El Círculo Dorado. Fernando S. Osório

El Círculo Dorado - Fernando S. Osório


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por algún que otro de esos cobardes que utilizan la violencia con sus caballos, tanto en el entrenamiento diario como por no lograr los resultados esperados en un concurso o por cualquier otra razón siempre injustificable. ¡Cuántas veces habían llegado incluso a marcharse a casa llorando tras ser testigos de alguno de estos lamentables actos ante los cuales, por desgracia, no habían podido hacer nada! Después de todo, aún eran tan solo unos críos y eran conscientes de que la gente habría pasado de ellos y de sus justificadas protestas. Así y todo no habían olvidado: todas y cada una de aquellas escenas los habían marcado para siempre.

      Aquella tarde ya lejana, Borja y Diego apagaron la tele, se dieron la mano y sellaron de esa manera un acuerdo que mantendrían de por vida: ¡jamás volver a mirar para otro lado!

      Diego le había estado dando vueltas y más vueltas en su cabeza a todo el asunto y, al día siguiente, en cuanto vio a su amigo le propuso la idea de crear un grupo secreto que luchase contra todas las injusticias que sucediesen a su alrededor. A los dos les encantaban la acción, las aventuras y los cómics de superhéroes, por lo que la imaginación de ambos no tardó en dispararse.

      –Como los X-Men pero en Fuentevieja –había concluido Diego tras exponer la idea a su compinche.

      –De momento sin nave, supongo –había respondido su amigo, que siempre estaba de broma.

      –Todo llegará, Borja… todo llegará –contestó Diego, tras lo cual los dos chavales se echaron a reír, que era la manera en la que casi siempre acababan sus conversaciones.

      Lo primero que necesitaban era un nombre, una tarea que, si bien parecía fácil, les llevó más tiempo de lo esperado, hasta que un buen día la inspiración hizo por fin acto de presencia.

      –Oye, ¿escuchaste lo que explicaron hoy en clase de mates? –le dijo Borja a su amigo a la salida del cole.

      –Mmmm, supongo –contestó Diego–, lo que me parece raro es que lo hayas escuchado tú.

      –¡Jajajá! –rió Borja de buena gana ya que las matemáticas no eran lo suyo y a menudo se pasaba la clase en las nubes o haciendo dibujos de prototipos de coches, que eran su otra gran pasión.

      –¿A qué te refieres exactamente? –preguntó Diego.

      –Pues a eso de que el círculo es una figura de gran perfección y belleza. Según dijo el profe, todos sus radios son iguales y están a la misma distancia del centro.

      –Bien... –contestó Diego un poco confundido sin saber a dónde quería llegar su amigo–, muy bonito, pero eso tiene que ver con nuestro grupo exactamente ¿en qué?

      –Pues en que cuando lo hayamos formado (ya que como es lógico no vamos a ser tú y yo solos), la figura de un círculo puede ser un buen emblema. Representaría la idea de que todos los miembros seremos iguales. Sin jefes, directores, enchufes o privilegios.

      Diego se quedó parado en el sitio y miró fijamente a su amigo con verdadera admiración.

      –A veces me alucinas, Borja. ¿Eso se te ha ocurrido a ti solo?

      –Pues claro –respondió su colega ofendido– ¿qué crees, que solo pienso en chorradas?

      –Hombre, el 99% de las veces… –Borja cortó la intervención de Diego con una colleja amistosa ocultando la risa a duras penas.

      –Entonces qué, ¿te gusta?

      –Claro que me gusta, Borja. Es una idea muy buena. Pero hay que añadir algo más.

      –Mmmm, tienes razón –contestó el muchacho frunciendo el ceño pensativo–, el Círculo a secas queda un poco soso.

      –No te preocupes, es un buen comienzo. Ya se nos ocurrirá algo.

      Y así fue. Aquella misma noche, Diego, que no podía dormir dándole vueltas al asunto, dio con la parte que faltaba para completar el nombre.

