Ahora puede contarse. Teodoro Boot

Ahora puede contarse - Teodoro Boot


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      –¡Porota! ¡Mi palabra es un documento!

      Y sin dejar de llevarla por la cintura la hizo pasar al despacho del secretario general. Porota volvió a tener la sensación de que un dedo del profesor se deslizaba hacia el inicio del hueco entre sus nalgas, pero ya Jorge se había puesto de pie y avanzaba hacia el profesor extendiendo los brazos en señal de bienvenida.

      Jorge abrazó al profesor y luego adelantó su mejilla hacia Porota, quien le ofreció la suya haciendo la mímica de un beso. Mientras el secretario general la tomaba del hombro, Porota volvió a sentir los dedos del profesor incursionando más decididamente entre sus nalgas. Se volvió violentamente, decidida a darle vuelta la cara de un cachetazo.

      Hubo un destello de alarma en las pálidas pupilas del profesor Rosales al advertir el rostro crispado de Porota, que torcía en una mueca feroz sus labios pintados con el rabioso tono 28 en un gesto que, ni en sus más intensos papeles, la propia Marlene Dietrich hubiera conseguido remedar.

      –¿Sabía, Jorge –dijo sorpresivamente el profesor, antes de volverse hacia la desconcertada Porota, para agregar–, también a usted, Porota, esto le va a interesar, que don Juan Manuel tuvo una prolongada relación amorosa con una muchacha de la edad de su hija Manuelita?

      –La verdad que no –respondió, algo confundido, el secretario general.

      Porota había enmudecido ante la desfachatez del profesor, que tras tocarle el culo, no tenía mejor idea para desviar la atención que ponerse a contar vaya una a saber qué chismes sobre Rosas.

      –Luego de la muerte de doña Encarnación, naturalmente –aclaraba con énfasis el profesor.

      –Por supuesto –convino el secretario general, a esa altura más perdido y confundido que Porota. Y eso que el profesor no le había tocado nada.

      “Pero viejo hijo de puta”, pensaba Porota.

      Angelito desplegó la sexta edición de La Razón sobre el escritorio y acomodó los lentes para la presbicia casi en la punta de su nariz.

      Leyó:

      Una comisión policial de la brigada de San Martín compuesta por cinco hombres vestidos de civil llegó a la finca de la calle Gascón 257 siguiendo la pista de una banda de delincuentes. Según se les había informado, se reunía en ese lugar, una fábrica de separadores para baterías, en cuyo frente rezaba la inscripción “Masilbyrena S.R.L.”. En razón de que nadie respondía a los llamados, los representantes del orden optaron por introducirse en el local por los techos de un depósito de madera lindero, ubicado en Gascón 251.

      Una vez en la fábrica, fueron recibidos a balazos por cuatro ocupantes que, anteriormente, se habían negado a responder al llamado policial. Fue así como se entabló el abundante intercambio de proyectiles. El sargento José Lezcano fue el primero en caer bajo las balas: cuatro proyectiles se incrustaron en su cuerpo y falleció en el acto. Otro sargento, José Sagasti (que junto con su colega fueron los dos únicos policías que lograron introducirse en la fábrica), se escudó detrás de un tacho de basura, pero igualmente varios proyectiles atravesaron el metal y se alojaron en su cuerpo. Los maleantes se dieron a la fuga aprovechando la tregua forzada. Un vecino, que oyó los pedidos de auxilio del sargento Sagasti, violentó la puerta de la fábrica y condujo al policía al Hospital Italiano, donde falleció poco más tarde.

      La seccional policial 9, en cuya jurisdicción ocurrió el hecho, desconocía el procedimiento que realizaba la unidad de San Martín. Los delincuentes habrían entrado a la fábrica por los fondos al tener conocimiento de que una comisión policial vestida de civil los esperaba en la puerta del establecimiento. Cabe señalar, finalmente, que diversas fuentes consignan extraoficialmente que el tiroteo se produjo al intentarse la detención de René Bertelli.

