Mujeres viajeras. Luisa Borovsky

Mujeres viajeras - Luisa Borovsky


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con la perfección debida.

      Nosotros tomamos al francés muchos giros y palabras y al italiano cuanto nos ocurre. Cuál será en el porvenir el resultado de tales anarquías? Es de preverse una dislocación gramatical completa, que hará espeluznarse de horror á los puristas, ya cada día más escasos en el mundo. Pero como decia Voltaire: Quelqu’un qui a plus d’ esprit que moi c’est tout le monde, y según vamos, la democracia por el número llegará quizá hasta imponer sus giros lingüísticos.

      No quiero terminar este capítulo, sin hacer observar una similitud notable, que encuentro entre el Sajón de Europa y el trasplantado al Nuevo Mundo.

      Dolorosa es la historia, que llamaré privada, de los Estados Unidos, en contacto con esas tribus salvajes, que poblaban los territorios de Nevada, Colorado, etc. Así que el Yankee tuvo una existencia política asegurada, no se contentó ya con comprar, como en otro tiempo, tierras á los indígenas, decidió destruir la raza por todos los medios á su alcance. Muerte, traición y rapiña, han sido las armas con las cuales los han combatido; promesas y engaños, hé ahí su política con los hijos del desierto.

      “Dos justicias”, decía el Times de Londres, en su cuestión con el Brasil, “una para el fuerte, otra para el débil”. Y sus descendientes han sido fieles á tal pensamiento, más cínico que evangélico: el fariseísmo político de los Sajones ha hecho su camino, y la gran nación va adelante con su go ahead, destruyendo, pillando, anexando.

      Existen en la Union, no obstante, comisionados, delegados y toda especie de empleados, en el Ministerio del Interior (Indian Department) cuya única misión es enriquecerse, robando sin pudor la pitanza de los pocos indios que aún quedan, y con los cuales la Aministración mantiene aparentemente buenas relaciones.

      El Gobierno lo sabe, lo tolera; diré más, lo aprueba; y cuando quiere protejer á algún good friend, le nombra delegado del Indian Department.

      Más de una vez he oído á algunos hijos de la Union, de corazón generoso, deplorar tan terribles abusos; pero esas eran gotas de agua que iban á perderse en el vasto océano de la complicada máquina gubernamental de la gran nacion.

      Los Sajones que se han mezclado empero, con la raza negra, hánse mantenido distantes de los Pieles Rojas, con una antipatía digna de preocupar á los antropologistas, y que debe indudablemente tener una séria razón fisiológica.

      Dicen algunos pensadores, que esta separación, esta antipatía congenial, es una de las causas del engrandecimiento de los Estados Unidos. Yo no sé hasta qué punto tengan razón.

      Cuando he visto caciques Rojos, sentados á la mesa del Presidente de los Estados Unidos, en esa actitud reservada y digna, acompañada de un mirar melancólico y profundo, tan penetrante, he sentido respeto y enternecimiento por los descendientes de los dueños de la tierra, que hoy ocupa la Union, despojados, desdeñados, engañados por hombres que profesan una religión de igualdad y mansedumbre, y que, sinembargo, no practican el principal de sus preceptos: la fraternidad. No se me acuse de sentimentalismo, ó mejor dicho, écheseme en cara el sentir, no me será disgustoso.

      Capítulo XII

      La mujer Americana practica la libertad individual como ninguna otra en el mundo, y parece poseer gran dósis de self reliance (confianza en sí mismo).

      En los hoteles hay siempre dos puertas, la grande, para los hombres y los recién llegados, y una más pequeña, llamada de las ladies y exclusiva para éstas.

      Creo haber dicho que un Norte americano, no bajará nunca una escalera ó cruzará un corredor con el sombrero puesto, delante de una señora; conocida ó desconocida. Esta galantería, se entiende hasta el punto de creer, que una dama no debe entrar ni salir por la misma puerta que los hombres, en sitios tan concurridos por toda clase de individuos, como los hoteles. Imagino, que, tal refinamiento de cortesía, habrá de parecer exageración ó lisonja de mi parte, á aquellos que tan injustamente representan al Americano del Norte, como el prototipo de la más acabada vulgaridad.

