Ensayo de ética para psicólogos. Antonio Sánchez Antillón

Ensayo de ética para psicólogos - Antonio Sánchez Antillón


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      TABLA 1.2 ANÁLISIS DE UN PERSONAJE DE TU CÍRCULO FAMILIAR

      Piensa en un personaje de tu círculo familiar que marcó tu vida por su heroísmo y en los cuadros vacíos contesta las preguntas.

¿Quién es el personaje?
¿Qué tipo de virtud admiras de ese personaje?
¿En qué acción y contexto ha mostrado la virtud?

      Después de llenados los recuadros con tus respuestas, en un segundo momento se puede compartir la información vertida en pequeños grupos de tres.

      El tiempo invertido para una y otra actividad se acuerda entre el maestro y los alumnos.

      1- Esta se puede entender como comportamiento desmesurado en los escritos trágicos, si bien derivó en entenderse también como insolencia o soberbia.

      2- Explican Julien Greimas y Joseph Courtés, en su diccionario: “Los actantes son los seres o las cosas que, por cualquier razón y de una manera u otra —incluso a título de simples figurantes y en modo más pasivo— participan en el proceso” (1982, p.23). Se refiere al proceso narrativo.

      Considero más valiente al que conquista sus deseos

      que al que conquista a sus enemigos,

      ya que la victoria más dura

       es la victoria sobre uno mismo.

      ARISTÓTELES

      Aristóteles es quien propiamente hace el primer tratado de ética. Esta se sostiene en la diferencia entre hábitos y carácter.

      Es seguro que para los estudiantes de psicología será novedoso ver que los filósofos griegos como Platón, Aristóteles o los estoicos, ya hacían una diferenciación de tres factores presentes en los actos humanos, y que hoy se enuncian como: lo cognitivo, lo afectivo y lo representacional. Precisemos cómo es esto.

      Uno de los supuestos aristotélicos es que hay cierta facultad o capacidad (dynamis) que hace posible que el individuo sea susceptible de afectos, por lo que se indigna, se entristece o se compadece; por ello la importancia de realizar, actualizar, esa potencia en la virtud mediante la prudencia. La falta de esta facultad deja al sujeto fuera del campo de la deliberación moral y lo coloca en la crueldad o barbarie, propia de los pueblos que se comen a los fetos (canibalismo ritual). La ausencia de esa capacidad también puede deberse a una enfermedad, advierte Aristóteles.

      Además, destaca que la función del placer es mover al hombre, mientras que el vicio y la virtud predisponen los actos que, a la larga, configuran los modos de ser. Las pasiones o afectos no están del lado de lo voluntario; la virtud sí. Por ello, alguien que no se ejercita en la virtud o los actos virtuosos estará más propenso a actuar desde la carencia o el exceso, debido al impulso concupiscible o irascible. El acto virtuoso aspira al bien y la perfección, es uno de los extremos —se trata de buscar el mayor bien—, mientras que al otro extremo, el vicio, determinado por la carencia o el exceso, está la pretensión de atemperar, ajustar hacia el término medio. El término medio no es una medida que está dada por los objetos sino que la determina el individuo; es decir, no se trata de una objetivación cuantificable, una medida estándar para todos, sino una determinación singular que se da vía el discernimiento (phronesis).

      Enunciemos algunas de las virtudes propuestas para después ilustrarlas y, posteriormente, reflexionar sobre la dimensión que tienen en la vida de los individuos. Para entrar en esta descripción es importante considerar otro presupuesto aristotélico: el hombre define sus actos en un continuum entre el placer y el dolor, donde el exceso corresponde al desenfreno, la carencia a la insensibilidad, y la virtud es la moderación.

      Dado este principio del continuum, la valentía no significa ausencia de miedo sino ir hacia adelante a pesar de él, sobreponerse y avanzar. La carencia de valentía en el individuo lo lleva a actos medrosos, mientras que el exceso de arrojo o audacia lo conduce a acciones temerarias; el que se excede por falta de temor es llevado a actos intransigentes. Para Aristóteles, esta “insensibilidad” no tiene nombre, es anomos, lo propio de un loco. Los ejemplos que da este filósofo pertenecen a los ideales y obedecen al contexto de la época; por ello, al definir la valentía refiere que esta, por excelencia, se demuestra en el arte de la guerra pues muchos podemos enfrentar el miedo a la finitud; el realmente virtuoso es aquel que sabe enfrentar la muerte con honor. Es indiscutible que la valentía se muestra de frente a ideales y contextos decisivos en donde la vida misma puede ser el costo y, si hay que decidir entre ella y la prudencia, la primera lleva mano (Aristóteles, 1999b).

      A continuación se ilustra, mediante ejemplos de la vida cotidiana, la oscilación entre la carencia y la desmedida, ponderando el punto medio.

      Piensen por un momento en un grupo de amigos que quieren demostrar su valor. El reto es conquistar a una mujer, el acto valiente es mostrar de a poco el interés y la seducción, hasta declarar el amor a pesar del miedo al rechazo. El acto medroso es evitar o encerrarse para no declarársele; el temerario hace una declaratoria fuera de contexto y con exageraciones que asustan a la amada, por lo que es rechazado.

      Ahora pensemos en uno de los personajes que han sido perseguidos y acribillados en los últimos sexenios en el país: el periodista. Supongamos que este personaje ha venido escribiendo sobre la complicidad entre un gobernador y bandas que se dedican a la trata de personas. La autoridad criticada envía amenazas de que será despedido de la estación de radio si continúa con sus denuncias e investigaciones. Si el periodista recula, le gana la cobardía; si sale a denunciar sin pruebas y no procura cautela, se expone temerariamente; pero si continúa con su investigación y antepone la franqueza con hechos a pesar de la amenaza, es un ejemplo de heroísmo, es decir, de valentía y franqueza.

      Como ven, en este segundo ejemplo sumamos dos virtudes: la valentía y la franqueza. Aristóteles asevera que quien es fiable de la palabra franca es veraz; quien exagera es un fanfarrón; y el que se empequeñece, un disimulador. Una virtud más que se puede discernir es el honor, cuyo término medio es la magnanimidad, el exceso es la vanidad, y el defecto, la pusilanimidad.

      Pensando en estas tres virtudes, se darán cuenta que entre la carencia y el exceso hay ciertas coordenadas que se entretejen como sumatorias. Es decir, un sujeto temerario usualmente acompaña su discurso de la fanfarronería y la vanidad, así como un sujeto valiente obra con franqueza y magnanimidad.


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