      Las autoridades de la comisaría 9 y de la unidad regional de San Martín registraron el local, donde encontraron 47 kilogramos de gelignita y material de propaganda comunista. En el procedimiento fue detenido un individuo identificado como José María Aponte.

      El anteriormente mencionado Bertelli, acusado por autoridades policiales de Santa Fe de ser partícipe del asalto al Banco de Londres, sucursal Rosario, es un activo terrorista que está o estuvo vinculado sentimentalmente a la señora Nora Lagos, integrante de una distinguida familia santafesina quien, siendo directora del centenario matutino La Capital, puso al decano de la periodismo nacional al servicio del régimen totalitario.

      Desde hace meses, Nora Lagos se encuentra detenida en la unidad correccional...

      Angelito puteó a los diagramadores de La Razón y a su costumbre de usar una tipografía cada vez más chiquita, apoyó el diario en el escritorio, se masajeó los ojos con el índice y el pulgar de su mano derecha y miró a su socio, que en esos momentos entraba en la oficina de la empresa de importación-exportación que ambos habían montado.

      –¿Así que no estás en cana?

      Bertelli lo miró sorprendido y después sonrió.

      –Me parece que no.

      Angelito asintió.

      –¿Tuviste algo que ver con el tiroteo de la calle Gascón? –alzó el diario y lo agitó, distraídamente– Acá dice que amasijaron a dos canas de la brigada de San Martín que te querían detener. A vos y a un tal Aponte.

      Bertelli tomó La Razón de manos de Angelito y echó una rápida mirada a la noticia.

      –Si los de la brigada de San Martín estaban operando de contrabando en la capital, lo más probable es que los hayan cagado a tiros los de la Federal. Y me quieren tirar el muerto a mí.

      –Vas a tener que rajarte.

      Bertelli se alzó de hombros.

      –Ya estoy rajado.

      –El que la va a pasar mal es ese tal Aponte –comentó distraídamente Angelito.

      En la sede del sindicato, completamente ajenos a Bertelli, Angelito o Aponte, así como a la trascendente reunión de la juventud peronista que estaba teniendo lugar en el primer piso, Jorge y Porota seguían pendientes del relato del profesor Rosales.

      –La relación entre don Juan Manuel y doña Encarnación fue ejemplar –decía el profesor–, de amorosa camaradería e intensa sociedad política. Pero quiso la fatalidad que la Heroína de la Confederación fuese llamada a la vera del Señor a sus 42 años, en la flor de la vida, dejando al Restaurador desconsolado, solo y teniendo que hacerse cargo de los serios problemas que afligían a la patria y las graves acechanzas que se cernían sobre ella. Imaginen nomás que en los momentos en que doña Encarnación pasaba a la inmortalidad, la flota francesa acababa de tomar la isla Martín García y estaba a las puertas de Buenos Aires.

      ¿Cómo que a la inmortalidad?, murmuró Porota. A la inmortalidad...

      El secretario general, por su parte, parpadeaba sin conseguir cerrar la boca.

      –Fue recién entonces, y conste que ni un instante antes, que don Juan Manuel posó su briosa y viril mirada en la joven y, permítanme abundar, bella Eugenia Castro, huérfana del comandante Esteban Gregorio Castro, quien por testamento había nombrado al Restaurador tutor de su hija. Luego de una desafortunada experiencia como criada en casa de una familia de la oligarquía mercantil pro-británica, la niña fue llevada a la casona de los Ezcurra, donde hizo las veces de dama de compañía de doña Encarnación, ya gravemente enferma, a quien cuidó con esmero y abnegación hasta el instante mismo de su muerte.

      “A este viejo de mierda le voy a dar una patada en los huevos”, seguía pensando Porota.

      –Pero mire usted... –atinaba a comentar el secretario general.

      –Eugenia era una muchacha morena y vivaz, con la intensa sensualidad propia de las hijas de esta tierra. Una auténtica morocha argentina –Porota tuvo la impresión de que la


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