Ensayo de ética para psicólogos. Antonio Sánchez Antillón
sentencia, lo da el deseo de una mejor vida.
Xavier Zubiri (2002) delimita la historia del pensamiento occidental en tres momentos: el griego, el cristiano y el moderno. A esta delimitación la llama horizonte, entendiéndose como los modos paradigmáticos o epistemes que el humano ha tenido para pensarse en su experiencia bajo una situación contextual y una dinámica particular en el devenir de la historia. Dentro de estos horizontes puede haber varios contenidos, los cuales van cambiando rápidamente dados los contextos y la realidad dinámica (Zubiri, 1987). Por ejemplo, podemos considerar que en el cristianismo los contenidos de las primeras comunidades perseguidas no son los mismos que los de la alta Edad Media o los de los cristianos modernos, en tanto que las creencias expresan las encrucijadas propias de las distintas épocas.
Zubiri (1987, 2002) sostiene que pueden pensarse los contenidos propios del horizonte griego al menos en tres momentos, a saber: primero, el tiempo de los dioses, cuya cosmovisión se muestra en los poemas homéricos, los escritos de Hesíodo y las tragedias; segundo, el de los fisiólogos, donde hay una interrelación entre un pensamiento filosófico y una lectura de la naturaleza desde los mismos, por lo que los cuatro elementos (fuego, viento, agua y tierra) son referencias explicativas de procesos de las cosas físicas y del funcionamiento del cuerpo humano, como lo es con Hipócrates; y tercero, el momento del contenido de filósofos como Platón y Aristóteles, quienes abordan el campo de la naturaleza bajo conjeturas explicativas, abstractas en el primero y de argumentos con referencias empíricas en el segundo. Estos dos últimos autores problematizarán de manera relevante los hábitos llamados morales y los ejercicios que se tienen que realizar con miras a alcanzar la virtud y el bien. Por ello es que en los dos primeros capítulos se toma a estos autores como referencia del pensamiento griego.
Dado que la apuesta de este trabajo es dimensionar el papel de la moral en la constitución de la cultura, desarrollaremos en este primer capítulo una narrativa sobre los orígenes de la ética en Occidente. Para ello nos ayudaremos del mito de Prometeo, que habla de las pautas morales como constitutivas y constituyentes de la cultura. El mito de Prometeo, en el Protágoras de Platón, es una versión distinta a la expresada por Esquilo. Este mito se establece en un encuentro entre un Protágoras, viejo representante del discurso sofista, y un Sócrates joven, quien en su encuentro interroga al primero: “¿Se puede enseñar la virtud?”. Protágoras, entre sus respuestas, cuenta el siguiente mito: en un tiempo primero, cuando solo había dioses y no raza de mortales, estos últimos fueron forjados de tierra y fuego. Cuando los iban a sacar a la luz, encomendaron a Epimeteo y Prometeo entregar capacidades a cada uno de los seres vivientes. Epimeteo pide hacer la repartición y propone a Prometeo verificarla. Epimeteo reparte las distintas capacidades a los diversos animales hasta gastarlas, sin advertir que no había guardado ninguna para la especie humana. Cuando Prometeo se entera, ve al hombre desnudo, descalzo, sin cobertura ni armas. Apurado por la carencia de estos y tratando de encontrar alguna protección para ellos, roba a Hefestos y Atenea el fuego y la sabiduría, respectivamente. Ambas capacidades eran importantes en tanto que sin la primera, no sería útil la segunda. Con estos dones tenían los humanos un saber para sobrevivir, pero no tenían el saber político porque, dada la premura del tiempo, Prometeo no pudo acceder a la acrópolis para robar a Zeus este saber que le era propio. Con las virtudes otorgadas, el hombre pudo tener dominio de ciertas cualidades divinas, construir altares y esculturas para adorarlos. Posteriormente, articuló la voz y los nombres e inventó todo tipo de artificios humanos como el vestido, el calzado, etcétera.
Inicialmente los humanos, en dispersión, eran devorados por las fieras pues no tenían el conocimiento del arte bélico propio del saber político. Esto llevó a la especie humana a tratar de vivir en ciudades, mismas que eran destruidas por ellos al atacarse unos a otros ya que no tenían la ciencia política, de modo que los humanos se dispersaban y perecían. Viendo esta situación, Zeus temió que sucumbiera la raza y envió a Hermes para que entregara a los humanos el sentido moral (aidós), que implica el pudor, el respeto y la vergüenza ante sí mismo y los demás, y la justicia (dike). Ante el mandato de Zeus, Hermes lo cuestiona acerca del modo de entregar estos saberes. A lo que Zeus contesta que deberán entregarse a todos pues no habrá ciudades si solo fuesen para algunos, como es el caso de otras capacidades como el arte (techné) de la medicina. Finalmente, Zeus decreta la ley: “que el incapaz de participar del honor y la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad” (Platón, 1981, p.527).