      Sin saber cómo, al chaval se le vinieron a la cabeza las historias con las que desde muy pequeño su padre había alimentado su imaginación; relatos sobre caballeros andantes, espadas mágicas, torneos y muchas otras cosas que le mantenían en vilo hasta que el sueño lo vencía. Diego recordaba que su padre le había contado que a los caballeros más valientes, tras realizar alguna hazaña especialmente heroica, el rey les otorgaba como premio unas espuelas de oro, todo un honor que muy pocos conseguían. El oro representaba el valor, la pureza y la distinción de aquellos que habían logrado algo en lo que el resto fracasa o ni siquiera intenta.

      Los ojos de Diego se iluminaron y no pudo reprimir un pequeño grito de alegría. Tenía el nombre perfecto para poner su proyecto en marcha.

      «¡Sí señor!», exclamó satisfecho, incorporándose en la cama y propinándole un golpe de alegría al colchón de su cama. La hermandad de jinetes y defensores del caballo había nacido, y aunque quedase mucho por hacer, al menos ya tenía un nombre con el que pasar a la Historia: el Círculo Dorado.

      A Borja le encantó la idea, por lo que tras ser aprobada la propuesta, los futuros caballeros-superhéroes se enfrentaron a la siguiente (y tal vez más importante) parte del plan: seleccionar un pequeño y selecto grupo, que no solo compartiese sus ideales, sino que estuviese también dispuesto a embarcarse en las fantásticas aventuras con las que ambos ya soñaban.

      Llegados a este punto los dos amigos tuvieron una inesperada discrepancia que necesitaban solucionar de inmediato para poder arrancar: ¿sería un grupo mixto o estaría formado solo por chicos? Diego y Borja tenían ideas diferentes al respecto.

      A Diego no le importaba que alguna chica entrase en su hermandad de Caballería pero Borja se mostraba un tanto reticente ante la idea de incorporar personal femenino.

      –Solo nos traerán problemas, Diego –argumentaba el muchacho con cabezonería.

      –¿Y eso?

      –Pues, para empezar, no tienen nuestra fuerza física ni nuestra resistencia, y además no hay quien las entienda.

      –Hombre, Borja, eso suena un poco machista ¿no crees?

      –¿Ah, sí?, ¿oíste hablar alguna vez de alguna «caballera andante»? ¿eh?, ¿eh? –Borja se acaloraba enseguida en las discusiones, aunque por supuesto la sangre nunca llegaba al río y mucho menos con su mejor amigo.

      –Pues no, no oí hablar de ninguna, pero aquellos, afortunadamente, eran tiempos muy lejanos y diferentes a los nuestros. Además, esto va a ser también un grupo de superhéroes ¿no?

      –¡Por supuesto! –concedió su amigo rotundamente.

      –Pues te recuerdo que en los X-men, en los Vengadores o en los Cuatro Fantásticos hay mujeres, por no hablar de Wonder Woman, Supergirl, etc.

      –Mmmm –gruñó Borja, a quien no le gustaba mucho dar su brazo a torcer–, está bien, sé que las mujeres pueden hacer las cosas igual de bien que nosotros y que en los cómics existen un montón de excelentes superheroínas. Vale. No me había dado cuenta y tienes razón. Pero por los menos reconoce que no hay quien las entienda –y en ese punto Diego guardó un prudente silencio pues ahí sí que estaba de acuerdo con su amigo.

      Afortunadamente y por cosas del destino, que a veces depara sorpresas muy gratas, una nueva alumna de Los Alazanes llamada Sandra entró en sus vidas y los dos chavales se dieron cuenta enseguida de lo absurdo que había sido todo aquel debate. Sandra les demostró con creces que las chicas podían hacer las mismas cosas que los hombres y que, además, sin ellas posiblemente todos sus planes resultarían muy aburridos.

      Sandra era diferente a todas las niñas que habían conocido hasta el momento: era simpática, sabía mucho sobre caballos y además montaba muy bien. Y no es que el resto de las que conocían no tuviesen también alguna (o todas) de estas cualidades, pero ella era especial.

      Todo esto, unido a su valor y ganas de emprender cualquier tipo de aventura, acabaron convirtiéndola en el primer miembro femenino del Círculo Dorado. Tras ella llegarían Mercedes y Elisa, a las que conoceréis dentro de


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