El Niño Predicador. Alejandro Arias
canales, para encontrar su estación. Ella recuerda que – de repente – sintió como si alguien hubiera detenido su mano en el dial. Una difusión cristiana se filtraba a través de los altavoces y las tres palabras más bellas que había escuchado jamás, llenaron nuestra sala: "Dios es amor."
"Pero: ¿quién me ama – pensó – si mi padre me abandonó cuando era pequeña y mi marido se está divorciando de mí?" Inmediatamente, el Espíritu Santo comenzó a trabajar en su corazón, rebelándole la profundidad del amor incondicional de Dios hacia ella. De rodillas en la sala de estar y mientras corrían las lágrimas por su rostro, mi madre le entregó su vida a Cristo. Nunca la había visto llorar como lo hizo ese día y eso dejó una impresión en mí. Se levantó, anotó la dirección de la iglesia que transmitía el mensaje, se alistó y se fue a San José, para asistir a uno de sus servicios.
Hoy en día, mi mamá habla de esta experiencia con gran regocijo. Fue verdaderamente sobrenatural y gloriosa. Vi el cambio en ella y quedé impactado. Estaba muy agradecido por todo lo que Dios estaba haciendo en mi familia. No obstante, supe que algo había cambiado profundamente, en el momento en que mi madre se comprometió a orar por mi padre. Poco a poco, la paz comenzó a reinar en nuestro hogar. Sus discusiones fueron cesando y nuestra vida cambió por completo.
Alrededor de ese tiempo, nos mudamos a La Pradera, una ciudad a unos 10 minutos de La Guácima. Mi madre comenzó a asistir a la Iglesia de Dios de la ciudad. Yo tenía siete años cuando ella me invitó, por primera vez, a ir con ella; a pesar de yo no había tomado la decisión de aceptar a Cristo todavía. Dio la casualidad de que diez días después de la conversión de mi madre, se anunció en el servicio del domingo, que una campaña evangelística al aire libre tendría lugar en nuestro barrio y que tendrían un predicador invitado. ¡Yo estaba muy emocionado y comencé a contar los días! Cuando llegó la hora, la reunión se celebró en uno de los patios de nuestros vecinos. Cerca de doscientas personas abarrotaron el lugar y el ambiente era realmente hermoso. La presencia de Dios llenó el patio y esa noche fue inolvidable para mí. Muchas personas se entregaron a Cristo y hubo milagros asombrosos. La segunda noche había ya resuelto hacer algo y lo planeé todo cuidadosamente de antemano. Sabiendo que muchas personas correrían hacia el frente, después del llamado al altar, me aseguré de sentarme más cerca de la plataforma. Cuando ese momento llegó y el predicador hizo la invitación a aceptar a Cristo, literalmente salté de mi asiento y corrí hacia el frente, decidido a ser el primero en llegar.
El pastor parecía extasiado al contemplar las decenas de personas que habían corrido a los pies de Cristo. Él continuó invitando a la gente a pasar al frente y comenzó a orar por nosotros. Allí, en la presencia de Dios, sentí como si una corriente eléctrica atravesara mi cuerpo. Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Después de esperar tanto tiempo para conocerlo y ver Su gloria, mi corazón latía de gozo y emoción. El servicio finalizó demasiado pronto para mi gusto y me hubiera querido que la campaña no hubiera tenido que terminar. A la mañana siguiente cuando me levanté, lo primero que le dije a mi madre fue: "Yo no quiero ser un sacerdote, quiero ser un pastor." Con una sonrisa, ella me respondió: "Sí, lo serás." Lo que ella no sabía era que Dios ya me había estado preparando para un llamado ministerial.
1999, predicando en el parque en Alajuela.
