El Círculo Dorado. Fernando S. Osório

El Círculo Dorado - Fernando S. Osório


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fama de «pasota» entre sus compañeros de Los Alazanes ya que carece del afán de sus amigos a la hora de despuntar en el terreno deportivo. Pero ese pasotismo es tan solo una actitud mal interpretada ya que, por encima de las competiciones y las medallas, que realmente le traen sin cuidado, el chaval disfruta como el que más con el simple trato diario con un animal bello e inteligente al que no cambiaría por nada del mundo.

      Borja es alto y corpulento por lo que, a primera vista y ante los desconocidos, parece que es mayor que sus compañeros (lo que a sus trece años y aunque no quiera reconocerlo, es todo un cumplido).

      A continuación vienen Sandra y Mercedes. ¿Y qué deciros de ellas? Pues que son dos fanáticas del mundo del caballo y amigas desde que tienen uso de razón. Su unión y su complicidad son tales que en muchas ocasiones, repitiendo una broma que les encanta a ambas, se presentan como hermanas.

      Las dos chicas comenzaron su andadura ecuestre al mismo tiempo cuando, tras haber pasado juntas unas vacaciones en las que tuvieron la ocasión de hacer una pequeña ruta a caballo, decidieron aprender a montar. Y así, ni cortas ni perezosas (pues lo que dicen suelen cumplirlo), una vez de vuelta en Madrid se pusieron como locas a buscar un lugar en el que poder practicar la equitación.

      Sus primeros pasos los dieron en un picadero de la sierra madrileña en el que aprendieron las nociones básicas, pero después de un par de meses decidieron buscar otro sitio ya que en aquel lugar las clases no eran de mucha calidad y no llenaban ni de lejos sus expectativas de convertirse en buenas amazonas.

      Además del poco nivel y de lo regular de las instalaciones aquel picadero quedaba demasiado alejado por lo que era todo un fastidio para sus padres tener que llevarlas hasta allí cada fin de semana.

      La apertura de Los Alazanes en Fuentevieja supuso para ambas una gran alegría; la excelente situación del lugar hacía que los sábados y los domingos las niñas pudiesen acudir a montar por sus propios medios, todo un alivio para los padres que de vez en cuando necesitaban tomarse un descanso del trabajo de ser improvisados chóferes.

      Con el paso del tiempo y tras el camino común de la iniciación ecuestre las dos amigas acabaron eligiendo diferentes disciplinas hípicas.

      Sandra había tenido claro casi desde un primer momento que lo suyo, lo que más se acoplaba a su carácter aventurero y activo, era el Salto de Obstáculos. Mercedes, y posiblemente siguiendo la influencia de los años de ballet que había cursado, buscaba la combinación de deporte y belleza estética, por lo que se entregó sin pensárselo dos veces a la Doma Clásica, única disciplina capaz de ofrecerle ambas posibilidades en su máximo esplendor.

      Mercedes (o Mer, como la llama todo el mundo) es la mayor del grupo, tiene catorce años, es morena y con un pelo muy largo que le llega hasta la cintura. Tiene un gran sentido del humor y muchas veces es difícil para sus compañeros saber si habla en serio o en broma. La joven se ha tomado muy en serio lo de ser la mayor de la pandilla (como ella misma dice: «no le queda nada para cumplir los quince») y a menudo ejerce de madre improvisada ayudando a sus amigos, que siempre acuden a ella en busca de consejo.

      Sandra es unos meses más pequeña, tiene el pelo castaño (casi siempre recogido en una cola de caballo) y es una de las más aventureras del grupo. No hay misión, por muy arriesgada que sea, que le dé miedo o reparo, por lo que a la hora de apuntarse a la acción ella es siempre la primera.

      A continuación viene Elisa, una pelirroja de ojos verdes y un genio de mil demonios, rasgo que Borja explota hasta la saciedad haciéndola rabiar constantemente y manteniendo con ella una relación de perros y gatos con la que todos se ríen un montón.

      A sus trece años tiene muy claro que de mayor su profesión será la de veterinaria, objetivo que, con su carácter y determinación, nadie duda que el día de mañana logrará llevar a cabo con el mayor de los éxitos.

