El Niño Predicador. Alejandro Arias
en equipos, también era claro que los ángeles tenían cada uno su propio ministerio en particular. Algunos dirigían la música, mientras que otros danzaban, agitando banderas de colores y pancartas. Me quedé asombrado al ver que los ángeles adoran a Dios en formas similares a nosotros, utilizando muchos de los mismos instrumentos y símbolos.
Lo más notable acerca de los ángeles era la genuina delicia que experimentaban. Ninguno adoraba a medias. Nadie simplemente cumplía. Ellos irradiaban gozo puro mientras honraban y daban gloria al Dios Altísimo, al Creador y Rey del Universo. Mientras los observaba, me sentí completamente abrumado por mi deseo de unirme a ellos; al mejor coro que había escuchado en toda mi vida. Con toda la urgencia de un niño, me solté de la mano del ángel y comencé a correr hacia el frente del auditorio. Un ángel me detuvo y me preguntó cortésmente:
– "¿Su nombre, por favor?" –
Luego se dirigió a un gran libro abierto y empezó a hojear sus páginas. Con una amplia sonrisa, alzó la vista y señaló el camino adelante, diciendo:
– "Puede usted pasar." –
¡Cómo saltó de alegría mi corazón, cuando escuché esas palabras! A medida que subía cuidadosamente un tramo de escalones al frente, pude ver que tenían incrustadas piedras preciosas, zafiros y esmeraldas. En la parte superior de las gradas había una enorme plataforma recubierta de oro. Un río fluía desde el centro de la plataforma. El fondo de la plataforma era una ventana viviente; un panorama de verdes prados, ríos y un arco iris espectacular. Flotando sobre la plataforma había una nube resplandeciente, agitándose con relámpagos y vibrantes truenos. Aunque invisible para mí, yo sabía de alguna manera en mi espíritu, que en lo profundo de esa impenetrable nube estaba el trono mismo de Dios. Al pasar por la nube, otro trono apareció a la vista – uno a la mano derecha del trono principal, lleno de luz y lleno de majestad.
Sentado en el trono estaba la persona más hermosa que yo había visto en mi vida, uno a quien reconocí al instante: El Cordero de Dios, El Gran Triunfante. Sentí la Gloria de Dios abrazándome, envolviéndome. Lo siguiente que supe fue que estaba sentado en Su regazo ¡el regazo de Jesucristo! Vi las marcas en sus manos y pies. Extasiado con tanto amor, ¡sólo quería envolver mis brazos alrededor de él y no soltarlo nunca!
El tiempo dejó de existir mientras yo estaba con Él. Estaba tan emocionado y contento que podría haber estado allí con Él por el resto de mi vida. Jesús levantó su mano y señaló al frente de nosotros y vi algo así como una gran pantalla abriéndose. Para ese momento, los ángeles habían dejado de tocar la música y todo había quedado en silencio. En la pantalla, me pude ver a mí mismo, pero me veía mucho mayor. Yo estaba de pie delante de una multitud de diversas nacionalidades, predicándoles con mucho fervor y valentía. Mientras yo viva, nunca olvidaré las palabras que Jesús me dijera, mientras observaba la visión delante de mí:
– "Este será tu ministerio en la tierra." –
Con esto la pantalla se apagó y se desvaneció. Cuando me volví para mirar a Jesús una vez más, oí una voz fuerte que me decía:
– "¡Es tiempo de irnos!" Era mi ángel guía, a la entrada del auditorio llamándome. ¡Oh, cómo quería abrazar a Jesús y no tener que irme! A pesar de que me aferré a él con fuerza, sin embargo, de repente me encontré a mí mismo de nuevo fuera de las murallas de la ciudad, caminando lado a lado con mi guía angelical.
El último salón al que fui llevado era como una gran biblioteca. Sus paredes estaban revestidas de roble y muebles de oro estaban esparcidos sobre alfombras de lujo. Había libros apilados en categorías de acuerdo a su color. Los ángeles estaban sentados detrás de grandes mesas rectangulares, parecían alumnos de escuela, mientras escribían y estampaban en los libros. En una ráfaga constante de actividad, ellos abrían los libros, los cerraban y los volvían a colocar en los estantes.