A los cinco años en el altas de la iglesia católica en La Pradera
De izquierda a derecha; Alejandro, su prima Karen, sus hermanos Karina y Fernando
Capítulo 3
Escuchando su Voz
Miré el reloj y marcaba las 7:30 de la mañana. Para esa hora mis padres ya estarían atendiendo su negocio. Era fin de semana y decidí ayudar a mi padre en la tienda. Más tarde, sin embargo, me empecé a sentir mal y cansado, así que le pedí a mi padre las llaves de la casa y regresé a mi hogar a descansar. Al entrar, fui envuelto por la refrescante temperatura de la sala de estar. Encendí la televisión, me senté y estaba empezando a sentirme cómodo cuando – de repente – oí una voz que me llamaba. Me preguntaba quién podría ser, ya que yo me había despedido de mis padres en la tienda y estaba seguro de que estaba solo en la casa. Apretando las llaves con fuerza, miré en dirección a la habitación de mi madre, de donde la voz parecía proceder. En ese instante, vi algo que me puso los pelos de punta: una luz blanca pura, brillando fuera del umbral de la puerta.
Me quedé mirándola fijamente, paralizado por la visión sobrenatural. Sentí que todo el miedo se desvanecía y un sentido de reverencia y asombro me rodeaba. La misma voz audible me llamó por segunda vez y una intensa sensación tangible de paz fluyó a través de mis brazos, piernas y de todo el cuerpo. Estaba atónito. Sin embargo, cuando me llamaron por tercera vez, ya no pude soportarlo. Salí corriendo de la casa y fui a buscar a mis padres.
La pregunta siempre permanecerá en mi mente: ¿qué habría sucedido si yo hubiera reconocido la voz y me hubiera quedado? Años más tarde entendería que había experimentado la Presencia manifiesta de Dios y que había escuchado la voz de Jesús por primera vez. Él me estaba llamando a Su servicio.
Yo disfrutaba de la escuela y me gustaba el hecho de que estuviera a tan sólo cinco minutos de nuestra casa a pie. Mis clases favoritas eran Estudios Sociales y Geografía. En realidad cualquier materia que tuviera que ver con el planeta Tierra, su historia y su cultura. La Directora de la Escuela Primaria La Pradera era Lucyna Zawalisnki, de origen polaco, quien había venido a trabajar por un intercambio laboral a nuestro país. Ella era una mujer estricta, pero también muy agradable. Durante el recreo yo solía visitarla en su oficina, para hacerle preguntas acerca de su país. A veces, cuando salíamos de clase, me quedaba último para poder caminar con ella a la parada del autobús. Me encantaba habla con ella, fascinado con las historias que ella me contaba.
Un día le pedí a mi padre que me regalara un mapa del mundo, para poder colocarlo en mi habitación. Él me compró uno grande. Yo lo extendía en el piso, imponía mis manos sobre los distintos países y oraba para que el avivamiento se desatara en esos lugares. Yo oraba con pasión por las almas perdidas y le pedía al Señor Jesús las naciones. Sin embargo, lo que no sabía en ese momento, era que un día Dios me daría el privilegio de predicar el Evangelio por todo el mundo...
Mis padres eran propietarios de una tienda de comestibles y de un bar. Ambos negocios estaban siendo exitosos. Mi hermano Francisco y yo estábamos a cargo de colocar los suministros en los estantes y mantener los pasillos limpios y ordenados. Nos divertíamos mucho y nos encantaba ayudar a nuestro padre después de la escuela. De vez en cuando yo estaba a cargo del inventario y cuando necesitábamos comprar más mercancía, yo acompañaba a mi papá en sus viajes de negocios. Sin embargo – en la noche – la tienda no era un lugar agradable para estar, ya que funcionaba como un bar. El ambiente no era exactamente amigable, así que yo detestaba ir allí. Fue en el bar, sin embargo, que sentí por primera vez la necesidad de los hombres, la de una mayor esperanza y creo que fue allí, donde mi ministerio evangelístico realmente comenzó.
A medida que mi pasión por predicar el evangelio de Jesucristo aumentaba, mis visitas al bar a repartir tratados se hicieron más frecuentes. Me sentí inspirado a escribir mensajes cristianos en servilletas y pasarlas a los clientes. A pesar de que a mi papá no le gustaban mis estrategias evangelísticas y continuamente me reprendía diciéndome que terminara todas esas actividades. Un día, estaba tan molesto que me regañó delante de los clientes y dijo que no quería volver a verme en el bar repartiendo tratados. Puedo decir honestamente que no le presté mucha atención. De una u otra manera, nunca dejaba pasar la oportunidad de testificarle a las personas, incluso de predicarle a mi padre