El relato permite pensar que la constitución subjetiva de la cultura humana no es sin esfuerzo y sin una necesaria “desnaturalización” para ser.
El mito platónico articula tres términos: el sentido moral, la justicia y el saber de lo político, como condiciones no solo de existencia sino de pervivir en ella y sobre las otras creaturas de la naturaleza, además de controlar —mediante el sentido social— la agresión entre los humanos. Estas cualidades no entran en función si no es por la palabra de un dador del orden (Zeus, que equivale a la función de ley) y de un decreto que pondera el valor de las mismas, así como la consecuencia debida a su incumplimiento.
Por otra parte, la versión del Prometeo en Esquilo es pensada como la puesta en escena de la emancipación del hombre respecto del poder de los dioses. Claro, donde ese saber hacer del fuego y la técnica (nouse y techné) son inicialmente dados por los dioses, por lo que el hombre se vuelve un destinador que emula. En el Protágoras de Platón, el mito de Prometeo es central y se puede considerar que también es un anuncio de la emancipación del humano respecto del “tiempo de los dioses”. A diferencia del Prometeo de Esquilo, centrado en la independencia de los dioses gracias al desarrollo de la técnica que posibilita los oficios y las artes, la versión de Platón se centra en la donación de los atributos morales requeridos para sostener la vida de los humanos y de la ciudad (polis). Otras problemáticas se presentan en el Protágoras (Platón, 1981), las cuales se van abordando de distinta manera en otros diálogos atribuidos a Platón (por ejemplo, El sofista o El Alcibíades), pero sobre todo, desarrolladas en la propuesta ética de Aristóteles en la Ética a Nicómaco (1999a).
Problematizando, se pueden destacar de este diálogo las siguientes preguntas: ¿la virtud es un don dado por los dioses? o, como los oficios y las artes, ¿es algo que se puede cultivar? ¿es posible que la virtud tenga que ver más con un quehacer o ascesis del individuo que con lo fortuito o determinantes de la fortuna, el azar o la locura, provocados por lo divino, sea Eros o las Furias?
Como ya hemos dicho en otro lado, El Alcibíades de Platón hace una delimitación de ciertas tareas que deben ser fomentadas por el hombre, estas son: la capacidad de autogobernarse (enkrateia) y de cuidar de sí mismo (epimelasthei sauton, “hacerse cargo”), las cuales están sostenidas sobre una piedra de toque inicial, expresada en el aforismo: “Conócete a ti mismo” (Sánchez Antillón, 2016).
La dialéctica socrática en el Alcibíades oscila alrededor de tres ejes: conocimiento de sí, autogobernarse y el cuidado de sí. Claro, estos atributos podemos pensarlos como efecto de la literatura previa de poetas y trágicos. En el “tiempo de los dioses”, en la literatura de Homero, la estructura narrativa giraba alrededor del héroe, el cual tenía cierta consustanciación con los dioses, por lo que nacía con atributos especiales como el valor, la fuerza, la tenacidad, que sostenían la belleza de sus actos (Attali, 1982). La trama está construida alrededor de una proeza por realizar, en donde los conflictos entre los hombres y los dioses se entrecruzaban. Además del reto que tenían que enfrentar para demostrar su estirpe y virtud, la hibris (1) aparecía en un momento crucial de la trama, en el que el héroe se desbocaba en un acto excesivo predominando el acto pasional. Tal es el caso, por ejemplo, en los enfrentamientos de distintos actantes (2) en la guerra de Troya, de la cual el conflicto humano está entramado con el cosmogónico, el juego de los dioses. La obra transita por varias encrucijadas que podríamos llamar preguntas éticas: ¿es válido que Paris se apropie de la esposa de Menelao? ¿Héctor debe defender el honor de su hermano cobarde y deshonroso? Después de la muerte de Patroclo, ¿Aquiles no deberá vengar a su amado?
Apolo es el patrón de Troya y protector de Héctor quien representa la virtud de la templanza, la sensatez y el honor. Aquiles es protegido por Hefestos quien hizo su armadura. Afrodita está del lado de los troyanos pues Paris reconoce que es la más hermosa, por lo que Hera no perdona tal insulto y pide castigo