mantenerlos a ustedes, a sus familias y les saldría el doble más caro.

      —Quizás usted tenga algo de razón, es la persona más cuerda que he conocido —contestó él, con un tono más relajado.

      —Padre, mi filosofía de vida siempre ha sido «todo o nada», a mí no me gusta el doble estándar —agregó ella para confirmar su punto de vista.

      —Lucrecia, yo nunca había conocido a alguien que tuviera tantos valores, usted fue la primera que me puso en mi lugar, quizás por eso a mí me tocó tan fuerte, a veces parece usted mi pastora tratando de enrielarme; pero igual me gustaría preguntarle ¿qué va a pasar con nosotros? —la miró profundamente con infinita dulzura.

      —Padre, el tiempo de la pasión ya pasó, cuando solamente existía la atracción entre nosotros, pero ahora que hay sentimientos involucrados, el estar juntos sería para unirnos definitivamente, pareceríamos matrimonio unidos de cuerpo y alma. Eso es imposible, si usted analiza la situación ambos tenemos compromisos; además, ahora tengo todas las respuestas, usted jamás dejaría sus votos por nadie. Quizás hubiese sido bueno tener un desliz, pero yo tengo todo lo que una persona necesita para ser feliz, además con mi esposo Sebastián, me siento amada, protegida, respetada y consentida. Si doy un paso en falso, podría perderlo todo a cambio de nada —concluyó muy segura de su respuesta.

      —¡Yo no soy nada! —replicó el sacerdote algo disgustado, pensando en su condición de clérigo.

      —No quise decir eso, para mi usted es todo, pero ¡dígame!, ¿usted dejaría sus votos por mí? —preguntó ella muy decidida.

      —No sé Lucrecia, estoy confundido, por primera vez he dudado de mi vocación, pero creo que no, si la hubiese conocido antes de tomar mis votos, me hubiese casado con usted, pero ahora no podría vivir sin honor, como un cura excomulgado.

      —Para mí que usted tiene un harem, siempre está rodeado de mujeres, he escuchado algunos comentarios de que usted, tiene muchas amigas con ventaja —señaló ella con ironía.

      —Para mi usted es la única, si tuviese diez, dejaría las diez por estar con usted, por eso insistía tanto en ir a visitarla, abrirle mi corazón y tener una relación seria con usted, Lucrecia —concluyó él.

      —Padre, yo no puedo hacer nada, aunque quisiera, porque desde niña tengo el «Santo Temor de Dios», que no es tenerle miedo a Dios, sino el deseo de agradarlo, porque amo a Dios sobre todas las cosas, además he sido muy bendecida por él y en la biblia dice: «Que el principio de la sabiduría es el Santo Temor de Dios» —(Proverbios 1:7).

      —Lucrecia, usted está más convertida que todos nosotros juntos —advirtió él con un dejo de admiración.

      Después de aquella diáfana conversación, se despidieron como siempre con un beso en la mejilla y un hasta pronto.

      Pedro a partir de ese día perdió la esperanza, veía que Lucrecia se había mantenido firme en su posición y no había vuelta atrás, así que buscó refugio en otros brazos. Un día fue a visitar a una amiga que era viuda desde hace varios años, ella no le era indiferente. Decidieron empezar una relación clandestina, para así acallar su afiebrada sotana,


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