El Círculo Dorado. Fernando S. Osório

El Círculo Dorado - Fernando S. Osório


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instante reconociéndola como la mujer con la que quería pasar el resto de su vida.

      Como el flechazo fue mutuo, la conquista no fue excesivamente complicada, por lo que tras un corto noviazgo se casaron con toda la ilusión y el amor que puede caber en un par de corazones.

      Diego no tardó en llegar a este mundo. Iba a ser el primero de una larga lista, ya que Guillermo (que es como se llama su padre) le había confesado que a la pareja les encantaban los niños y que sus planes de futuro pasaban por formar una gran familia.

      Pero una grave enfermedad se interpuso entre el feliz matrimonio y sus planes de futuro, e Irina, la madre de Diego, los dejó a él y a su marido cuando más la necesitaban.

      Como es lógico, el golpe había sido terrible y a menudo el chaval pensaba en lo que habría tenido que luchar su pobre padre para lograr sacarlo adelante en medio de aquella tragedia. Con los años iba siendo más consciente de todo ello y admiraba como a nadie a aquel hombre que, a pesar de todo, había logrado darle una infancia plena y feliz.

      La madre de Guillermo, su querida abuela, ya viuda cuando la desgracia los había sacudido, se convirtió en una pieza importantísima en la vida del chaval y le proporcionó ese amor femenino y único que su madre no pudo darle.

      La auténtica pasión de Diego son los caballos, una fiebre benigna e incurable de esas que se apoderan de tu corazón y tus pensamientos y que en muchas ocasiones acaban marcando tu destino.

      Para Diego, al contrario de lo que les sucede a otras personas, la equitación no empieza y acaba con el acto de subirse a un caballo para disfrutar de las sensaciones que este puede ofrecernos. Nuestro amigo vive la hípica como un arte o una filosofía de vida que pasa por el aprendizaje, el trabajo diario, y sobre todo por el respeto, que, al igual que el resto de seres vivos, se merece este precioso e inteligente animal que tan importante ha sido en la historia del ser humano.

      Por eso, el objetivo diario de Diego cada vez que acude a Los Alazanes (el club hípico de Fuentevieja) es intentar absorber todos los conocimientos que pueda ya que sabe sin lugar a dudas que el día de mañana, de una manera u otra, su vida discurrirá por el camino ecuestre.

      En este tema siempre ha sido constante, por lo que sus fantasías y planes de futuro, que en otros niños van variando con los años, tuvieron desde siempre en su cabeza la misma forma: la de en un día poder convertir su vocación en profesión.

      Por lo demás, Diego es un estudiante al que podríamos clasificar como «normal y corriente». Ni destaca por sus notas ni es un desastre ya que desde un primer momento su padre se lo dejó muy claro: tiene vía libre para montar a caballo, aprender y entrenar todo lo que pueda; pero, eso sí, a su edad lo primero es el colegio, por lo que si descuida los estudios tendrá que decir adiós a la equitación.

      Este pequeño «trato» (como el hábil papá lo denominó desde un principio) resultó ser todo un éxito y el joven jinete saca tiempo de donde haga falta para cumplir con su parte, aplicándose al máximo en cada evaluación, consciente de lo que hay en juego.

      Combinar las labores ecuestres con los deberes y demás tareas escolares no es nada sencillo, pero como la intención, las ganas y el interés abren todas las puertas, el chaval consigue evaluación tras evaluación compaginar ambos mundos satisfactoriamente.

      Sus profesores lo aprecian. El muchacho es bueno, educado y trabajador y todos son conscientes tanto de su difícil pasado como de sus ambiciones y planes de futuro, que cuentan con la simpatía y el beneplácito general. Lo que sí lamentan es que Diego, que podría ser un estudiante realmente brillante, tenga sus pensamientos más cerca de los caballos que de los asuntos escolares y que siempre esté ansioso de oír sonar el timbre para salir como un tiro hacia Los Alazanes.

      Afortunadamente, las distancias que debe recorrer a diario (y que el muchacho realiza en bici con la rapidez y la precisión de todo un profesional) no son excesivamente grandes, por lo que a contrarreloj logra encontrar siempre el tiempo necesario para poder combinar estudios y equitación.