¡Lo curioso fue que durante todo el tiempo, ellos también miraban hacia abajo, al piso! Cuando miré, descubrí por qué. Debajo del piso había algo así como un río de cristal con imágenes flotando en él. El río parecía servir como una pantalla de alta tecnología en la que todo lo que sucedía en la Tierra ¡se grababa y se transmitía al cielo! ¡Fue impresionante ver a los ángeles "descargar" la nueva información y los datos de la pantalla y registrar en sus libros cada vez que un alma nueva venía a Jesús! Justo cuando estaba empezando a disfrutar de toda la escena, el ángel me tomó de la mano y de repente ¡estábamos descendiendo en dirección a la Tierra!
Abrí mis ojos y me pregunté cuántas horas habrían pasado. Curiosamente, una de las primeras cosas que recuerdo fue que mi estómago gruñía. La hora del almuerzo había pasado hacía rato, pero la experiencia que tuve se quedaría conmigo para siempre. Guardé la visión en mi corazón y no le hablé a nadie de ella, sino hasta muchos años después. Este libro es el relato del llamado que el Señor Jesús me hizo en esa visión, cómo llegó a cumplirse y lo que Él me ha enseñado a lo largo del camino...
Capítulo 2
Dios es Amor
El 10 de agosto de 1985, mis padres se casaron en la Iglesia Católica local de La Guácima, Costa Rica. Mi madre, Damaris Naranjo Arroyo, tenía tan sólo dieciocho años y mi padre casi treinta. En ese momento, él tenía una tienda de comestibles y le iba bastante bien. Mi padre había sido un pequeño empresario desde la edad de doce años, pero que no estaba teniendo el éxito que podría haber tenido debido a un problema: gran parte del dinero que ganaba, lo desperdiciaba en su vieja y querida amiga: la botella. Debido a su fuerte adicción al alcohol, papá no siempre llegaba a casa temprano. Se iba al bar y bebía hasta que estaba tan borracho que sus amigos tenían que traerlo a casa.
Mi madre solía contarnos una historia graciosa acerca de su luna de miel, que ejemplificaba el comportamiento de mi padre cuando él estaba bajo la influencia del alcohol. Mis padres se alojaron en una casa de campo que habían alquilado para la ocasión y se habían ido a un "Turno" – término costarricense para una fiesta – por la noche. No obstante durante el transcurso de la noche mi padre hizo enojar a mi madre y ella decidió dejar la fiesta antes de tiempo. Más tarde esa noche, cuando mi padre se tambaleaba en la oscuridad de regreso a la casa, oyó un débil ruido... un gruñido. Sin saberlo él, al haber tomado una ruta diferente, había alertado al perro guardián de la granja: un robusto pastor alemán. Cuando el perro comenzó a ladrar y a perseguirlo, mi padre no tuvo más remedio que huir para salvar su vida. Cuando por fin llegó a la casa de campo, descubrió que la puerta estaba cerrada por completo y asegurada con el pasador. En su desesperación, sacó algunas de las celosías de vidrio de la ventana, subió y se las arregló para conseguir que la mitad de su cuerpo quedara dentro de la casa. Con el pastor alemán queriendo atraparlo, se inclinó sobre la mesa del otro lado de la ventana y se quedó dormido en un estado de agotamiento y ebriedad.
Aunque ese incidente en particular fue gracioso, significó el inicio de un matrimonio tumultuoso y a menudo doloroso, especialmente para mi mamá. A partir de ese día ella comenzó a llevar la cruz de estar casada con un alcohólico, con pocos signos o esperanza de cambio. El 16 de mayo de 1986, mi hermana Karina María nacía en el Hospital México en San José, aproximadamente a las 8:16 de la mañana. Un rayo de esperanza y un paquete de alegría, porque era su primer bebé.
El 1 de noviembre de 1987, mi madre estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo. La mayoría de nuestros parientes pensaron que iba a ser una niña, pero mi mamá tenía una profunda convicción de que iba a ser un niño. Mi hermana tenía poco menos de dos años de edad, cuando yo vine a este mundo. Algunos de mis tíos y tías sugirieron nombrarme "Armando". Pero a mi mamá no le gustaba ese nombre. En cambio, me puso el nombre "José Alejandro". José, en honor a mi padre y mi abuelo, quienes llevan el mismo nombre de pila. En Costa Rica es tradicional que un niño lleve el primer nombre de sus antecesores, a fin de honrar el nombre de la familia. Es una vieja tradición, aunque no es seguida en todos los casos.
Mamá