      Elisa practica también el Salto de Obstáculos pero a menudo lo combina con la modalidad de Doma en la que también concursa habitualmente. La chica se toma muy en serio todo lo que hace y por ello le encanta aprender de todo un poco ya que tiene muy clara que esa es siempre la mejor manera de llegar a una buena meta.

      Y por último viene Juan, Juan Ramón o J.R. (que como ya sabéis es como quiere que le llamen). Juan tiene trece años recién cumplidos y es el más pequeño del grupo, circunstancia que, aunque no le hace mucha gracia, lleva con la paciencia y el buen humor que lo caracterizan.

      Juan tiene el pelo castaño, los ojos grandes de un llamativo color azul y un montón de pecas herencia de su familia paterna.

      Al chaval le trae sin cuidado su ligero sobrepeso ya que, según él, estar en forma no compensa el perderse las cosas buenas de la vida. Su carácter noble y bonachón (si alguien necesita un favor ahí está siempre J.R. para sacarlo del apuro) le ganaron los corazones de todos desde el primer día por lo que no hubo ni la más ligera duda a la hora de decidir su incorporación al Círculo Dorado.

      Su único inconveniente, según sus padres, es que le gusta mucho la tele y poco los estudios, lo que explica que muchas veces esté castigado y no pueda asistir a las reuniones en la Cueva de la Calavera.

      A Juan le encantan todos los animales y poco a poco ha ido convirtiendo su casa es un pequeño zoo que cuenta con dos tortugas, una enorme pecera llena de cofres, barcos hundidos y todo tipo de artilugios imaginables, una preciosa y cariñosa gata a la que adora y Mozart, un simpático periquito con el que el chaval se lo pasa en grande y al que ha logrado enseñarle algún que otro truco con el que presumir ante las visitas.

      En fin, amigos lectores, estos son a grandes rasgos los miembros del Círculo Dorado, una pandilla que muy pronto conoceréis mucho más a fondo y de la que a partir de este momento también formaréis parte, compartiendo con ellos travesuras, risas y un auténtico montón de líos y aventuras que los acompañan siempre donde quiera que vayan.

      II. La Torre del Cuervo

      –¡Vaya caña que me dieron hoy en clase! –comentó Borja recostándose sobre Albán, su querido y veterano caballo–. Esto no puede ser bueno. Creo que me equivoqué de deporte.

      –Por supuesto –le replicó Elisa, siempre dispuesta a caldear un poco el ambiente en aquella relación de amor-odio que constantemente mantenía con su amigo–. Lo tuyo era el ajedrez: cómodamente sentado y teniendo solo que mover una mano.

      El resto de la pandilla recibió con una carcajada la ocurrencia.

      –Además –prosiguió Elisa envalentonada–, estoy segura de que en ese famoso método que quieres patentar explicas la manera de ser un gran jinete entrenando un día y descansando seis.

      Y es que Borja (siempre según sus palabras, ya que nadie lo había visto jamás) llevaba años redactando un «manual del perfecto jinete» (o del perfecto vago como a menudo se burlaban sus amigos) en el que, según su autor, se veía la hípica desde un punto de vista «diferente».

      Cualquier ataque a su libro era tomado por el chaval como algo personal.

      –¡Eh! –replicó Borja reincorporándose de inmediato haciendo que Albán diese un respingo–. A mi método ni lo menciones. Algún día me decidiré a publicarlo y seré millonario.

      –Ya, y si tantos millones te va a dar tu maravilloso libro, ¿por qué no lo publicas ahora?

      –¿Ahora?... ¡Imposible!, el mundo no está aún preparado para mis teorías –contestó Borja volviendo a recostarse sobre su caballo–. Lo siento mucho pero tendréis que esperar un poco más.

      –Mejor –concluyó su contrincante–, no vaya a ser que muramos de un ataque de risa.

      –Oye una cosa, niña –replicó Borja levantándose por segunda vez de su posición–. En primer lugar, tengo serias dudas sobre si las mujeres estáis capacitadas para entender mi método. Tú mucho menos, por supuesto –los chistes machistas eran siempre un arma infalible, pues Elisa los aborrecía y Borja sabía sacar partida de ello a la perfección. Ni que decir tiene que el chico no pensaba realmente de aquella manera y, al igual que el resto de sus


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