      En su casa el dinero no sobra por lo que Diego paga sus clases de equitación ayudando el fin de semana en cualquiera de los mil quehaceres cotidianos que nunca faltan en unas cuadras. Es un trato justo ya que Diego es un buen trabajador que realiza sus labores con esmero e interés, por lo que los responsables del club no ponen ningún inconveniente a este pequeño arreglo económico.

      La atracción del chaval por los caballos es toda una incógnita para su padre ya que no hay ningún miembro de la familia (por ninguna de las dos ramas) que comparta sus inquietudes. Lo que sí es cierto es que la pasión del niño por estos animales es casi de nacimiento y así lo corroboran los primeros dibujos infantiles del crío, que su padre guarda como un tesoro y en los que, para sorpresa de todos, ya representaba de manera monotemática la figura de algún caballito adornado con colores inverosímiles y en todo de tipo de escenarios y posiciones.

      Tal era su atracción por todo lo ecuestre, que su padre, en cualquiera de aquellos cuentos que le leía de pequeño, debía incluir en el argumento (alterando, si era necesario, el guión original) cualquier tipo de caballo o poni si no quería escuchar las protestas del niño, a quien el resto de personajes, como hadas, príncipes, héroes o villanos, le traían sin cuidado.

      Como es lógico, lo que más desea Diego en este mundo es tener un caballo propio, pero es consciente de que su familia no puede permitirse el lujo de complacerlo. No pasa nada. Nuestro amigo es paciente y sabe que con el tiempo todo llega. Además, el hecho de no ser propietario no supone ningún inconveniente para su aprendizaje ya que, al igual que sucede en muchos clubes hípicos, Los Alazanes pone a disposición de sus alumnos un nutrido grupo de caballos de alquiler para poder recibir clases en todos los niveles.

      Para Diego sus amigos son su segunda familia, una parte importantísima de su vida, ya que con ellos comparte tiempo, risas, grandes momentos y, sobre todo, una pasión incondicional por los animales en general y los caballos en particular.

      La pandilla está unida por un montón de lazos comunes que los hicieron conectar desde el principio. Uno de los más importantes es que todos albergan la misma idea de respeto hacia su «compañero de equipo» y el rechazo total hacia aquellos que maltratan a los caballos o a cualquier ser vivo e indefenso. Todos ellos saben que por desgracia esta es una práctica bastante extendida, pero es algo contra lo que se han propuesto luchar con todas sus fuerzas.

      Además de su amor por los animales y su compromiso para defenderlos, los chavales también comparten el significado más sagrado de la equitación, que no es otro que respetar al caballo, quererlo, cuidarlo y aceptar la enorme responsabilidad que representa el hecho de que dependa de nosotros para su bienestar.

      La violencia y el maltrato jamás están justificados. jamás. Esta idea, arraigada en cada uno de ellos como una parte inseparable de su corazón, los llevó en su día a formar una sociedad secreta, un exclusivo grupo dispuesto a luchar contra la crueldad y los malos tratos, y a la que bautizaron como el Círculo Dorado.

      Los «socios fundadores» fueron Diego y Borja, su mejor amigo.

      La idea surgió tras ver juntos un programa de televisión en el que entrevistaban a un famoso activista internacional que había dedicado gran parte de su vida a defender el bienestar y los derechos de los animales. De las muchas cosas que dijo aquel hombre hubo una que los impactó especialmente: «Decir frases como ‘no hay derecho’, ‘qué pena’ o ‘que alguien haga algo’, no vale de nada. TÚ eres alguien. ¡¡ACTÚA!!» Cuando escucharon aquellas palabras, los dos amigos conectaron al unísono con una de esas miradas en las que sobran las palabras: ambos habían pillado el mensaje a la perfección.

      Y es que, ¡qué razón tenía aquel hombre! La mayoría de la gente camina por la vida pendiente de sus asuntos, tratando de evitar meterse en líos o problemas, aunque esto conlleve pasar por alto la injusticia o el sufrimiento ajeno.

      Los cambios en el mundo (tan difíciles de conseguir) deben empezar con una educación que priorice la solidaridad, la empatía, la compasión y todos los valores de un corazón puro que nos hagan conscientes de las necesidades y el sufrimiento ajeno; adoptar una filosofía de vida que


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