      Yo, por lo que á mi toca, los he hallado siempre muy corteses, suaves de maneras con las mujeres y los niños, y en extremo sensitivos en cuestiones de crítica social. En apoyo de lo que avanzo, citaré el siguiente episodio: Cuando Mrs. Trollope, después de haber viajado por la Union, donde fue acogida con suma amabilidad y aún cierto entusiasmo, por sus dotes literarios, escribia de vuelta á Inglaterra: Los Yankees son groseros y se sientan con los piés más altos que la cabeza. En los teatros, así que alguien se permitía estar ligeramente inclinado, no faltaba un chusco que gritaba: Trollope! Trollope! Y al punto el aludido, tenía buen cuidado de poner su cuerpo lo más vertical posible.

      Verdad es que en los reading rooms (gabinetes de lectura), en los bar rooms, los Yankees gustan mucho de esa actitud, que consiste en extender las piernas y levantarlas casi á la altura de la cabeza, postura cómoda para los hombres y que tiene, según lo he oído decir á un médico, cierta influencia favorable sobre el cerebro. Sea de ello lo que fuera, delante de ladies, nunca, jamás, un Yankee se permitirá esa libertad, puedo asegurarlo. Habrá, sinembargo, quien sostenga lo contrario, que ciertas preocupaciones hacen camino; pero tales cuentos, pertenecen al repertorio, más ó ménos pintoresco, en que figuran, la navaja en las ligas de las damas Españolas, el traje de colores varios de los Brasileros y el cigarro de las Hispano americanas. En mis viajes, me han repetido sin cesar esta expresión: Fume Vd., señora; ya sabemos que es costumbre en su país. Al principio, este dicho me irritaba, lo confieso; pero luego llegó á causarme risa. Oh poder de la costumbre!

      Curioso fuera el estudio de las preocupaciones é ideas falsas, que aún conservan las naciones unas de otras, en estos tiempos prácticos, en que Morse y Edison lo van acercando todo. De seguro, con el andar de la electricidad, la parte imaginativa de los individuos perderá un tanto de su brillo; pero, lo que en éste se pierda, será en provecho de la verdad.

      En algunas ocasiones he observado, no obstante lo ya dicho, gran desnivel aparente, entre la mujer Norte americana y los hombres.

      Parecíame que esas muchachas tan bellas, tan engalanadas, tan elegantes, que encontraba en los ómnibus, en los vapores, no podian ser hijas ni mujeres de los individuos que las acompañaban, un tanto sencillotes en sus trajes y en sus maneras.

      Pero este fenómeno suele notarse en nuestro país; así, creo inútil estudiarlo detenidamente, por ahora.

      Sin embargo, no resisto á la tentación de decir, que la diferencia es más de superficie que de realidad. Debajo de la corteza un tanto rústica de esos padres de familia, de esos maridos, que pasan el dia entero, ocupados en ganar el dinero para el hogar, down town (la parte comercial de la ciudad), hállase bondad y finura innatas. El Yankee es generoso como pocos; y sus mujeres, sus hijas, no tienen sino manifestar un deseo para que sea satisfecho. Verdaderas máquinas de trabajo, aquellos hombres, al parecer tan interesados, gastan cuanto ganan, para contentar á los suyos, y esto, qué indica? Es acaso vulgaridad? Todo lo contrario. Que cuanto más refinado es el sentimiento que la mujer inspira al hombre, mayor es la dosis de elevación que el corazón de éste encierra.

      La mujer, en la Union Americana, es soberana absoluta; el hombre vive, trabaja y se eleva por ella y para ella. Es ahí que debe buscarse y estudiarse la influencia femenina y no en sueños de emancipación política. Qué ganarían las Americanas con emanciparse? Más bien perderían, y bien lo saben.

      Las mujeres influyen en la cosa pública por medios que llamaré psicológicos é indirectos.

      En el periodismo, véseles ocupando de frente un puesto que nada de anti-femenino tiene. Los periódicos en los Estados Unidos, el país más rico en publicaciones de ese género, cuentan con una falange que representa para ellos el elemento ameno. Mujeres son las encargadas de los artículos de los Domingos, de esa literatura sencilla y sana, que debe servir de alimento intelectual á los habitantes de la Union, en el día consagrado á la meditación.

      Son ellas también las que, por lo general, traducen del alemán, del italiano y aun del francés, los primeros capítulos de los nuevos libros, con que el periódico engalana sus columnas; ellas las que dan cuenta cabal y exacta de las fiestas, cuyos detalles finísimos


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